Regreso a la pureza del corazón
Un trabajo que se esfuerza constantemente por defender su propia personalidad distintiva, pero no puede sortear del todo los peligros

En la portada del número 21 de sus aventuras, publicado en 1943, el superhéroe hoy rebautizado como ¡Shazam! –pero entonces aún conocido como Capitán Marvel- se enfrentaba a Adolf Hitler iluminando su medrosa figura con un arma implacable: el Rayo de la Honestidad. La portada del número 31, aparecido en enero de 1944, se centraba en un Capitán Marvel pensativo, con sus versiones angélica y demoníaca, encarnaciones de su buena y mala conciencia, susurrándole consejos en cada oído. El trazo caligráfico y redondeado de su dibujante C. C. Beck devuelve al lector contemporáneo ecos muy ajenos a la concepción del superhéroe posmoderno: la estética se coloca a medio camino entre la flexibilidad del cartoon y la transparencia de la línea clara. El personaje fue hijo de los cuarenta, una década en la que el arquetipo del superhéroe estaba en su edad de la inocencia, como cristalización de un idealismo colectivo que se definía en la pureza de corazón. La invocación mágica que convertía a un niño en superhéroe era un acrónimo de valores mitológicos –Salomón, Hércules, Atlas, Zeus, Aquiles y Mercurio- y la frontera del lado oscuro la trazaban los siete pecados capitales.
¡SHAZAM!
Dirección: David F. Sanberg.
Intérpretes: Zachary Levi, Asher Angel, Michelle Borth, Mark Strong.
Género: ciencia-ficción. Estados Unidos, 2019.
Duración: 132 minutos.
Pese a que al supuesto mando de la película esté un David F. Sanberg formado en el cine de terror, ¡Shazam! rompe con esa oscuridad dominante en el universo cinematográfico D.C. –levemente matizada por la reciente Aquaman (2018)- para convertir la ingenuidad intrínseca al personaje en su clave de sol. El resultado es un trabajo que se esfuerza constantemente por defender su propia personalidad distintiva, pero no puede sortear del todo los peligros redundantes de narrar un nuevo relato de origen y de culminar en el sempiterno enfrentamiento hiperbólico entre superhéroe y supervillano; arquetipos que son vistos, sin caer en complejidades morales, como resultados inversos de una misma ecuación mágica.
Tras puntuales ideas brillantes, como los vídeos de aprendizaje superheroico para YouTube, la película enlaza guiños –desde Big (1988) hasta Encuentros en la tercera fase (1977)- con el afán neurótico de quien sabe, en el fondo, que ninguna de sus imágenes propias alcanzará ese grado de perdurabilidad.
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