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Crítica | El vendedor de tabaco
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La realidad y el deseo

Sigmund Freud, encarnado por Bruno Ganz, apenas sale cuatro ratos mientras el protagonista absoluto es el joven ayudante de un viejo comunista

Javier Ocaña
Simon Morzé y Bruno Ganz, en 'El vendedor de tabaco'.
Simon Morzé y Bruno Ganz, en 'El vendedor de tabaco'.

Una personalidad relevante es introducida en un argumento de ficción dentro de un marco político y social de trascendencia histórica. Los estantes de las librerías se han llenado en los últimos años con esta fórmula dramática, pero el paso clave es el siguiente: ¿qué se hace con ello? ¿qué se quiere contar de novedoso o de fascinante respecto del personaje y del periodo significativo en el que se ambienta la trama? El ejemplo perfecto de cómo desaprovecharlo todo podría ser El vendedor de tabaco, al menos en su versión cinematográfica.

EL VENDEDOR DE TABACO

Dirección: Nikolaus Leytner.

Intérpretes: Simon Morzé, Bruno Ganz, Johannes Krisch, Emma Drogunova.

Género: drama. Austria, 2018.

Duración: 112 minutos.

La celebridad es Sigmund Freud y el periodo histórico, los meses inmediatamente anteriores y posteriores a la llegada del nazismo a Austria. Pero, interpretado por el ya fallecido Bruno Ganz, el neurólogo judío apenas sale cuatro ratos mientras el protagonista absoluto es el joven ayudante de un viejo comunista, también judío, dueño de un estanco: un indolente que sueña todo el tiempo, despierto y dormido, se supone que para ir introduciendo en sus fantasías algunas de las teorías y de las imágenes símbolo del padre del psicoanálisis. No es mala pauta si estuviese bien desarrollada.

Basada en una novela de Robert Seethaler publicada el año pasado, la película entronca en sus primeros minutos, aunque en un pálido reflejo, con la magnífica Trenes rigurosamente vigilados (Jirí Menzel, 1966): por el tiempo en el que se ambienta la historia (en la de Menzel, la ocupación nazi de Checoslovaquia); por la abulia que desprende el joven protagonista; por su obsesión por las mujeres en un despertar sexual con una pizca de comedia; y por sus continuas ensoñaciones.

Sin embargo, dirigida y coescrita por el austriaco Nikolaus Leytner, inédito en nuestro país y especializado en telefilmes, El vendedor de tabaco está llena de contrariedades formales y narrativas. La ambientación (calles, vestuario, nieve…) tiene un aroma acartonado, la representación de los sueños ni tiene empaque visual ni fuerza metafórica, y hay un par de variaciones del punto de vista directamente de guionista aficionado. De modo que cuando llega la tragedia, con los ataques a los judíos y el clímax emocional, ya es tardísimo. Primero, porque eso ya lo hemos visto en infinidad de películas mucho mejores. Y segundo, y esencial, porque es entonces cuando se percibe lo mal que se han conjuntado unos elementos que, en principio, podían tener cierto interés: la realidad y el deseo.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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