La radical independencia
El cuarto largo de Ethan Hawke es una película ocre, del color de los leños del bosque
Más que una biografía sobre un compositor e intérprete de aureola maldita, Blaze es una canción de amor al country & western. A la música, pero sobre todo a su espíritu, a sus garitos, a sus leyendas, a su modo de vida, a su honestidad, intensidad, sencillez y ambiente rural. Una película con estructura de canción, con un estribillo en forma de secuencia que sirve de hilo conductor, un empaque formal inequívocamente a la americana, y compuesta por una estrella de la interpretación que cuando se ha acercado a la dirección lo ha hecho desde la más radical independencia. Al Ethan Hawke cineasta le estaba esperando el cantante maldito Blaze Foley, fallecido en 1989.
BLAZE
Dirección: Ethan Hawke.
Intérpretes: Ben Dickey, Alia Shawkat, Charlie Sexton, Josh Hamilton.
Género: musical. EE UU, 2018.
Duración: 127 minutos.
Esos dos estribillos, constantes en un relato de ida y vuelta, con continuos recodos y digresiones en su estructura, son la última actuación en directo de Blaze antes de su muerte y una entrevista radiofónica con Townes Van Zandt, éste sí, triunfador (a ratos) en vida a pesar de su inesperado fallecimiento, amigo personal, intérprete de algunas de las letras de Foley, y al que pone rostro con poderío en la mirada y voz rotunda otro cantante country: Charlie Sexton.
Historia de amor a una música e historia de amor en sí misma, con el relato romántico entre el cantante protagonista y su pareja, la película de Hawke adquiere los matices del country gracias al bellísimo trabajo fotográfico de Steve Cosens, de uniforme tono ocre con leves variaciones. Blaze es una película ocre, del color de los leños del bosque donde habita la pareja, de sus guitarras y violines, de la cerveza y el whisky de sus garitos, de las portadas de tantos discos de americana y country, de las “flores muertas cada mañana” de la mítica canción de los Rolling Stones.
Sin concesiones al público, Hawke, amante del cine de John Cassavetes, de su cercanía, agilidad y espontaneidad, como ya demostró en su muy interesante ópera prima, Chelsea Walls (2001), desarrolla su relato con una independencia de veras: en la duración del metraje, en la cantidad de canciones, en la composición de sus anécdotas, en la poesía de sus textos. De modo que muy probablemente sea una obra especialísima para los seguidores del género, pero que puede hacerse cuesta arriba a los refractarios al country. Algo que ni a Blaze ni a Hawke les importará en absoluto.
Babelia
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