El enemigo en casa
El relevo de directores marca un camino de progresiva dejadez expresiva que, en este último título, se acompaña, además, de una clara impersonalidad general
El efecto del 11-S sobre la cultura del blockbuster se manifestó, en un primer momento, a través del acordonamiento de un imaginario y un arquetipo –el héroe de acción- que fueron puestos temporalmente en cuarentena. Hasta que el tabú terminó de cumplir su papel en el duelo colectivo. Una película como Objetivo: la Casa Blanca (2013) de Antoine Fuqua vino a marcar un cambio de paradigma: la nueva cultura del blockbuster tenía que fortalecer su sentido de la hipérbole si quería estar a la altura de su tiempo y, así, ese relato con exguardaespaldas presidencial al frente supo hermanar la funcionalidad narrativa de la amenaza terrorista –en ese caso, norcoreana- con las retóricas visuales de la película de catástrofes. Casi como respuesta a la contundencia efectista del trabajo de Fuqua, Roland Emmerich estrenó ese mismo año Asalto al poder, película que venía a cumplir el papel que antes cumplían las producciones de serie B, solo que tanto ella como su modelo eran carísimos blockbusters con alma de serie Z o de vieja novela de quiosco. El detalle de reformular a Barack Obama como héroe de acción armado con un bazooka parecía demostrar que Emmerich había ganado sobradamente el pulso del exceso.
OBJETIVO: WASHINGTON D.C.
Dirección: Ric Roman Waugh.
Intérpretes: Gerard Butler, Morgan Freeman, Danny Huston, Piper Perabo.
Género: thriller. Estados Unidos, 2019.
Duración: 121 minutos.
Sin embargo, la película que logró fundar saga fue la de Fuqua que tuvo su secuela en Objetivo: Londres (2016) –donde contrafiguras de Angela Merkel, Sarkozy y Berlusconi encontraban la suerte de un jarrón de porcelana en el Apocalipsis- y encuentra en Objetivo: Washington D.C. un posible cierre de trilogía. El relevo de directores –de Fuqua a Babak Najafi para concluir en Ric Roman Waugh- marca un camino de progresiva dejadez expresiva que, en este último título, se acompaña, además, de una clara impersonalidad general. Objetivo: Washington D.C. es una película que parece haberse olvidado de a qué serie pertenece, porque su dinámica, lejos de reiterar una fórmula eficaz en su exageración, prefiere emular un modelo mucho más gastado por el uso: el del fugitivo que tiene que demostrar su inocencia, al tiempo que salva el mundo y pone toda la carne en el asador para proteger al mismo sistema que le persigue.
El ataque con drones que parecen una bandada de murciélagos aporta la única nota de originalidad a una película que tiene en uno de sus actores –Danny Huston- a un spoiler con patas e identifica en la privatización de la defensa a su enemigo interior.
Babelia
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