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Carolin Emcke: “La pandemia es una tentación autoritaria que invita a la represión”

La filósofa alemana, que pasa el confinamiento en Berlín, se muestra conmovida: “Las imágenes de Madrid o de los campos de refugiados en las islas griegas me resultan insoportables”

Juan Cruz
Carolin Emcke en Barcelona en 2019.
Carolin Emcke, en Barcelona en 2019.Consuelo Bautista

Carolin Emcke (Alemania, 1967) es una de las intelectuales europeas que de manera más persuasiva ha combatido los tópicos populistas que quieren dominar el mundo. Por ello fue distinguida con el premio de la Paz de la Feria del Libro de Fráncfort. Contra el odio (Taurus, 2017) y Modos del deseo (Tres puntos, 2018), son dos de sus libros editados en España. El primero es una reivindicación humana y filosófica contra la tentación autoritaria que se sirve de viejas banderas racistas y patrióticas. Uno de sus temores es que la presente pandemia avive ese rescoldo de odio. Ella vive en Berlín. Esta entrevista para EL PAÍS se hizo por correo electrónico

Pregunta. ¿Cómo piensa que un momento así afecte a la convivencia en los respectivos países y en el mundo?

Respuesta. Es demasiado pronto para hacer pronósticos. Todo es demasiado frágil, demasiado dinámico y, por cierto, demasiado asincrónico. Por más que sea una crisis global, su impacto no afecta a todos de la misma manera. La pandemia es una tentación autoritaria que invita a la represión, a la vigilancia totalitaria basada en datos digitales, a la regresión nacionalista. O al cálculo darwinista que le pone precio a la pérdida de los cuerpos más viejos, más débiles, menos entrenados. Va a resultar decisivo poder demostrar que las sociedades que menos dañadas salen de la crisis sean aquellas que cuentan con un sistema de salud pública, aquellas cuyas infraestructuras sociales no han sido privatizadas y erosionadas por completo, poder probar que serán la solidaridad y el cuidado mutuo los que triunfen sobre el virus y no el estado de excepción y la privación de la libertad...

P. ¿Usted hubiera imaginado un drama como este? ¿Cómo le está afectando a usted misma? ¿Cómo está viviendo las normas dictadas en su país para preservar la salud?

R. Vivir este momento en Berlín me da humildad, pero también pudor: a día de hoy, en Berlín tenemos 50 muertos por el virus, en Nueva York van por 10.000. Las imágenes de Madrid o de los campos de refugiados en las islas griegas me resultan prácticamente insoportables. No veo cómo vamos a poder pagar la deuda moral y política que estamos asumiendo como alemanes, como europeos, por no reaccionar con la necesaria solidaridad, con la necesaria humanidad. Implementar de mala gana una serie de instrumentos financieros para los países del sur en lugar de lanzar coronabonos para Europa me parece una necedad mezquina e imperdonable. Y eso solo hablando del contexto europeo.

“Va a resultar decisivo poder demostrar que las sociedades que menos dañadas salen de la crisis sean aquellas que cuentan con un sistema de salud pública, aquellas cuyas infraestructuras sociales no han sido privatizadas y erosionadas por completo”

P. Ahora tenemos miedo frente a un virus que nadie ha sabido cómo atajar. ¿Cree que todo esto causará aún más odio del que ya percibimos, al otro, al diferente, al que viene de fuera?

R. Es natural que la pandemia cause miedo y espanto. Miedo a enfermarse, a morir solo, a no poder acompañar a los seres queridos, a no poder despedirse, miedo a las penurias, a perder el trabajo, miedo al quebranto existencial. Pero la pérdida de soberanía no se compensa con la estigmatización o humillación de los otros. Como si la impotencia se sintiera menos si se maltrata a los marginalizados o a la propia pareja. No es solo la xenofobia a lo que se recurre como compensación de la inseguridad individual o social, también se potencia la misoginia, la violencia contra las mujeres.

P. Usted ha trabajado sobre el odio y sobre el deseo. Una situación así introduce en su vida nuevas preguntas. ¿Cuál es ahora su principal inquietud, como ciudadana, como intelectual?

R. Mi mayor inquietud es que no aprendamos nada de la crisis, cuando esta nos está demostrando como si fuera un medio de contraste inyectado en un cuerpo cuáles son los males que afectan a nuestra sociedad. Ha quedado a la vista que no se puede negar la realidad, que hay límites a la manipulación del discurso, al delirio narcisista, a la mentira política. Nadie es invulnerable, nadie es intocable, aunque Trump o Putin quieran negarlo. A los populistas, se les está volviendo en contra su hostilidad contra las ciencias, y lamentablemente, el precio lo pagan sus electorados. Está quedando a la vista también que el Estado no puede retraerse infinitamente de su responsabilidad, que hacen falta infraestructuras públicas, bienes públicos, una orientación hacia el bien común. Y, por cierto, también un periodismo serio e independiente. Me preocupa sobre todo que el aprendizaje que estamos haciendo, doloroso y amargo, caiga en el olvido cuando todo haya pasado. Que reconstruyamos nuestras sociedades con las mismas injusticias, la misma inestabilidad.

P. Algo que también alerta a intelectuales y políticos es el peligro de que los derechos civiles sean lesionados o puestos en cuestión por medidas radicales en contra del virus. ¿Tiene usted el mismo temor?

R. Sí. Es una cuestión extremadamente sensible y de riesgo: que la epidemia sea instrumentalizada para justificar las ambiciones autoritarias. Viktor Orbán acaba de demostrarlo en Europa: prácticamente ha anulado el estado de derecho en Hungría, puede prorrogar infinitamente el estado de excepción, ha transformado el Parlamento en un accesorio decorativo. Tenemos que estar extremadamente atentos para impedir que en Europa se establezcan a largo plazo métodos totalitarios de extracción de datos, de vigilancia digital, de represión. No es lo mismo desarrollar aplicaciones basadas en perfiles anónimos de movimiento que permitan detectar los patrones del contagio, como se está pensando ahora para contener la epidemia, y otra cosa muy distinta que las autoridades estatales accedan a datos personalizados de los ciudadanos para perseguirlos. Está claro que el virus va a costarle mucho a nuestras sociedades, entre otras cosas a limitar nuestra libertad de movimiento, pero tenemos que exigirles a nuestros Gobiernos que las decisiones sanitarias sean tomadas de modo transparente, explicando sus fundamentos, y que las restricciones sean temporales, para que no se vuelvan coartadas para la vigilancia y la represión.

Mentiras para subvertir la democracia

Emcke advierte: “Esta epidemia permite agitar el odio al otro, pero todo está ligado de manera global. Y, sin embargo, en los medios sociales vuelven a circular viejas teorías conspirativas, infundios que identifican supuestos culpables a los que marginalizar, mentiras. Tranquiliza ver cómo se han callado los populistas de derecha, que viven inventando supuestas amenazas a la nación, pero que son incapaces de enfrentarse a una real. Lo que quieren es dividir y subvertir la democracia. No les interesa salvar vidas, no reconocen la dignidad humana, no valoran la vida, de viejos o de jóvenes, de blancos o de no blancos, de musulmanes, judíos, católicos, de los desocupados o de los que tienen trabajo, de los hetero o de los queer, vidas que cuentan todas por igual”.


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