El pirata asturiano que derrotó a Pata de Palo
Un libro recupera la figura de Pedro Menéndez de Avilés, el corsario al que dos reyes encargaron limpiar los mares de bucaneros y fundador de la primera ciudad en EE UU
Si alguien tiene 19 hermanos reconocidos (fuera del matrimonio no sabe cuántos) y sus padres están a punto de morir, la posibilidad de recibir algo sustancioso de herencia es bastante escasa. De ese escenario, con solo 14 años, escapó Pedro Menéndez, que a los 16 se hizo grumete en un barco militar y a los 19 compró un patache (un barco ligero y rápido) para comenzar una prometedora carrera de pirata en aguas del Atlántico, donde el flujo de personas y riquezas en el siglo XVI hacía pensar que los abordajes eran una forma de ganarse la vida más segura. Así, más o menos, comienza el libro V centenario del nacimiento de don Pedro Menéndez de Avilés, que el Ministerio de Defensa ha editado sobre la vida de este asturiano que pasó de pirata a corsario, luego a almirante, llegando a general de Indias, gobernador de Cuba, fundador de la primera ciudad europea en Estados Unidos y vencedor del temible pirata francés Pata de Palo. Entre otros muchos.
El libro, que recoge las conferencias que seis historiadores impartieron en marzo pasado durante las LVIII Jornadas de Historia Marítima, conmemora el quinto centenario del nacimiento del “corsario del rey” Carlos I y “comandante de las escuadras” de Felipe II. Marcelino González Fernández, capitán de navío y uno de los autores, explica que la figura de Menéndez de Avilés “es muy desconocida, aunque protagonizase grandes enfrentamientos con corsarios, piratas o temporales”. Los corsarios se diferenciaban de los piratas en que los primeros recibían de los reyes lo que se denominaba "patente", permiso que les autorizaba a asaltar cualquier nave enemiga sin consecuencias legales. Los piratas, no.
En 1539, cuando Menéndez de Avilés tenía solo 20 años, una escuadra francesa de ocho naves apresa, en aguas de Vigo (Pontevedra), a tres pequeñas naves españolas que transportaban un cortejo nupcial de 60 personas. Los franceses raptan a la novia y Menéndez de Avilés, al saberlo, con su pequeño patache se lanza a rescatarla “a la mayor velocidad que podía, haciendo sonar el pífano, el tambor y desplegando gallardetes”. Al llegar a la altura de la escuadra, les reclama la rendición y la entrega de la joven. Los franceses le responden, entre risas, que “subiera a buscarla”. El joven marino inició entonces una maniobra de huida que provocó que tres barcos franceses comenzasen su persecución. De repente, giró 180 grados, apresó a dos de ellos y el tercero huyó. El resto de la flota se rindió y le entregó a la mujer y a sus 59 acompañantes.
Su valor y fama hicieron que el archiduque Maximiliano II de Augsburgo le encargase que persiguiera al francés Alphonse de Saintonge. Recuperó así, frente a las costas de Nantes (Francia), cinco de los barcos apresados por el corsario, al que además dio muerte. El hijo del fallecido, Juan Antonio Alfonso, decidió vengarse. Así que esperó a Menéndez en Canarias y entabló batalla. El asturiano lo derrotó.
Su prestigio llamó la atención de Carlos V, que “le concedió la primera patente oficial de corso”, señala González Fernández. Con aquel documento en la mano, Menéndez se dedicó a asaltar cualquier barco que no fuera de la corona española en las aguas de América.
Felipe II lo nombró, posteriormente, “capitán general de Armada y de las flotas de la Carrera de Indias”. En uno de sus viajes se encontró con el corsario François Le Clerc, el famoso Pata de Palo, el mismo que había saqueado Cuba, La Española y Santa Cruz de la Palma. Hundió uno de sus barcos y los siete restantes huyeron.
En 1565 recibió la orden real “de eliminar a todos los protestantes que se encontraran en cualquier resguardo de las Indias”, explica Magdalena de Pazzis, profesora de Historia Moderna de la Universidad Complutense de Madrid. En la bahía del río San Juan (Florida) se topó con una armada francesa, que huyó al verlo. Allí mismo levantaría la población de San Agustín y tomó posesión de sus tierras. Pero unos meses después, diez barcos franceses, al mando del oficial Jean Ribault, contratacaron. Felipe II les mandó personalmente a Menéndez de Avilés con cuatro naves.
Pero un fuerte temporal, antes de la batalla, hundió la flota francesa. El asturiano aprovechó esta ventaja para desembarcar con 500 hombres en la costa, de los que perdió 100 en tres días de marcha “por terrenos pantanosos, con cieno hasta las rodillas, arreciando la lluvia y mojándose las municiones”. Alcanzó el fuerte francés de Fort Caroline el 20 de agosto de 1564. Mató a la mayoría de los 150 habitantes de la colonia, “de los que solo unos pocos podían defenderse”.
Los supervivientes, entre los que se encontraban soldados de la armada hundida, huyeron a los bosques, donde fueron exterminados por los indios. El lugar del asentamiento francés se conoce, desde entonces, como bahía de Matanzas y pronto se convirtió en parte de la leyenda negra. Se realizaron grabados “que incluían escenas como asesinatos de hombres indefensos, con los ojos arrancados, las mujeres forzadas y los niños pasados a cuchillo”.
Menéndez de Avilés murió a los 55 años víctima del tifus. “No se trata de justificar hechos propios del siglo XVI desde planteamientos actuales, sino de emplazarlos en su tiempo y en una forma distintas de ver las cosas”, dice De Pazzis. “Menéndez de Avilés fue un hombre leal a su Estado y un esforzado católico de su tiempo, con todo lo bueno y lo malo que esto significaba”.
El 'James Bond' de Felipe II
Tal era la confianza de Felipe II en Pedro Menéndez que ordenó que le acompañase el 13 de julio de 1554, zarpando del puerto de La Coruña, con una flota de más de 70 barcos y 4.000 personas (la mayoría nobles de Castilla) con destino al puerto inglés de Southampton. El monarca iba a contraer matrimonio con la reina de Inglaterra, María Tudor. Celebrada la boda en la catedral de Winchester, se volvió a España para informar a Juana, hermana de Felipe, de que todo había salido bien. Luego se embarcó como capitán general de la flota de Indias y se fue a América a seguir luchando en nombre del rey.
En 1557, recibió otro encargo real: transportar a la princesa de Éboli a Calais (Francia). Pero un temporal le impidió cumplir lo ordenado por el rey, así que intentó atracar en el puerto inglés de Dartmouth hasta que amainase la tormenta. Pero el alcalde se negó a recibir a la comitiva y colocó unas cadenas en el puerto para evitar el atraque. Menéndez tomó entonces una lancha y desembarcó en la costa de noche. "Con gran arrojo e interviniendo personalmente forzó los mecanismos y logró bajar las cadenas". En una película (española) podría haber dicho: "Me llamo Menéndez. Pedro Menéndez".
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.