La amistad de dos niños atraviesa la censura china
La película ‘A First Farewell’, de Lina Wang, proyectada en el festival Cinema Jove, refleja el arrinconamiento de la cultura uigur
La historia de la amistad entre un niño y una niña en una zona rural de abrumadora belleza de Xinjiang ha abierto una brecha en la férrea censura que China mantiene en torno a su región más occidental, escenario de la calificada como mayor campaña represiva del régimen desde la época de Mao, que tiene como objetivo a la minoría uigur. Dotada de una sensibilidad poética que recuerda a la del iraní Abbas Kiarostami, la película A First Farewell (Una primera despedida), que refleja el arrinconamiento de la lengua autóctona, en la que está rodada la cinta, ante la expansión del mandarín, fue presentada el miércoles por la noche por su directora, Lina Wang, en el festival Cinema Jove de Valencia.
El paso de Wang por el certamen ha sido el más misterioso que se recuerda. Acompañada de un séquito en el que destacaba el papel de una traductora especializada en decir prácticamente a todo que no con una educación extrema, Wang no ha podido ser fotografiada ni ha concedido entrevistas, salvo una a la organización del festival, que se hizo por escrito y de la que se cayeron las preguntas más delicadas sobre la situación en Xinjiang. La realizadora, de 32 años, también fue muy cautelosa durante el encuentro con los espectadores que siguió a la proyección del filme en el edificio Rialto. Todas sus respuestas, así como las preguntas que le dirigieron sus interlocutores durante el acto y en los corrillos que se formaron después, fueron grabadas en vídeo por la traductora y otro escolta, convertidos en su sombra.
Xinjiang alberga a 11 millones de uigures, un pueblo que habla una lengua turca, es étnicamente diferente del principal grupo del país, los han, y profesa mayoritariamente el islam. La convivencia entre ambas comunidades, que ahora representan respectivamente en torno al 50% de los habitantes de la región, se quebró hace una década, cuando un estallido de violencia se cobró más de 200 muertos. El Gobierno chino ha ido elevando desde entonces el control sobre su minoría, justificándolo en la existencia de grupos terroristas separatistas vinculados al flujo de combatientes uigures que han viajado a Siria para luchar por la yihad.
Pekín ha instalado en la región una vasta red de cámaras con sistemas de reconocimiento facial, según han advertido ONG y periodistas. Y ha creado centros de reeducación en los que permanecen recluidos sin acusación formal hasta un millón de personas, según denunció en agosto el Comité de la ONU para la Eliminación de la Discriminación Racial. El Gobierno chino sostiene que se trata de centros de formación profesional para fomentar la empleabilidad y frenar el avance del extremismo, pero mantiene a la prensa internacional alejada de las instalaciones.
Solo en mandarín
La película de Wang no menciona los campos de internamiento ni muestra ejemplos de represión dura, pero sí retrata el proceso de postergación de la cultura y la lengua uigur, convertidas en una rémora para el progreso social. Lo hace a través de la historia de Isa y su amiga Kalbinur, cuyos padres deciden que abandone su pueblo para matricularla en una escuela “solo en mandarín”, el único camino que ven para evitarle un destino de pobreza. Una de las escenas más conmovedoras muestra la humillación que Kalbinur y su madre sufren, de pie en medio de la clase, por parte de los profesores debido a las malas calificaciones que la niña de 10 años ha obtenido en mandarín.
La directora, de etnia han, nació en Sahaya, un pueblo de Xingjian marcado por los contrastes naturales de una de las regiones más áridas del planeta, y la película tiene mucho de autobiográfica. “Pasé toda mi niñez en un pueblo al borde del desierto de Taklamakán. Recuerdo que, después de llover, mi amigo de la infancia y yo nos tumbábamos bajo los pinos salados y esperábamos a que llegara un carruaje tirado por caballos. El borde de la carretera estaba cubierto de flores, más abajo en el camino había un huerto, un campo de algodón y el desierto de Gobi, y los ancianos uigures nos gritaban: ‘¡Vamos niños tontos! ¡Mi caballo puede llevaros a casa!’. Al igual que sucede en la película, tuve que salir de casa para ir a la escuela secundaria, también fue mi primera despedida y dejé atrás la vida a la que estaba acostumbrada”, ha afirmado Wang en Valencia.
Ninguno de los actores de la película, que inicialmente se planteó como un documental, es profesional. A pesar de lo cual brillan las interpretaciones de los niños Kalbinur Rahmati e Isa Yasan, que hacen básicamente de sí mismos. Wang los encontró después de visitar varios colegios y barrer las calles con su cámara. “Conocí a Kalbinur frente a su casa. Estaba, vestida con una falda roja, bailando frente a una casa de adobe derrumbada. Su risa era nítida y pura y supe que ella era la niña que estaba buscando. A Isa lo encontré en su casa alimentando a un cordero al que, como se mostraba reacio, besó para calmarlo. La imagen me recordó a mi infancia. Todos hemos estado cubiertos de barro, sintonizados con la naturaleza y los animales. Luego nos encontramos con innumerables despedidas, maduramos y crecemos”.
Fiesta del cordero y divorcio
A First Farewell compite en la sección oficial de Cinema Jove, que entrega este viernes sus galardones, tras haberse alzado con el Oso de Cristal de la Generación KPlus de la Berlinale y el Premio Futuro de Asia en el Festival de Tokio. La película solo menciona la religión, un elemento diferencial uigur, a través de una referencia a la islámica fiesta del cordero. Y muestra la naturalidad con la que la madre de la protagonista decide divorciarse y volver a juntarse con el padre de la niña. El filme sí hace hincapié, en cambio, en las desventajas que implica no hablar bien mandarín. Una lengua sin la cual, lamenta la mujer, ya no la entienden en el hospital.
Babelia
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