Escritor en un tiempo de esperanza y desesperación
Hubo una época en que los escritores vivían entre dos censuras: la del régimen y la de sus colegas. La del régimen cometió aberraciones y la de sus colegas hizo lo mismo. Ambas censuras tenían armas que compartían un ingrediente: el silencio. Naturalmente, la del régimen era letal, y la otra se dirimía en las tertulias, nidos de maledicencia, elogio o desprecio. El resultado no era igual, naturalmente, pero afectaba al porvenir de los nombres propios. A Ramón Nieto, coruñés de 1934 que murió en su casa de El Escorial el último 26 de enero, le pasaron ambas apisonadoras. Nacido como escritor en el tiempo del realismo social, en la época de Medardo Fraile, Jesús Fernández Santos o Juan García Hortelano, se sintió tentado (como ellos mismos) por abandonar la línea dura del realismo y se adentró en la experimentación, en el ejercicio de la literatura liberada del compromiso que entonces imperaba, y recibió silencio o mandobles desde los dos lados de aquella confrontación entre la censura y aquellos compromisos políticos que marcaron el territorio de lo que había que hacer y de lo que no debía hacerse. Entre lo correcto y lo incorrecto. Era la resurrección de un novelista como él quiso.
En la crítica de una novela, La señorita B, que en 2004 resucitó de las cenizas de la censura, Rafael Conte contó en Babelia (10 de julio de 2004) qué pasó con un libro que resultó emblema de ese drama que afectó a Ramón Nieto, editor (trabajó destacadamente para Santillana), funcionario alto de la Unesco, y novelista. Ese libro tiene una curiosa historia: la censura lo prohibió en 1971, cuando el franquismo estaba aún pujante. La censura lo quemó, pero Ramón Nieto lo resucitó cuatro años más tarde cuando se había acabado, como dice Conte en su artículo, “la maldición”.
Esa edición fue recortada por Nieto, que ya la sacó completa en 2004 (Dilema Editorial). Y eso le permitió a nuestro principal crítico “hablar de la figura y la obra de uno de los escritores más significativos de aquellos momentos de esperanza y desesperación”. Conte prosigue su relato de las vicisitudes del escritor ahora fallecido resaltando que, entonces, además vivía y que “apenas ha seguido una efímera carrera de escritor, quizá desanimado desde entonces, pues su última novela digna de consideración, Los monjes, se publicó ahora hace veinte años”.
Aquella La señorita B asustó a la censura por las críticas implícitas al “régimen de entonces”, marcadas por el “radical experimentalismo” que, por otra parte, en el lenguaje de Rafael Conte, lo había alejado de sus compañeros de generación. Pero, naturalmente, esa no fue su única aventura literaria. Editor a tiempo completo, como queda dicho, tuvo tiempo también para poemas (Siete años y unos días, 1972), libros de relatos (La tierra, 1957, y Los desterrados, premio Leopoldo Alas, 1962), así como las novelas La fiebre (premio Ondas 1959), El sol amargo (1961), La patria y el pan (1962), La cala (premio Sésamo, 1957) y Vía muerta (1964).
Ese silencio al que se sometió a partir de Los monjes (1984), en el que aparece el terrorismo como asunto capital de la época, no tuvo que ver con el ensimismamiento, sino con la dispersión abundante a la que lo sometieron sus trabajos como directivo de editoriales y colaborador de prensa, incluido este periódico.
Ramón Nieto era un hombre cordial, intelectualmente incansable y gran conversador. Era hijo de una época que estuvo “entre la esperanza y la desesperación”, pero a él le valió con la esperanza. Tuvo cuatro hijos, la mayor de los cuales es su hija Marta, que trabaja con nosotros en EL PAÍS.
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