Carlos Saura comienza por el final en Guadalajara
El cineasta filma en Jalisco (México) su regreso a la ficción, 'El rey de todo el mundo'
En el conjunto del Centro Santander de Guadalajara (México) notas de un piano invisible flotan en el aire. En algún sitio de este novísimo conjunto de artes escénicas del Estado de Jalisco uno de los mejores bailarines de ballet del mundo, Isaac Hernández, del English National Ballet, y Greta Elizondo, de la Compañía Nacional de Danza, mantienen sus cuerpos al punto bajo la supervisión del francés Emmanuel Thibault. Hernández, de 28 años, se pone en forma durante los tiempos muertos del rodaje de la nueva película de Carlos Saura, El rey de todo el mundo. En unas horas, tomará un avión a Buenos Aires, donde montará la versión de El Quijote en el Colón.
En el sótano del gran edificio, pisos abajo de donde ensayan los bailarines, un universo se ha creado en torno a lo que Hernández llama “la caja negra”. Gigantescas telas negras cuelgan del techo para crear un escenario iluminado por Vittorio Storaro, el legendario director de fotografía ganador de tres premios Oscar, uno de ellos por Apocalipsis ahora. El italiano vuelve a trabajar con Saura, de 87 años, por primera vez en casi una década y después de haber hecho juntos Flamenco y Tango. “Siempre que no viene Vittorio es por razones económicas. Para una película pequeña como Fados no vas a traerle porque tiene un equipo, viene de Italia con sus focos y sus cosas. Creo que ahora ha hecho un sacrificio viniendo con poco equipo y poca gente. Le apetecía volver a trabajar juntos”, cuenta Saura tras una pausa en el rodaje de la que será su película 43.
El rey de todo el mundo toma su nombre de Fallaste corazón, una canción de 1955 escrita por Cuco Sánchez. La canción, popularizada por Pedro Infante y Chavela Vargas, formó parte de la educación musical de Saura. La cinta cuenta varias historias entrelazadas alrededor de dos amantes, una coreógrafa (Ana de la Reguera) y un director (Manu García-Rulfo), quienes crean un musical que tiene como hilo conductor canciones populares y géneros locales, incluido el reggaeton, en una banda sonora compuesta por el español Alfonso G. Aguilar y el mexicano Carlos Rivera, quien ganó el reality La Academia en 2004. El argumento de Saura se hace guiños a sí mismo. “¿Cómo un director va urdiendo una historia? ¿Cómo se hace una cosa, cómo se monta un espectáculo?”, explica vagamente sobre el proyecto.
Esta película surgió de una idea fallida. El productor Eusebio Pacha, de Pipa Films, buscaba director para un biopic de Rocío Durcal y se acercó a Saura. El director se negó amablemente. “No me gusta escarbar en la vida de mis amigos, así como no me gusta que escarben en la mía”, le explicó. De allí nació la propuesta de hacer algo sobre música mexicana. Pacha solo le exigió una cosa a cambio. “Que haya chico y chica. Porque vi alguna película donde no hay chico y chica y han sido verdaderos fracasos”, cuenta el productor ejecutivo de la película, tarea a la que también se ha sumado Anna Saura, hija del cineasta.
Dentro de la caja negra, Saura observa sentado en su silla cómo su equipo ha preparado la habitación de un joven. Las viejas y descuidadas paredes falsas están cubiertas con carteles de grupos de rock como Primus, Pink Floyd y Black Sabbath. Al espacio iluminado en tonos dorados y azulados entran Hernández y Elizondo, unos bailarines que ensayan, a su vez, el musical. Antes de practicar sus líneas en la ficción, Hernández toma del buró un porro que está hecho de manzanilla. Le da una calada y comienzan a decir sus parlamentos del musical.
-“¡Corte!”, grita Carlos Saura Medrano, quien es desde hace varios años el ayudante de dirección de su padre.
-“Ella tiene que girar un poco para decir lo que ha dicho”, pide el director.
Lo intentan dos veces más sin lograr lo deseado. Saura deja la silla y camina a la escenografía. Sobre su pecho su inseparable cámara fotográfica. Da breves comentarios a Greta Elizondo y asunto resuelto. La escena queda lista. El equipo corta para comer.
“Siempre es un problema”, dice Saura horas después sobre la dificultad de dirigir a bailarines. “Se les pide el máximo posible, pero no se les pude presionar mucho. Hay que tratarlos con mucho mimo, con mucho cuidado, mucho cariño y dejarlos un poco libres. Se van soltando poco a poco”, agrega. Su experiencia en la materia habla por sí misma. Saura ha dirigido a bailarines como Antonio Gades, Manuela Carrasco o Joaquín Cortés. Sin embargo, aún se dice “extasiado” cada vez que presencia un baile en el plató. En cambio, le parece muy aburrido filmar las escenas de acción costumbrista.
Saura y Storaro encabezan un equipo de trabajo que combina a veteranos de muchas batallas con jóvenes sin experiencia en el cine como Hernández y Elizondo. “Es la primera vez que me toca usar la palabra para ser alguien que no eres”, dice el bailarín, que en junio pasado recibió el Benois de la Danse, el premio más prestigioso en el mundo del ballet. El director de Carmen lo fichó para la película hace dos años después de verlo en Londres bailar Romeo y Julieta.
El rodaje ha sido un aprendizaje para Hernández, quien busca “involucrarse” más con la actuación. Aprendió, por ejemplo, que lo que no se sentía cómodo haciendo como bailarín profesional es justamente lo que Saura buscaba: que el baile se viera improvisado ante la cámara y no como una coreografía rigurosa.
Hernández reconoce que le tomó tiempo entrar en calor. Su saturada agenda, que incluye además del viaje a Argentina compromisos en Chicago, Luxemburgo y su regreso al Bolshói, evitó preparar como le hubiera gustado su irrupción en el cine. También ha significado un cambio importante en la forma de trabajar de Saura. “El final de la película es justo lo primero que he rodado. Es una barbaridad, nunca lo he hecho en mi vida”, dice el director, quien desde La Caza (1966) se acostumbró a filmar por orden de guion. De esa forma aseguraba la evolución de los actores y le permitía depurar repeticiones en el libreto. El experimento de Guadalajara lo ha obligado, una vez más, a hacer algo diferente en una carrera de varias décadas.
Babelia
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