Muerte (y política) en las aulas
Petros Márkaris ambienta el último caso del comisario Kostas Jaritos en el asfixiado mundo universitario de la Grecia de hoy
Petros Márkaris, el hombre que ha elevado el noir griego a categoría de crónica social de una época – la de la crisis perpetua contemporánea –, siempre escribe contra algo. “Cuando algo me enfada muchísimo, me pongo a escribir contra ello”, dice, y hace gestos enfáticos con las manos – los hace todo el rato –, y se ríe a menudo. Su carácter es siempre tan extremadamente afable, tan de maestro deseoso de abrir caminos y señalar posibilidades, que nadie diría que sus deliciosos y políticos noirs protagonizados por una familia, la del comisario Kostas Jaritos, nacen de la ira, de un cabreo monumental. “Es siempre así”, insistía la semana pasada en Barcelona. En Universidad para asesinos (Tusquets), la entrega número 12 de la serie, el detonante fue “descubrir cuánto ansían el conocimiento los universitarios y qué poco se hace para proporcionárselo”.
Pongámonos en antecedentes. La devastadora crisis de los primeros años del siglo XXI dejó a la universidad griega, y en general, a la administración griega, en las últimas. “No hay dinero”, dice el escritor. Y el tiempo pasa, los profesores envecejen, y les llega la edad de la jubilación, pero no pueden jubilarse, o lo hacen y, de todas formas, siguen yendo a dar clases, porque “la universidad no tiene dinero para contratar a nuevos profesores”. Ante tal disyuntiva, “o los alumnos se quedan sin esas clases que no tienen profesor, o los profesores jubilados se quedan y las siguen impartiendo”. Lo sorprendente, dice el escritor, es el ansia de conocimiento de los jóvenes. “Yo he sido uno de esos profesores. El departamento de estudios alemanas me pidió que impartiera un curso sobre el Fausto de Goethe, puesto que soy su traductor al griego. Lo impartí, y al principio había inscritos 80 alumnos. Para cuando el curso acabó, los inscritos eran 800”, recuerda.
En la universidad hay dos tipos de estudiantes: los que quieren aprender, y los que quieren lanzar su carrera política desde abajo, es decir, los que van a montar pollos Petros Márkaris
El éxito fue tal que al año siguiente, volvió a impartir el mismo curso. “Me pidieron que lo diera por la tarde, porque por la mañana los chavales no podían venir: estaban trabajando. El joven universitario griego está obligado a trabajar para subsistir. Esta es una imagen fidedigna de Grecia hoy. Alguien que, como yo, no es académico, pero está haciendo de académico, mientras los académicos se pasan a la política”, dice. Hay crítica, y una crítica ácida, aderezada con cientos de platos griegos, en Universidad para asesinos – pues Kostas es, al igual que Pepe Carvalho, un amante de la cocina mediterránea –, que arranca con la posibilidad de un ascenso para el comisario. El director Guikas se jubila y Kostas es el principal candidato a sustituirlo. “Pobre Kostas, se lo merece muchísimo, pero no se lo van a poner nada fácil”, se lamenta Márkaris.
Porque, justo en el momento en que el comisario empieza a optar al puesto, encuentran el cadáver de un ministro que fue antes catedrátrico de Derecho. Al profesor le perdían los dulces. Alguien lo ha envenenado con una tarta. Y todo apunta a que ese alguien en cuestión procede del mundo universitario. “En la universidad hay dos tipos de estudiantes: los que simplemente quieren aprender, y los que en realidad están ahí para lanzar su carrera política desde abajo, es decir, los que van a montar pollos y a erigirse en líderes de movimientos. Esos acaban en partidos políticos”, dictamina el escritor. Está de paso por Barcelona. En concreto, está a punto de reunirse con un buen montón de lectores en una céntrica biblioteca, en la que probablemente hable tanto de su comisario como de su Europa ideal: una en la que lo que nos une no es el mercado sino la cultura.
Pero volviendo a esa clase política que se gesta en los pasillos de la universidad, Márkaris no puede evitar cargar más de la cuenta contra la llamada Generación Politécnica, la que en Grecia fue a la universidad en la década de los 70. Su eslogan era Pan, educación, libertad (ese eslogan dio título a uno de sus libros), y “realmente se la jugaron: fue una generación valiente, resistieron a la dictadura militar de la época, pero ¿qué pasó cuando la dictadura acabó? Que muchos de estos jóvenes desarrollaron carreras en el mundo de la política y la universidad, y su actitud sigue siendo la misma: nunca han pensado en el progreso del país, viven instalados en la resistencia, quieren seguir montando pollos”, dice. Es por eso que cree que la crisis que se está viviendo ahora mismo, “no es cosa de hace cinco o diez años, sus raíces son mucho más profundas, se remontan a hace 40 años por lo menos”.
A Márkaris le gustaría, y cree que es lo que está ocurriendo, que sus novelas, los casos de Jaritos, se leyesen como una crónica de época, y una que funciona a dos niveles. “Por un lado está el caso que se investiga, que siempre tiene que ver con algo que está pasando y que, como he dicho antes, me cabrea muchísimo, y por otro, la familia, como muestra de lo cotidiano, de la vida en la época de la que hablo. Y es curioso pero esa parte, la de la familia, se entiende sobre todo en los países del sur de Europa, mucho más apegados a la idea de la familia como núcleo del que todo parte”, asegura el escritor, que no sabe qué ocurrirá en julio, cuando se celebren las elecciones que el resultado de las europeas ha adelantado en Grecia. “Lo único que sé es que la gente está desesperada, y cuando alguien está desesperado no piensa con claridad”, dice.
Así explica el auge de la derecha y la extrema derecha en Europa. “Los que han votado al Frente Nacional de Marie LePen en Francia son los mismos que en su momento votaban a los comunistas. La cosa no va tanto de ideología como de querer salir de esta y no saber cómo hacerlo. Ha sido el voto de la desesperación el que ha llevado a Salvini al poder en Italia. En Grecia, desde el principio, nuestro primer ministro cometió errores garrafales. En vez de pensar en cómo sacar a Grecia de la crisis, ingenuamente creyó que un país pequeño y endeudado hasta las cejas podía cambiar toda la Unión Europea. Y estamos pagando las consecuencias de esa ingenuidad. Ahora la gente está también desesperada, y lo más probable es que fuercen el cambio sin pensar en lo que viene con ese cambio. Lo único que quieren es que la cosa no se quede como está”, concluye.
Babelia
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