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El Japón alienado de Tetsuya Ishida se muestra en el Palacio de Velázquez

La primera retrospectiva fuera del país del artista, muerto en 2005 a los 32 años, incluye 70 obras

Margot Molina
'Repostar comida' (1996), una de las obras de Tetsuya Ishida en el Palacio de Velázquez.
'Repostar comida' (1996), una de las obras de Tetsuya Ishida en el Palacio de Velázquez.
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Aunque su nombre, Tetsuya Ishida, resulte desconocido en Occidente incluso para los expertos en arte contemporáneo, su pintura deja una huella indeleble. Es imposible enfrentarse a sus historias de alienación, automatización en el trabajo, consumo desaforado, capitalismo, especulación inmobiliaria... y salir indemne. Autorretrato de otro,inaugurada ayer en el Palacio de Velázquez del Retiro, en Madrid, es la primera retrospectiva del artista japonés que se realiza fuera de su país y reúne unas 70 obras fechadas entre 1996 y 2004, poco antes de su muerte —para muchos suicidio— a los 32 años. “Nosotros lo descubrimos en la Bienal de Venecia de 2015, donde había tres pequeñas obras, y apenas se ha visto fuera de Japón. Es un artista que refleja la distopía de la sociedad en la que vivimos con una precisión casi de cirujano”, apuntó ayer Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía, del que depende el Palacio de Velázquez.

Ishida, que terminó sus estudios en plena crisis de los noventa y lejos de vivir de la pintura empleó todos sus escasos recursos en poder seguir pintando, disecciona las lacras de la sociedad capitalista japonesa. “Desde el karoshi, la muerte por exceso de trabajo, hasta los hikikomori, jóvenes que se autorrecluyen y llevan una existencia virtual, en sus obras, la mayoría acrílicos sobre lienzo en los que predominan los tonos fríos, aparece siempre un hombre genérico, el mismo representado en todas las edades”, comenta Teresa Velázquez, comisaria de la exposición que podrá verse hasta el 8 de septiembre.

'Invernadero' (2003), de Tetsuya Ishida.
'Invernadero' (2003), de Tetsuya Ishida.

Semblantes hieráticos de hombres clonados en cadenas de montajes, cuerpos cosificados que se transforman en objetos cotidianos o seres híbridos que recuerdan la iconografía del surrealismo pueblan las obras de Ishida. Lienzos en los que el artista se autorretrata como un ser anónimo, como parte de una comunidad adocenada y en la que solo aparecen dos mujeres.

El director de cine Isamu Hirabayashi, el mejor amigo de Ishida y compañero de estudios en la Facultad de Bellas Artes en la Universidad de Musashino (Tokio), hace un retrato de los gustos y la personalidad del artista que vivía solo para la pintura. “Tenía un trabajo a tiempo parcial en un turno nocturno y se mudó a un barrio de Sagamihara, porque allí había una gran tienda de materiales de pintura a la que podía ir andando sin gastar dinero en tren. Su máxima prioridad eran los utensilios de pintura, compraba alimentos baratos y comía cada día lo mismo”, escribe Hirabayashi en el catálogo. Su amigo recuerda su carácter introvertido y cómo encontraba un componente estético en el suicidio.

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Sobre la firma

Margot Molina
Ha desarrollado su carrera en El PAÍS, la mayor parte en la redacción de Andalucía a la que llegó en 1988. Especializada en Cultura, se ha ocupado también de Educación, Sociedad, Viajes y Gastronomía. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado, entre otras, la guía de viajes 'Sevilla de cerca' de Lonely Planet.

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