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Fuga de cerebros: la generación perdida de Grecia

El éxodo de medio millón de jóvenes por la crisis priva a la economía helena de un segmento de población cualificado, vital para su recuperación

María Antonia Sánchez-Vallejo
Manifestación de estudiantes contra las políticas de austeridad en Atenas en 2017.
Manifestación de estudiantes contra las políticas de austeridad en Atenas en 2017.Emily Molli (Getty Images)

La pirámide demográfica de Grecia en la última década no está hecha sólo de nacimientos y muertes, sino también de ausencias. Entre 2008 y 2013, 223.000 griegos entre 25 y 39 años, licenciados en su mayoría, huyeron del país por la asfixia a futuro que representaba la peor crisis económica en tiempos de paz en Europa. Hasta junio de 2016, eran 427.000. A día de hoy se calcula que ha emigrado más de medio millón.

Grecia envejece, y la presión demográfica arroja sombras sobre la recuperación económica tras ocho años de austeridad a martillazos. La población no ha dejado de contraerse desde 2011 (11,1 millones) hasta los 10,7 millones actuales (y con una previsión de entre 8,3 y 10 millones para 2050). Hoy el 21% de los griegos tiene más de 65 años, pero en 2050 serán más de un tercio. Los tres rescates de la troika han recortado las pensiones una docena de veces, y aún habrá más ajustes en 2019, pero nadie sabe quién pagará la factura en un contexto adverso: sólo hay 1,3 trabajadores por pensionista, frente a los 2,5 considerados necesarios para asegurar la sostenibilidad del sistema; es decir, 3,6 millones de empleados para 2,8 millones de jubilados.

A una tasa de natalidad del 1,4% se suma la carencia de los mejores cerebros, los más jóvenes, los emprendedores: una generación perdida, la de los nacidos en los ochenta y noventa del pasado siglo; un panorama de tierra quemada con un precipicio por delante —el riesgo de que descarrilen las reformas impuestas por la troika— y muchos vacíos por detrás. En 2016 la fuga de capital humano le costó al Estado heleno 9.100 millones de euros, los que dejó de ingresar en impuestos y contribuciones, frente a los 8.000 millones que había invertido en su formación; a la inversa, los expatriados aportaron 12.900 millones al PIB de los países de acogida, según la consultora McKinsey Greece & Cyprus.

La diáspora, solo comparable a la que en los años cincuenta vació el país de gente que escapaba de una posguerra de hambre y de odio, no tiene visos de terminar, y son pocos los que se atreven a desandar el camino. Algunos motivos: la falta de meritocracia —un sistema completamente ajeno a la cultura griega— y una corrupción endémica, contra la que de poco han servido las recetas de la troika; el fraude fiscal al por menor, la trampa, el pago en negro, siguen siendo moneda corriente. En una reciente encuesta a expatriados, la crisis económica sólo aparece en segundo lugar entre las razones que justifican el brain drain, por detrás de las dos citadas. El informe, de la consultora ICAP, muestra que la mitad de los encuestados ha trabajado fuera al menos tres años y que un tercio no contempla regresar a su país “de forma permanente”.

Una nueva diáspora

La plataforma virtual New Diaspora documenta el éxodo masivo de la Grecia de la crisis. Desde 2013, su creador, el cineasta Nikolaos Stampoulopoulos, ha registrado, primero desde Holanda y luego en Atenas, perfiles y experiencias de casi medio millar de expatriados que forman lo que él llama "una nación sin fronteras". New Diaspora empezó como espacio que acogía relatos autobiográficos, pero enseguida pasó a promover actos culturales y empresariales en muchos de los países de acogida y, con el tiempo, se ha convertido en una bitácora del periplo griego que sirve como material a muchos expertos, como una buena cartografía del talento perdido (y recobrado).

Stampoulopoulos y su equipo han rodado también una serie de documentales que relatan los esfuerzos de los profesionales griegos en el extranjero por contribuir al cambio en su país. Así, el documental Reload Greece retrata cómo se constituyó, y qué pretende, la plataforma de startups más relevante de la diáspora griega. "Así como existen muchas web sobre la diáspora tradicional [la de los que emigraron en el siglo XX], esta es la única que registra la actual. Al principio no era más que un cajón de historias personales, pero con el tiempo nos hemos convertido en un enlace para los propios emigrados y también para investigadores, universidades y think tanks. A veces incluso distribuimos encuestas, aumentando exponencialmente el universo de las mismas", dice Stampoulopoulos. "Además de un lugar de encuentro, otro de nuestros objetivos es mostrar una Grecia que se mueve, que hace cosas en el exterior, del arte a la gastronomía o los negocios; también queremos romper estereotipos: el del griego ocioso y holgazán, tan difundido por muchos medios durante la crisis, y el del extranjero como un paraíso donde todo es perfecto".

Entre las políticas adoptadas para enderezar el quebrantado esqueleto del país destaca el Centro Nacional de Documentación (EKT, en sus siglas griegas), una mezcla de CSI que rastrea la fuga de cerebros y de vivero de empresas basadas en I+D, un sector al que Grecia destinó el 1% del PIB en 2015. “Es una iniciativa política, para medir los resultados de las acciones de investigación y poner en contacto a los expertos con el mundo empresarial”, explicaba en marzo Evi Sajini, directora del EKT. El empeño en crear una nueva economía (“economía verde”, la llamó en su día el ex primer ministro Yorgos Papandreu), en modernizar el anquilosado tejido improductivo griego, ha sido un denominador común de las autoridades durante la crisis. El caso de la isla de Tilos, la primera del Mediterráneo que se abastece por completo de energías sostenibles, bien podría servir de ejemplo, pero la endeblez congénita del Estado actúa a la contra.

“El primer objetivo es frenar la huida de cerebros de nuestras universidades, con una meta de 20.000 beneficiarios hasta 2020. El programa, lanzado en 2016, ya ha ayudado a 1.400 licenciados y posgrados contratados, con salarios más bajos que los de la empresa privada, pero en sectores importantes para la economía real”, cuenta Sajini. “En segundo lugar, ya que muchos de los expatriados no van a volver, aspiramos a que contribuyan a mejorar el contexto laboral en Grecia: recibimos su feedback, ideas y propuestas. Además, cartografiamos a todos los expatriados y monitoreamos sus trabajos. Una nueva generación, muy relevante, está madurando profesionalmente fuera, y no podemos desvincularnos de ella”.

En Suecia u Holanda, recuerda Sajini, no hay un solo hospital donde no trabaje un médico griego. Como Christos Mavraganis, de 29 años, que ha optado por Alemania para especializarse en Ginecología. “Llevo tres años y me quedan dos, tras los que espero seguir formándome en Suiza o Inglaterra. No me fui solo por la crisis, también por la lista de espera en mi especialidad, que en Atenas era de 5-6 años. Digamos que la crisis no fue la razón principal, ni el nivel educativo, altísimo: hay muchos médicos y muy buenos. Pero falla la gestión de los hospitales, el funcionamiento del sistema de salud”, lamenta Mavraganis, subrayando una de las principales fallas que han puesto de relieve los rescates: la práctica disfuncionalidad del Estado, su arcaísmo y, tras el rodillo de la austeridad, su más que evidente desguace. Un solo dato: la financiación de los hospitales públicos se redujo más de la mitad entre 2009 y 2015, según un estudio de febrero de The Lancet (el gasto público general se contrajo un 36% en el mismo periodo). Mavraganis no cree que la mejora de la situación dependa del fin de los rescates, “sino de la voluntad política” de modernizar el Estado. Mientras tanto, sabe, “como lo saben muchos de mis amigos, también expatriados”, que si regresa ahora sólo le aguardaría un sueldo de miseria.

“El objetivo prioritario es frenar la marcha de talento: si en 2008 había 7.854 docentes e investigadores griegos en universidades extranjeras, en 2015 eran ya 141.200. Este país no puede permitírselo, no sólo en términos económicos, sino también sociales”, recuerda Sajini. La trayectoria de Marilena Ragoussi, doctora en Química por una universidad inglesa, posdoctorada en la Autónoma de Madrid y que hoy trabaja en políticas públicas de energía en la OCDE en París, es un buen ejemplo de talento y esfuerzo. “Llevo 13 años fuera, me fui antes de que empezara la crisis para formarme, con la idea de volver al terminar de estudiar, pero ahora la situación no lo permite. Quién sabe si en cinco o diez años, parece que las cosas mejoran…, pero ahora mismo no son muchos los que se animan a regresar. De mis conocidos, sólo dos han vuelto a Grecia estos años, y a uno le salió mal y tuvo que regresar al extranjero. Lo que hago aquí en París no sé si podría hacerlo en Grecia, pero si hubiera oportunidades estimulantes, que creo que las habrá, me plantearía volver incluso aunque el sueldo fuera menor”, explica Marilena.

De recuperar a esta generación pujante se ocupan también otras iniciativas, tanto públicas como privadas, que actúan como cordón umbilical para retener talento e inyectarlo de vuelta. Un ejemplo es Marathon Venture Capital, un fondo para emprendedores griegos, participado por el Gobierno de Atenas, el Fondo Europeo de Inversiones y el Banco Europeo de Inversiones. Proporciona entre el 50% y el 90% del capital a nuevas empresas y retiene del 15 al 20% del accionariado. Hasta ahora ha inyectado 300 millones en una decena de nuevas firmas. O Reload Greece, una plataforma privada con base en Londres que, con un presupuesto recaudado de dos millones de libras, ha sacado adelante 85 startups desde que en 2012 cinco amigos griegos expatriados decidieron revertir la negativa imagen que su país proyectaba en el mundo por culpa de la incertidumbre económica —la amenaza del Grexit— y se propusieron “mostrar el lado creativo y productivo del país”, dicen desde la plataforma. Miles de Ulises diseminados por el mundo navegan como hizo en su día el héroe homérico. Lo único que no está escrito es cuánto tardarán en volver a Ítaca, si es que regresan.

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