Todas fuimos Esther, y a veces Doreen
Los tebeos de 'Esther y su mundo' alcanzaron ventas estratosféricas y un pírrico reconocimiento público
Había más caspa que hombreras cuando nació Esther. En 1971, Karina se fue a Eurovisión (casi gana) y Purita Campos se convirtió en la dibujante de Patty’s World (ganó: los ingleses nunca sospecharon que la creadora de aquel imaginario exitoso vivía en Barcelona). Las adolescentes españolas del baby boom buscaban modelos distintos de unas madres cortadas por el patrón de la Sección Femenina. Una historieta venida del frío y de una de las democracias más antiguas del mundo conectó con sus mentes antes que nadie. Esther y su mundo,editada en España a partir de 1974, tenía todo lo que buscaban: dudas, frivolidad, afán de independencia, emociones, crisis y desamores.
Lejos de los superhéroes americanos y de los antihéroes patrios, los tebeos de Esther eran la vida cotidiana, con subidas y bajadas, ilusiones y mezquindades. Aquellas chicas estudiaban y trabajaban de canguros, vestían como las londinenses que eran cuando se deshacían del uniforme escolar, se enganchaban al teléfono y compartían angustias y sueños con sus lectoras, mientras la sociedad española de los años setenta se sacudía la caspa y caminaba firme hacia las hombreras.
Los tebeos de Esther alcanzaron ventas estratosféricas y un pírrico reconocimiento público: Purita Campos llegó a vender más que Ibáñez sin alcanzar la décima parte de sus aplausos. El peaje de las cosas de chicas. Sin embargo, no solo había cosas de chicas: en los guiones de Philip Douglas se colaban asuntos que en la sociedad posfranquista empezaban a asomar la nariz: el divorcio, la igualdad... Las preocupaciones de la modernidad acompañaban aquella estética pop, que giraba alrededor de una joven pecosa, ingenua, idealista, tímida y romántica. Un retrato tan certero de las nuevas generaciones que conectaba igualmente con chicos que leían a hurtadillas, o no, los tebeos de sus hermanas. Ayer, Twitter asistió a una generalizada salida del armario, con antiguos aficionados de Esther y su mundo que despedían a su creadora.
En los últimos años, la Asociación de Autoras de Cómic contribuyó a darle a Purita Campos los honores públicos que se merecía. Conoció el éxito de ventas —y la precariedad de la economía del dibujante— y un renacer inesperado gracias a la actual epidemia de nostalgia, que convirtió en regalo preferente los integrales de Esther para mujeres de cuarenta y tantos. Junto al guionista Carlos Portela, recuperó el personaje y lo recolocó en el mundo actual: enfermera, separada, hija adolescente... de nuevo vidas comunes. Si ahora Esther Lucas vivía como cualquiera de sus antiguas lectoras, antes fuimos sus lectoras las que pretendíamos vivir como ella, tener una amiga como Rita Mott, un amor como Juanito Wowden y una enemiga como Doreen Snyder, la única criatura fea y malvada de aquel mundo juvenil. Nos identificábamos con Esther y, probablemente, a veces actuábamos como Doreen.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.