Los niños de la carretera

Bajo el nombre de Kinder der Landstrasse (Niños de la carretera), la fundación suiza Pro Juventute, consagrada al apoyo de los menores de edad, desarrolló, a partir de 1926, un perverso programa con respaldo gubernamental, centrado en la separación del entorno familiar y la reeducación de niños pertenecientes a la etnia seminómada yeniche, de significativa presencia en ese territorio. La lógica que guiaba esa estrategia no distaba de la que, años más tarde, inspiraría la filosofía eugenésica que sostendría la trama franquista de los bebés robados: separando a los niños (los niños de los otros) de sus padres para entregarlos a familias de filiación conservadora se impulsaba un proceso de higiene social que neutralizaría toda futura posibilidad de insumisión. En el caso suizo, la aplicación del programa Kinder der Landstrasse se extendió hasta el año 1973, afectando a casi 700 niños que no solo fueron extirpados de sus familias, sino también internados en psiquiátricos donde eran sometidos a procesos de esterilización y periódicos suministros punitivos de electroshocks.

La turbia historia de esa metódica limpieza étnica, gestionada burocráticamente en el seno de la ordenada y pacífica Suiza, inspira el primer largometraje de ficción de la directora Valentina Pedicini, consagrada hasta el momento a la práctica del documental. Si en su anterior trabajo –Dal profondo (2013)-, la cineasta había acompañado a la única mujer minera italiana a las profundidades de la tierra, Donde caen las sombras utiliza como único entorno un espacio no menos claustrofóbico: una residencia de ancianos que antes había sido uno de los orfanatos vinculados al programa Kinder der Lastrasse. Una de las cuidadoras, Anna (Federica Rossellini), y un sirviente con retraso mental, Hans (Josafat Vagni), funcionan ahí como espectros de una culpa colectiva: fueron niños yeniche y hoy son empleados del entorno donde perdieron su identidad.

Ayudada en el guion por Francesca Manieri –que participó en el libreto de la reciente Veloz como el viento (2016), de Matteo Rovere-, Pedicini articula una ambigua historia de intercambio y casi fusión de roles entre víctima y verdugo cuando Gertrude (Elena Cotta), una de las doctoras del programa eugenésico, ingresa como interna en la residencia. Dominada por la mirada turbia de Federica Rossellini, la película flirtea con los códigos del terror atmosférico, fundiendo tiempos en una misma secuencia y ritualizando la resolución de su enigma, pero su esfuerzo por alcanzar un final parcialmente tranquilizador acaba condicionando el potencial desestabilizador del conjunto.