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¿Quién está detrás del primer Pulitzer a una fotógrafa española?

Susana Vera (Pamplona, 1974) forma parte del equipo de reporteros de la agencia Reuters galardonado por la cobertura de las revueltas en Hong Kong

La reportera de Reuters Susana Vera durante el minuto de silencio en la Puerta del Sol. En vídeo, entrevista con Susana Vera. Vídeo: LUIS DE VEGA / LUIS ALMODÓVAR (REALIZACIÓN), LUIS DE VEGA (REDACCIÓN)

El ojo del buen fotógrafo es como las manos de la abuela cocinera. Con los mismos ingredientes y en la misma cocina que los demás hacen esas croquetas insuperables e inimitables. Les distingue captar lo que nos rodea al común de los mortales con un toque personal. Y eso entre los millones de imágenes que saturan nuestro día a día. “¡Coño, qué foto! ¿Cómo la has hecho?”, exclama nada más y nada menos que el compañero que estaba al lado, en el mismo momento y con un aparato similar. Los mismos ingredientes y la misma cocina. No es cuestión de cámara, objetivo, retoque digital o tecnología. Tampoco de contrato o sueldo. Ni siquiera de suerte, rapidez o años de experiencia. Detrás del buen fotógrafo hay alguien que tiene ojo, como se dice en el argot. ¿Algo innato? Seguramente. Desde luego que es importante lograr empatía, proximidad, dedicación, originalidad, paciencia, sentido de la oportunidad... Pero es la mirada la que imprime un sello especial. Un marchamo, a veces difícil de explicar y percibir, que consigue que esas fotos nos llamen la atención, se distingan de otras y las saboreemos con más gusto. Las fotos de Susana Vera (Pamplona, 1974) son como las croquetas de la abuela.

Foto por la que Vera ha obtenido el Pulitzer. Manifestantes detenidos por la policía durante una protesta en Hong Kong, el 29 de septiembre de 2019.
Foto por la que Vera ha obtenido el Pulitzer. Manifestantes detenidos por la policía durante una protesta en Hong Kong, el 29 de septiembre de 2019.SUSANA VERA (REUTERS)

Es la primera española galardonada con el premio Pulitzer de fotografía. Y sus imágenes son un manjar en el que recrearse con calma y lejos del ruido. Por eso quizás hasta a ella misma le choca la distinción de esta semana por una imagen vertiginosa de la detención entre gases lacrimógenos de varios manifestantes en Hong Kong. “Nadie que conozca mi fotografía la reconocería como mía”, afirma, “porque soy una fotógrafa de fotos calladas, en las que aparentemente pasa muy poco”. Esa foto galardonada forma parte de la cobertura que el año pasado llevó a cabo junto a varios compañeros de la agencia Reuters de las revueltas en esa excolonia británica, donde estuvo tres semanas. “Necesitas estar en primera línea. Les vi tirados en el suelo. La policía deteniéndoles y me lancé. Tuve unas pocas fotografías antes de que la policía me echara hacia atrás”.

Recuerda que la tomó la misma jornada en la que a una compañera de otro medio le volaron un ojo con una pelota de goma. Pero Susana no estaba bregada en mil batallas. Ni es lo que se llama una reportera de guerra. Era el segundo día de un “bautismo de fuego bastante violento” tras más de dos décadas como fotógrafa de prensa. Eso sí, se muestra satisfecha de haber abandonado su “zona de confort” y demostrarse a sí misma que puede “hacer ese tipo de trabajo”. Reconoce, sin embargo, que no es esa adrenalina informativa la que le gustaría tener como ritmo habitual de trabajo. Aunque su día a día es más de partidos de la Champions, ruedas de prensa o escenas de calle, donde ella se encuentra “más a gusto es con historias íntimas”, detalla. “Historias que probablemente no sean de portada como la crisis política de Hong Kong, historias pequeñas para las que no te tienes que ir al otro lado del mundo”. Ahí es donde su cámara se hace fuerte. El seguimiento que hizo en Madrid huyendo de las prisas durante tres años del transgénero Gabriel Díaz de Tudanca, incluso en el quirófano, en su transformación de chica a chico desborda sensibilidad y cercanía. Esas fotos no son, desde luego, croquetas de bolsa congeladas. La buena fotografía es “la que se queda contigo” y “deja espacios abiertos a la interpretación”.

Echando la mirada hacia atrás podemos encontrar la explicación de por qué esa forma de reportear y contar el mundo. Susana Vera estudiaba a mediados de los años noventa su último año de Periodismo en Estados Unidos cuando, con un puñado de horas sueltas, hizo un curso de fotografía. Recuerda que gracias a aquel accidente, que no fue más que para cuadrar créditos, surgió aquel idilio que hoy ha madurado con mucho más que un Pulitzer. “Me enamoré” de la “inmediatez y del ser testigo directo”. “Con una cámara te fijas en los pequeños detalles. Te tomas las cosas con un poquito más de calma, de tiempo, y que las cosas sucedan delante de ti”.

Con una cámara te fijas en los pequeños detalles. Te tomas las cosas con un poquito más de calma, de tiempo, y que las cosas sucedan delante de ti

Para alguien que bucea en la realidad hasta hacerse invisible en la más absoluta cercanía, cubrir una crisis como la del coronavirus ha sido un drama. “Una montaña rusa emocional”, asegura. “La cobertura de la pandemia está siendo complicada a nivel personal y también profesional”. Es la primera vez que Vera, más allá de asumir ella misma riesgos como reportera, tiene que convivir con cómo sacar adelante su trabajo sin poner en riesgo a los demás. Los demás son su propia familia o aquellos a los que fotografía y a los que, como posible portadora sin síntomas, podría contagiar. Su objetivo está claro: “Yo me tengo que ir cada noche a la cama con la conciencia tranquila”.

Por eso es complicado que, viendo estos días el trabajo de Susana Vera en el Madrid confinado, digamos algo tan recurrente como “¡fotón de Pulitzer!”. Ella lo sabe. Es consciente y habla abiertamente de ello. Interrumpe su explicación durante unos segundos para fotografiar el minuto de silencio, emocionante para los oídos pero anodino a la vista, que cada día tiene lugar en la Puerta del Sol en recuerdo de las víctimas de la pandemia. En el kilómetro cero no pasa aparentemente nada. Clic, clic, clic. Susana Vera se mueve discreta, casi agazapada. En medio de la vorágine visual que vivimos; “mejor buenas fotos y pocas”, opina. Y “que te arranquen algún tipo de emoción”. El obturador de su Canon se activa despacio al ritmo del adagio de Samuel Barber. Parece la banda sonora perfecta para la fotógrafa de las imágenes calladas. Qué lejos queda Hong Kong.

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