Libros y clausura
En mi casa procuro que los libros estén a la vista, que se sienten en las sillas, se acuesten en la cama, se suban a las mesas, se encierren en el lavabo, se metan en la nevera
Un libro no puede sustituir a la brisa, a las calles, a los árboles, a las personas. Esa es la gran tragedia de los libros. Son espejos. Pero no son la vida. Son clausura. Sabiendo esto, me dedico a leer todos los libros que puedo. En mi casa procuro que los libros estén a la vista, una nueva forma de organizar una biblioteca, que consiste en que los libros se sienten en las sillas, se acuesten en la cama, se suban a las mesas, se encierren en el lavabo, se metan en la nevera. Hay una posición inquietante de un libro. Es lo que yo llamo “posición de estado de amenaza”. Consiste en dejar encima de la mesa principal de tu casa un libro también principal, que sabes que te va a gustar mucho, pero que no lo lees. Está allí, esperando. Te está amenazando. Pasan los días. Y la amenaza es cada vez mayor. Es una personal manera de disfrutar de la literatura: sintiendo su inminencia, pero no leyendo. Cada vez que paso por allí, allí está el libro. ¿Qué libro es? He sembrado mi casa de libros amenazantes. En el dormitorio me amenazan los diarios del escritor colombiano Héctor Abad. En la sala de estar me amenazan los ensayos de Montaigne. En el dormitorio me amenaza una novela titulada El escapista de Javier Sebastián. En la nevera me amenaza la poesía mística de San Juan de la Cruz. No sé cómo ha ido a parar este libro a la nevera, pero creo que está muy bien allí. La poesía, en tiempos de cuarentena, mejor la guardas en la nevera, como el pescado o la carne. No se vaya a corromper. La poesía es corruptible. La novela es como la harina o el vinagre, incorruptible. En el mueble del recibidor me amenaza de manera contundente el libro titulado M, de Antonio Scurati. Esta es una amenaza muy visible, porque la cubierta del libro es una enorme eme, que alude a la inicial del protagonista del libro: Mussolini. Hace menos de un año coincidí con Scurati en la romana Basílica Masencio en un festival literario. Era una noche primaveral de finales de mayo. Y había dos mil personas escuchándonos. Scurati habló de Homero, yo de Kafka. ¿Dos mil personas? Hoy resulta impensable. Roma como Madrid ya solo están en los libros. Sus calles se marcharon. Necesito más amenazas, en el cuarto de baño me amenaza Volver al oscuro valle del novelista colombiano Santiago Gamboa. Las amenazas se cumplen. Y empiezo a leer. Y veo que Gamboa sale en los diarios de Héctor Abad. Se complica mi clausura, porque los libros hablan entre ellos. Recuerdo que Gamboa me recomendó que visitara la ciudad italiana de Lecce, y lo hice, y siempre le estaré agradecido por esa recomendación. Y ahora recuerdo que conozco a Javier Sebastián desde 1983. Y veo que la vida que se cuenta en los diarios de Héctor Abad es mi propia vida.
Babelia
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