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La cosecha roja de Hollywood

Aparece en español un estudio que describe los años más progresistas del cine estadounidense, que acabaron en 1950 por la caza de brujas

James Cagney, a la izquierda, en 'El enemigo público' (1931), de William Wellman, filme impulsor de la mitología gansteril.
James Cagney, a la izquierda, en 'El enemigo público' (1931), de William Wellman, filme impulsor de la mitología gansteril.
Gregorio Belinchón

La leyenda asegura que hubo un tiempo en que Hollywood se abrió a voces auténticamente progresistas en sus películas, cuando sus guiones reflejaron el pálpito social, un tiempo que cerró el macartismo y la caza de brujas. Será leyenda, pero alberga un poso de verdad.

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Entre el arranque del cine sonoro y los inicios de los años cincuenta, cuando el senador Joseph McCarthy lideró la caza de brujas junto al Comité de Actividades Antiamericanas (o HUAC, sus siglas en inglés), algunas de las películas de los grandes estudios de Hollywood escondieron mensajes progresistas que pasaron inadvertidos para el gran público, aunque algunos críticos y espectadores más avezados los aplaudieron. De aquellas dos décadas levanta testimonio el monumental estudio La izquierda de Hollywood. La historia no contada de las películas de la época dorada, que en 2002 —con el más sucinto título original de Radical Hollywood— publicaron el historiador Paul Buhle y el crítico de cine Dave Wagner, un libro convertido rápidamente en obra fundamental y que ahora aparece por primera vez en español editado por Antonio Machado Libros. Buhle y Wagner escribieron un volumen que compendia biografías de guionistas y escritores, de directores y actores, con anécdotas meticulosamente narradas y análisis detallados de las películas. Tanto, que el libro acababa siendo en inglés de farragosa lectura y esa dificultad se ha multiplicado con una traducción al español bastante mejorable.

McCarthy y el HUAC se cargaron el espíritu crítico de la época, expulsaron del negocio —y en muchos casos incluso de Estados Unidos— a bastantes guionistas, brillantes motores del mejor cine de aquellos años. Y ahí el libro provoca cierto dolor: en ese momento, Hollywood perdió su conciencia más social, más libre. Hasta cierto punto, Buhle y Wagner le dan la razón al comité: la industria cinematográfica puede que no estuviera infestada de comunistas; sin embargo, sus creadores eran mayoritariamente progresistas y sus películas llevaban en su interior cargas críticas contra la sociedad y el Gobierno.

El estudio arranca con el advenimiento del cine sonoro, que obligó a los estudios a contratar a más guionistas. Ellos meterían carnaza en los argumentos de las películas, que en la época del mudo eran coescritos por los directores y las estrellas más importantes sin grandes disquisiciones. Esa liviandad de historias había multiplicado la explosión de talento en Broadway, la competencia del cine y cuando hubo que llenar de palabras la pantalla, hacia allí miró Hollywood.

Y eso funcionó en todo tipo de filmes. Desde el más obvio, el de las “mujeres caídas”, féminas rebeldes y liberales que sacaban de quicio a los moralistas, hasta, incluso, los musicales. Como apunta el libro: “No hay género que pareciera menos susceptible de intervención radical que el musical y ni los jefes de los estudios ni los artistas musicales mismos sospecharon adónde iban a llegar estos jóvenes de ideas progresistas ni lo caro que pagarían por ello”. Un ejemplo: Yip Harburg, amigo de los hermanos Gershwin, rehizo un fracasado espectáculo musical con canciones nuevas y le añadió un arco íris —símbolo radical desde la Reforma protestante— que no aparecía en la novela original: así nació El mago de Oz.

Auge del hampa

Entre la avalancha de películas, anécdotas y nombres que salpican las páginas de La izquierda de Hollywood, un género brilla más que el resto: el policiaco con gánsteres. Sus dos primeros grandes éxitos fueron Hampa dorada (1930) y El enemigo público (1931). La última, protagonizada por un joven James Cagney, se considera la piedra angular de este tipo de cine. Su guionista, John Bright, “fue el primer innovador de izquierdas importante, tanto política como estéticamente”, aseguran los autores. Nacido en Chicago, Bright supo plasmar el sentimiento especial de su ciudad con el gansterismo mezclándolo con su pasado como vecino de un barrio obrero de ideas progresistas: en esa clase de vecindarios nació la mayor parte de los integrantes de las listas negras. Todo eso bulle en El enemigo público, aunque, según el libro, “los críticos con conciencia social se quejaron con acierto de que la crítica implícita al capitalismo siempre desaparecía en el último rollo de las películas de gánsteres, en las que la locura individual desplazaba a todo lo demás. Eso se debía a los esfuerzos por satisfacer las exigencias de los censores de un final individualista y satisfactoriamente moralizante. Hollywood obligó a los escritores a moderarse entonces y en las décadas siguientes”.

El trasfondo de izquierdas de ‘Solo ante el peligro’

Paul Buhle y Dave Wagner son autores de la biografía de Abraham Polonsky, el guionista de Cuerpo y alma, La fuerza del destino o El valle del fugitivo, "y el único de la lista negra que dejó por escrito sus puntos de vista estéticos". Marxista convencido, también se dio cuenta de que su lucha fue infructuosa porque aquellos progresistas nunca mandaron en Hollywood, sino que fueron mera mano de obra (con ideas propias, eso sí). Por eso, el neoyorquino es un personaje capital en el volumen, más que el mucho más famoso e idolatrado Dalton Trumbo o que Carl Foreman, otro grande, guionista de Hombres, El trompetista o El ídolo de barro. Antes de ser expulsado de Hollywood, Foreman escribió en 1952 Solo ante el peligro, el gran ejemplo de wéstern de izquierdas. A Foreman le despidió el productor, por miedo, del rodaje, pero dejó un libreto contra la inquisición, contra quienes callan ante las injusticias y apuestan por la "rentabilidad moral", y creó el wéstern disidente, "el que critica al capitalismo", como lo definen Buhle y Wagner, que radiografían este filme al final de su estudio.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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