El hombre que no tenía miedo
Notable wéstern de Vincent D’Onofrio, su segundo trabajo como director tras casi cuatro décadas en la interpretación
“Tener miedo no es malo. A mí también me pasa. Pero ahora quiero que cierres los ojos y veas quién vas a ser cuando esto acabe: sin miedo a nada”, dice una joven a su hermano pequeño, en medio de una dolorosa huida nocturna, tras matar el chico a su maltratador padre en los primeros minutos de la historia. Sin piedad, notable wéstern de Vincent D’Onofrio, su segundo trabajo como director tras casi cuatro décadas en la interpretación, es una película sobre el miedo y sobre su ausencia. Y también un relato espejo.
SIN PIEDAD
Dirección: Vincent D'Onofrio.
Intérpretes: Ethan Hawke, Dane DeHaan, Chris Pratt, Leila George.
Género: wéstern. EE UU, 2019.
Duración: 100 minutos.
“Un hombre que no tiene miedo es impredecible”, afirman más tarde sobre el mítico Billy El Niño. El crío, que ha vivido sus pocos años de vida como una tragedia constante, bien podría ser el famoso Billy del pasado o él mismo en el futuro. Y uno se mira en el otro, como en un espejo, cuando ambos se encuentran en la historia pergeñada por el guionista Andrew Lanham, interesante variación de un personaje, de un mito de la cultura popular, que el cine ha tratado con reiteración. Esta vez, en la línea hiperrealista de toda la película (en la suciedad, en el vestuario, en los duelos), con la interpretación de Dane DeHaan, de enorme parecido físico con las fotografías que se conservan de Billy, y un actor de una inquietud e histrionismo naturales, nada impostados.
Sin piedad, contundente en la representación de la violencia y con un fascinante uso de la banda sonora de los hermanos Gaines, incluso con instrumentos construidos especialmente para la película y lindando en algún momento de su partitura con el hard rock, solo se despista puntualmente con dos saltos en el tiempo que, más que elipsis, parecen atajos narrativos. Sin embargo, el mito de Pat Garret (aquí, Ethan Hawke) y de Billy mantiene tanto la línea realista como la histórica.
Y, de paso, en uno de los duelos finales, la película tiene el buen gusto de entroncar en tres aspectos con El hombre que mató a Liberty Valance. El textual: “¿Me vas a convertir en el hombre que mató a Pat Garret?”. El meramente físico, con el resultado del duelo. Y el de su esencia: “¡No importa que sea verdad! Importa lo que dirá la gente cuando te hayas ido”.
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