El pueblo italiano para el que Hitler fue un santo
Marco Balzano reconstruye en 'Me quedo aquí' la historia no contada de Curon, una localidad del Alto Adigio sometida por el fascismo de Mussolini y “rescatada” por los nazis
Lo único que queda de Curon, un pueblecito de Val Venosta en el Tirol del Sur —donde se habla mayoritariamente alemán—, es parte de su campanario. En realidad, esa parte del campanario es lo único que puede verse, pues el pueblo sigue ahí, bajo el enorme embalse que se construyó en 1950 contra la voluntad de sus vecinos. Curon es hoy un pueblo sumergido, sobre el que veleros y turistas campan a sus anchas en verano. En 1921 se convirtió, sin embargo, en el primer pueblo aplastado por Benito Mussolini. “No es cierto que el fascismo arrancara con la Marcha sobre Roma. Empezó antes, y lo hizo en Curon, cuando el dictador impidió a sus habitantes hablar su lengua, trabajar y hasta vestirse como les apetecía”. El que habla es Marco Balzano, el escritor italiano que un día se propuso contar la historia del pueblo para el que Hitler fue un santo en Me quedo aquí, que ahora publica Duomo en España y que fue finalista del premio Strega.
Dio con ella de casualidad. Haciendo turismo con su familia en lo que hoy se conoce como el Lago de Resia. Se topó con el campanario sumergido y puesto que, dice, toda novela empieza para él siendo “una imagen”, no pudo evitar buscar información sobre tan misterioso lugar. “Me di cuenta entonces de que esa historia, como otras muchas historias de frontera en Italia, no se había contado, y me sentí tentado a hacerlo”. Contarla no solo le iba a permitir poner en duda el inicio del fascismo —y su olvidada crueldad en esa época— sino también tratar de entender de qué manera el horror del nazismo no fue tal para algunos, —“tan poco cultivados que lo único que veían es que tenían trabajo y podían volver a hablar alemán”, indica el escritor— y cómo, “en nombre del progreso”, todo se permite.
“Esa gente odiaba profundamente a Mussolini porque habían estado empobreciéndose bajo su yugo desde 1921, y lo que vio, cuando los nazis tomaron Italia en septiembre de 1943, fue que las obras del embalse se detenían, que Hitler les daba trabajo —construyendo las vías que llevaban a los campos de concentración, algo que no sabían exactamente en qué consistía—, y que podían volver a hablar su lengua. Para ellos, el nazismo era bueno, les estaba rescatando de una situación insostenible”, relata el escritor, que entrevistó a cinco antiguos vecinos del pueblo, y muestra en el móvil la fotografía de una anciana subida a una mesa en el interior de su casa, ya hundida en el agua, negándose a marcharse. Era 1950. En cuanto los nazis abandonaron el pueblo, las obras del embalse se reactivaron y acabaron con todo.
El nombre de la anciana era Trina, dice. Tenía 86 años. No había conocido otra vida y tampoco quería conocerla. La mente de escritor de Balzano se puso en marcha al contemplar la instantánea. La protagonista de su novela se llamaría como ella. Sería una maestra clandestina. Alguien que se resistía “con la palabra”. “Las mujeres fueron las primeras que se enfrentaron al fascismo, y eso es algo que tampoco se cuenta y que necesita reivindicarse”, añade. ¿Cómo lo hicieron? “Arriesgándose a acabar en la cárcel o algo peor por enseñar a los niños su propia lengua”, contesta. “La palabra es la forma de resistencia última”, añade, mostrando cómo el herrero obligado por los nazis a forjar en hierro la frase en la puerta que daba acceso al campo de exterminio de Auschwitz (Arbeit macht frei, el trabajo te libera) colocó la letra b al revés, como una pequeña rebelión.
Hitler detuvo las obras del embalse que acabaría anegando el pueblo en 1950, dio trabajo a sus habitantes y les permitió volver a hablar su lengua
La novela tiene la forma de una larga carta que Trina le escribe a su hija. No sabe si su hija volverá, o si ha desaparecido para siempre, pero se diría que es su único anclaje en el mundo. Que contarle lo que vive día a día hace más soportable su vida. Es un día a día que no tiene nada que ver con el nuestro. “Eso es algo que como escritor también me interesa. La velocidad con la que todo cambia, y ha cambiado en el siglo XX. El siglo XX es el primer siglo en el que todas las generaciones han sido distintas”, dice. Pero en el que, a la vez, “la política más ha envejecido”. “Hoy en día la política no tiene visión. Solo busca un enemigo, a la vieja usanza. El fascismo sigue claramente sobrevolando Italia. Solo tienes que escuchar hablar a Matteo Salvini. Porque nunca la ha abandonado. Los altos cargos se reciclaron, nunca se les juzgó. Un país tiene que rendir cuentas con su pasado para que deje de ensuciar el presente”, dice.
¿Qué ocurrió con el embalse de Curon? ¿Qué fue de la gente? “Acabaron en casas prefabricadas. Las mismas en las que acabaron los nazis y fascistas que se hicieron pasar por demócratas cuando la guerra acabó”, dice. ¿Valió la pena, al menos, que el pueblo se perdiera? ¿Suministró energía a la región? “Durante diez años el embalse de Curon fue el más grande de Europa, y era eso justo lo que se proponían. Pero luego se dieron cuenta de que salía más barata comprar energía nuclear que extraerla del embalse, y lo abandonaron. Hoy es un lugar turístico. Podría decirse que la gente hace turismo de la tragedia, como el que se hace en Chernóbil, pero que ni siquiera lo saben”, contesta. Se ha dicho en más de una ocasión, añade, que si tuviera que erigirse un museo europeo del fascismo, “algo que debería hacerse”, tendría que erigirse en ese lugar, porque “ahí empezó todo”.
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