Historiar la primera democracia española
Fallece a los 98 años el hispanista Gabriel Jackson
Su libro La República española y la guerra civil apareció en inglés en Princeton en 1965 y en la editorial Crítica, en español, en 1976. El siglo XX español era entonces, con la excepción de algunos oasis dispersos, un desierto inexplorado.
Gabriel Jackson, junto con Hugh Thomas, que había publicado su libro cuatro años antes, se convirtió en el marco obligado de referencia frente a la mezquina y exigua historiografía franquista dominante en España. Formado en Harvard, interesado en la formulación de problemas y conceptos y no solo en el mero relato de los hechos, y convencido de que era posible elaborar interpretaciones “objetivas” —es decir, ecuánimes y basadas en la investigación—, rompió definitivamente con las versiones parciales y maniqueas.
Contaba con el acceso a fuentes fundamentalmente secundarias y hemerográficas imposibles de consultar en España, y con numerosos testimonios directos acerca del conflicto, algunos, como los de George Orwell o Franz Borkenau, de notable interés. Mostraba una abierta simpatía por la Segunda República y subrayaba la “pasión del pueblo español” por las causas idealistas. La República era para él la primera democracia de la historia de España, destruida por el fascismo en una guerra civil. Y de lo que se trataba era de rastrear las peculiaridades estructurales capaces de generar un conflicto de tamaña magnitud.
Investigó y escribió ese libro desde 1955 a 1964. Defendía la tesis de que la República tuvo desde el principio muy pocas posibilidades de sobrevivir debido a la “hostilidad del mundo financiero”. Y después, desde la sublevación militar de julio de 1936, la hostilidad de todas las grandes potencias, excepto la Unión Soviética, “colocó a la República en una situación de inferioridad abrumadora”.
Jackson supo captar que la guerra civil española compendió para el mundo occidental el enfrentamiento de la democracia, el fascismo y el comunismo, una idea que desarrolló después en diferentes trabajos y que amplió en su mirada telescópica Civilización y barbarie en la Europa del siglo XX.
En su opinión, la victoria total de Franco “no arregló nada”, porque “ni el general Franco ni las clases poderosas que lo apoyaban tenían nada que ofrecer en el terreno de un programa social que pudiera resolver los problemas históricos del país”. La Guerra Civil tuvo como consecuencias inmediatas la represión y la destrucción, pero, con el tiempo, pensaba, se reconocería que “en julio de 1936 el pueblo español se encaró con la alternativa de sumisión o resistencia”. Esa grandeza moral de la lucha por la libertad acabaría siendo recordado como una gran batalla frente a la tiranía de los fascismos que se había impuesto en Europa.
Donó parte de su documentación a la biblioteca de la Universidad de California en San Diego a la que tanto había contribuido con la compra en 1965 de la colección sobre la Guerra Civil de Herbert Southworth. Era erudito, melómano, gran conocedor de Joaquín Costa y de Juan Negrín. Su obra es un ejemplo de síntesis narrativa, belleza literaria, reflexión y rigor empírico.
Nacido en Nueva York, vivió 26 años en Barcelona, amaba a España y nosotros lo queríamos. Volvió a EE UU en 2010, a vivir con su hija Kate. Con él comenzamos los historiadores de mi generación a estudiar la Guerra Civil. Décadas después, su obra nos sigue cautivando. Y siempre queda su enseñanza: solo una verdadera democracia parlamentaria era capaz de sacar a España del atraso y de la miseria. La República era demasiado débil y no pudo sobrevivir, pero fue la esperanza de millones de españoles, la tragedia de un pueblo en su “lucha titánica” por la libertad.
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