El Hombre de Flores era mujer
Una veintena de científicas españolas y mexicanas denuncian cómo se desprecia en los museos arqueológicos el papel femenino en la Historia
Cuando en 2013 el director del Museo Arqueológico Regional de Madrid, Enrique Baquedano, eligió como cartel anunciador de la exposición Arte sin artistas. Una mirada al Paleolítico el de una mujer pintando los techos de la cueva de Altamira, parte del mundo académico reaccionó con acritud. ¿Cómo se atrevía a plantear tal hipótesis y a presentarla en público? Sin embargo, no existen datos fehacientes de que las figuras fueran realizadas por varones. Ahora, la Universidad Autónoma de Madrid ha publicado el libro Museos arqueológicos y género. Educando en igualdad, que recoge el testimonio de más de una veintena de profesoras, investigadoras, académicas y catedráticas de Historia y Arqueología españolas y mexicanas en el que muestran su completo rechazo a la "visión antropocéntrica" de los museos arqueológicos de ambos países.
Lourdes Prados Torreira, catedrática de Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid, recuerda que el cartel del ilustrador Arturo Asensio “fue una provocación científica muy positiva. Al menos en la actualidad, las personas que acudan a los museos y —en especial el público infantil—, podrán plantearse la posibilidad de que esas pinturas pudieran haber sido realizadas por mujeres, cosa que antes nadie se hubiera permitido pensar. Ahora ya existe la duda que invita a la reflexión para romper con dogmas preestablecidos”.
Las expertas, en contra de lo que sostiene la Real Academia Española (RAE), abogan por dejar de “utilizar el masculino como género exclusivo, porque lejos de ser inclusivo, como pretendidamente se supone, en realidad excluye a las mujeres, contribuyendo a su invisibilidad”. Y ponen el ejemplo de que el llamado Hombre de Flores (Homo floresiensis), una especie humana extinta que habitó una isla indonesia, en realidad era una mujer que vivió hace 18.000 años”. Creen que en la mayoría de los museos arqueológicos se difunde un discurso donde se invisibiliza a las mujeres o se infravaloran las actividades que se consideran vinculadas al ámbito femenino y que reflejan estereotipos androcéntricos que “no cuentan con ninguna base científica”. Cuando se explica el proceso de hominización con gráficos, sostienen, “en la mayoría de los casos se representan únicamente individuos de sexo masculino excluyendo —intencionadamente o no—, a las mujeres de la evolución de la humanidad y esa imagen es la que percibe el público, tanto infantil como adulto”.
No se trata, inciden, de que mujeres y los hombres aparezcan realizando las mismas labores, sino que se muestre que tanto unas actividades como otras, son indispensables para el desarrollo de la comunidad. “No hay que idealizar el pasado a través del discurso expositivo, ni de inventarnos relatos para que aparezcan mujeres, se trata de dotar de contenido aquellos ámbitos donde la investigación arqueológica nos indica que ellas desarrollaron sus actividades y que, obviamente, varían según las épocas y culturas”, escribe Lourdes Prados.
“No queremos decir con esto que debamos rechazar la exhibición, por ejemplo, de las momias funerarias de los faraones egipcios, pero sí investigar y exponer otros materiales presentes en las colecciones que nos ayuden a comprender cómo vivía la gente común en las diferentes épocas y culturas, qué comían, cómo eran sus casas, qué objetos utilizaban cotidianamente, cómo elaboraban sus ropas, cómo trabajaban sus campos”. Para las científicas resulta más importante exhibir los objetos con los que se trataban los alimentos o se tejían las ropas en la Edad Media que una moneda de oro descontextualizada en una vitrina.
Y ponen más ejemplos. En la sala de Protohistoria del Museo Arqueológico Nacional se expone la conocida como Dama de Baza, una escultura funeraria del siglo IV antes de Cristo que contiene los restos cremados de la difunta. Al encontrarse como ajuar un conjunto importante de armas, durante varios años se interpretó como la tumba de un guerrero y la escultura femenina como la representación de una diosa protectora. “Sin embargo, los análisis paleoantropológicos recientes han demostrado que se trata de los restos funerarios de una mujer. Por ello, ahora las armas se contemplan en el museo como parte del ajuar de una noble real, que existió, no de una divinidad que protegía a un hombre. Es que son cosas muy diferentes".
Babelia
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