Los trastos de la memoria
Todo fluye con la naturalidad de un río de la existencia donde el dolor y el ardor habitan un único tiempo
Demasiadas veces poner orden en la vida es recapacitar sobre nuestros propios recuerdos. Reflexionar y estructurar; expulsar lo superfluo, aceptar lo dañino y agarrarse a las pocas o muchas certezas del pasado y del presente. Casi como un mercadillo con los trastos de la casa familiar: la metáfora que utiliza la directora y guionista francesa Julie Bertuccelli en La última locura de Claire Darling, simbólico drama sobre el irresistible peso de la memoria, con evidentes ecos de la película madre en este sentido, Fresas salvajes, de Ingmar Bergman, y aún más paralelismos con una obra reciente con la que comparte no solo tema, tratamiento y espacio vital (una casona burguesa), sino también el poso de mito y gravedad de su intérprete principal: El león duerme esta noche, de Nobuhiro Suwa, protagonizada por Jean-Pierre Léaud.
LA ÚLTIMA LOCURA DE CLAIRE DARLING
Dirección: Julie Bertuccelli.
Intérpretes: Catherine Deneuve, Chiara Mastroianni, Alice Taglioni, Samir Guesmi.
Género: drama. Francia, 2018.
Duración: 94 minutos.
Aquí es Catherine Deneuve la que envuelve la historia con la aureola de trascendencia que siempre acompaña a la diva francesa, alrededor de las supuestas últimas horas de vida de una mujer con un evidente desequilibrio mental que decide vender sus muebles y objetos como el que se deshace de los navajazos de la vida. A la manera de Bergman (y de Suwa), pero más sutilmente, de un modo más tenue en la imagen, Bertuccelli introduce en el mismo plano a los seres humanos del pasado junto a los del presente, para ir conformando un relato donde, aunque haya flashbacks, todo fluye con la naturalidad de un río de la existencia donde el dolor y el ardor habitan un único tiempo.
Con buena cadencia en la información, poco a poco se van desvelando tanto la tragedia familiar que agujerea el alma y la mente como las discutibles decisiones del pasado, y Bertuccelli, que adapta una novela de Lynda Rutledge, acude además a una suerte de metalenguaje interpretativo al otorgar el papel de hija del personaje de Deneuve a la de la propia actriz: Chiara Mastroianni. Y como ya hiciese en la notable El árbol (2010), su anterior película, la directora centra su discurso en la influencia del paisaje y de los objetos en un retrato alrededor de la locura, la culpa y la muerte, que únicamente da un importante resbalón en su apocalíptico desenlace: horrendo en lo formal, y más que discutible en su fondo.
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