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La casa de los Peláez | Capítulo 4: La movida de Miriam

De cuando se declara el estado de emergencia y Dori distribuye tareas. Cuarta entrega de la novela humorística por entregas sobre el confinamiento

Ilustración de �Enrique Flores.
Ilustración de Enrique Flores.

La desmesurada compra realizada por Dori se les antoja a los demás excéntrica y sin fundamento, motivada —dicen— por su carácter de natural exagerado y con querencia no tanto hacia la resolución de problemas reales, cuanto a la proyección de temores y fantasías apocalípticas. De todos los miembros de la unidad familiar es su marido (al que habíamos dejado, recordémoslo, respirando pesadamente tras la puerta del cuarto de baño) quien con mayor crueldad la somete a escarnio cuando, al salir —subiéndose todavía la bragueta y abrochándose el cinturón—, ve la estrecha cocina convertida en un tráiler de fruta, verdura y hortalizas. Resulta irónico que sea precisamente él, que tanto se ha burlado, quien más se acongoja cuando minutos después el presidente del Gobierno aparece en el gigantesco televisor que preside el salón-comedor, y anuncia de manera oficial la entrada en vigor del estado de alerta para el día siguiente.

—Hay que comprar —sostiene con solemnidad— más papel higiénico.

Ninguno de los hijos parece muy afectado por la declaración institucional. Miriam porque, como ya hemos dicho, tiene la cabeza en otra parte; e Iván porque acaba de enterarse de que Ortega Smith ha sido un activo vector de contagio. Iván no ha confesado a nadie su plan, minuciosamente urdido, de escaparse a Madrid el pasado 8M para asistir al mitin de Vox y poder estrechar la mano de su patriota favorito. Al final, un inoportuno examen de mates el 9M lo había disuadido de emprender una aventura que tal vez hoy estaría pagando muy cara.

Para el abuelo, acostumbrado a los avatares de la Guerra Civil, el estado de alerta no entraña —y así lo dice con aires del mariscal que fue— grandes limitaciones de movimiento.

—Pues para ti las va a entrañar todas —le responde agrio su hijo—; porque tú te vas a encerrar en el cuarto y no vas a salir ni para cagar. Dori: además de papel higiénico, a mi padre hay que comprarle también un orinal.

Las airadas protestas del viejo guardia civil se disuelven en la pesada atmósfera del momento y quedan en nada. La única que se comporta con cierta templanza es la que unos minutos antes ha sido acusada de generar una alarma innecesaria. A Dori el discurso de Sánchez no la pilla por sorpresa; todo lo que está diciendo el presidente ya lo había oído ella —si bien es cierto que expresado de manera más hiperbólica— mientras esperaba su turno en la frutería de los Hnos. Morente.

No por repetido es menos cierto aquel viejo adagio según el cual los grandes líderes se forjan en las crisis más acusadas. Terminado el discurso del presidente, la menuda Dori se pone en pie y con esa resolución que solo anida en el espíritu de los mejores, fija objetivos y encomienda tareas.

—Iván, recoge la cocina; Miriam, ve a la farmacia y compra una caja de paracetamol y otra de ibuprofeno, un bote de alcohol, una caja de guantes de látex y un paquete de mascarillas. Usted, abuelo, a su cuarto. Adolfo: coge las llaves del coche, nos vamos al centro comercial.

Ya sé que os había prometido detener aquí brevemente el curso de los acontecimientos y explicaros a grandes rasgos el lío en el que Miriam anda envuelta; pero, como dicen los periodistas, la actualidad manda y estas son las cosas del directo. La movida de Miriam, me temo, tendrá que esperar.

Mañana, capítulo 5: La movida de Miriam, ahora sí.

Antonio Orejudo es escritor. Autor de Ventajas de viajar en tren, recientemente adaptada al cine, sus últimos libros son Los cinco y yo (Tusquets, 2017) y Grandes éxitos (Tusquets, 2018).

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