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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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Irene o el tesoro

Irene Escolar interpreta en 'Leyendo Lorca' personajes y versos del poeta granadino tres años después de haber realizado el espectáculo por primera vez

Marcos Ordóñez
Irene Escolar, en la gala de entrega de los premios Fotogramas de plata del pasado 4 de marzo.
Irene Escolar, en la gala de entrega de los premios Fotogramas de plata del pasado 4 de marzo.SERGIO R MORENO (GTRES)

No pocos artistas habrán tenido línea directa con Lorca, de corazón a corazón, a la hora de transmitir su latido. Irene Escolar empuñó ese teléfono y se apuntó a esa brigada hará tres años con Leyendo Lorca, que el próximo 5 de mayo representa de nuevo, ahora en la Sala Verde de los Teatros del Canal. La función fue un encargo de la Universidad Menéndez Pelayo, y la actriz todavía recuerda el silencio total del público con el adiós de la Gacela de la muerte oscura que cierra el espectáculo. Irene acababa de representar El público en La Abadía y se había zambullido en los textos del poeta, centrándose en las voces femeninas y el tema eterno del amor que pudo haber sido y no fue, como hilos argumentales. Así armó un tejido con diálogos entre la Novia y la Madre de Bodas de sangre, y la Julieta y el Caballo Blanco de El público; y el monólogo (“Me he acostumbrado”) de Doña Rosita la soltera. También destellan la voz más enajenada de Yerma; y diamantes de Diván del Tamarit y Sonetos del amor oscuro; y la furia justiciera de Grito hacia Roma, y una mirada al abismo de los últimos momentos del poeta junto a la Fuente de las Lágrimas, y la conmovedora historia de amor de Rafael Rodríguez Rapún marchando a morir al frente del Norte, evocado por María Teresa León. Y las certeras exhumaciones de Ian Gibson, y el inquietante aleteo del pez luna.

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Irene Escolar es claridad y fulgor que ilumina la vida y la obra del poeta. No necesita pedirle ayuda al duende, porque habla con la voz de su dueño cuando dice “no puedo explicar nada, sino balbucir el fuego que me quema”. Como él, “no silba desde las ventanas: vive en el teatro”.

Tras el despegue la Menéndez Pelayo en Santander, el Festival de Otoño le abrió las puertas de la Residencia de Estudiantes y justamente las de la sala donde Federico tocaba el piano. “Luego me llamaron para hacerlo en el Pavón y de allí fueron saliendo bolos por España”. Y por lugares insólitos, como la Fundación Jan Michalski, de Suiza, a los pies de los Alpes. Vi la función el pasado marzo en otro lugar insólito: la sala oval del Palacio de Montjüic, sede del Museo Nacional de Arte de Cataluña, donde nos juntamos 500 personas enmudecidas, conmocionadas, porque no es una lectura de poesía al uso sino, como pedía Federico, “carne mía, alegría mía y sentimiento mío”. Es una emoción, dice la actriz, “que me arrastra y me encoge el estómago de una manera muy profunda”. Poesía, como escribió certeramente, “que calma y envalentona el alma para aceptar el misterio”. Siempre está dispuesta, añade, “a coger el atril y el vestido de noche e irme donde me llamen. A mí me gustaría que el Instituto Cervantes me llevara fuera de España para poder transmitir mejor la palabra de Lorca por el mundo”. Irene o el tesoro, como diría Buero.

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