Muere Stanley Donen, el renovador de la comedia y del musical
El director, fallecido a los 94 años, estuvo detrás de películas como 'Cantando bajo la lluvia', 'Dos en la carretera', 'Charada', 'La escalera' o 'Siete novias para siete hermanos'
Era el último superviviente de la gloriosa generación de directores que trabajaron en la era dorada de Hollywood. El cineasta Stanley Donen falleció ayer a los 94 años, según confirmó uno de sus hijos al diario Chicago Tribune, poniendo fin a una trayectoria en la que logró reinventar el género musical sacándolo de los decorados de cartón piedra de los estudios californianos. Donen se lo llevó de paseo por las calles de las grandes ciudades. Lo demostró en una sucesión de películas que forman parte del canon del séptimo arte, como Un día en Nueva York y Cantando bajo la lluvia, que codirigió con Gene Kelly, además de Siete novias para siete hermanos, Una cara con ángel, Charada o Dos en la carretera.
Donen nació en 1924 en Columbia (Carolina del Sur) en una familia de comerciantes judíos, en clara minoría dentro de ese Estado sureño en el que los niños le entonaban cantinelas antisemitas en el patio del colegio. Su cobijo fue la sala de cine, donde descubrió sus primeros musicales. El que más le impactó fue Volando a Río, primer apareamiento cinematográfico de Fred Astaire y Ginger Rogers. “Era un mundo de fantasía en el que todo parecía feliz, cómodo y fácil”, explicó Donen a su biógrafo Joseph Casper en los ochenta. En consecuencia, se orientó hacia ese género. Aspirante a bailarín, se mudó a Nueva York en 1940 para emular a Astaire, al que acabaría dirigiendo años más tarde en Bodas reales, donde desafiaba la gravedad bailando sobre techo y paredes.
En Broadway será contratado como parte del elenco de Pal Joey, musical protagonizado por un aún desconocido Gene Kelly, con el que volverá a coincidir al pasar un casting en Hollywood. Kelly decide contratarlo como ayudante y le encomienda la coreografía de varias secuencias de Las modelos, un musical con Rita Hayworth que lo convertirá en una estrella. Volverán a colaborar en Levando anclas, donde aparece la mítica secuencia en la que el protagonista baila junto al ratón Jerry (Hanna y Barbera, creadores del roedor, accedieron a rodarla cuando Walt Disney se negó a colaborar).
Arthur Freed, poderoso productor de la Metro Goldwyn Mayer, propondrá entonces a Donen un contrato de siete años. Con Un día en Nueva York, Donen y Kelly enterrarán el llamado backstage musical, socorrido subgénero protagonizado por compañías de Broadway, y decidirán salir del estudio para filmar en las calles neoyorquinas, una década antes de que lo hiciera la Nouvelle Vague. No será la única innovación de una película llena de saltos de montaje, planos barridos, cámaras ocultas y actores no profesionales. Años más tarde, Jean-Luc Godard tildará a Donen de “maestro” y calificará una de sus películas, Juego de pijamas, como “primera opereta de izquierda”, en alusión a una magnífica secuencia de huelga a cámara lenta en la fábrica.
La herencia de un renovador
El director habrá influido a varias generaciones de directores empeñados en reinventar el musical. En Francia, el cine de Jacques Demy es inconcebible sin su legado. Bob Fosse, con quien Donen trabajó en sus inicios en Hollywood, es otro de sus herederos, igual que directores que han intentado resucitar el género más recientemente, como Michel Hazanavicius con The Artist –una película que a Donen no le gustaba, según confesó durante una visita a París en 2012– o Damien Chazelle con La La Land.
Donen se casó cinco veces, pero nunca llegó a hacerlo con su última compañera, la actriz y guionista Elaine May, con quien convivía desde 1999. En los últimos años, el director lucía una cadena con una inscripción grabada: “Si este hombre se pierde, condúzcalo a Elaine May”.
Le sucederá Cantando bajo la lluvia, considerada por muchos el mejor musical de todos los tiempos, en el que Hollywood se mira el ombligo con humor sardónico y satiriza sobre el traumático paso del mudo a los talkies a finales de los años veinte. Repleta de coreografías que hicieron historia y rodada con atención patológica al detalle, fue descrita por la actriz Debbie Reynolds como la experiencia más difícil de su vida, “junto con dar a luz”. “No podría estar más de acuerdo”, confirmó Donen en 2012. Tras una pelea durante el rodaje de Siempre hace buen tiempo, Donen rompió relaciones con Kelly y puso fin a su contrato con la MGM. Antes había tenido tiempo de revolucionar este género. Donen se marchó entonces a París para rodar Una cara con ángel, fábula sobre la relación entre un fotógrafo y su modelo inspirada en la vida de Richard Avedon, con canciones originales de George e Ira Gershwin, además del fichaje estelar de Audrey Hepburn.
A lo largo de los sesenta, cuando el musical empieza a decaer, Donen se orientará hacia filmes sentimentales e intimistas, en los que sigue desplegando su inigualable inventiva formal. Por ejemplo, la comedia adúltera Indiscreta, con Cary Grant e Ingrid Bergman, en la que esquiva con brillantes astucias de cámara y de guion las rígidas restricciones de la censura, o Dos en la carretera, inspirada en el cine de Rossellini y prodigio del montaje que seguía una relación de 12 años mediante numerosos saltos temporales. De nuevo junto a Grant y Hepburn, Donen dirigió Charada, su mayor éxito en taquilla, que concibió como un pastiche del cine de Hitchcock, pero acabó cobrando vida propia, hasta el punto de generar una larga retahíla de imitadores. En 1969, Donen también rodó una inusual película de temática homosexual: La escalera, donde Richard Burton y Rex Harrison interpretaban a una pareja de peluqueros.
El tramo final de su carrera es el menos interesante. A partir de los setenta, Donen prueba suerte en otros palos, como la ciencia ficción (Saturno 3), la parodia desbarrada (Movie, Movie) o la comedia sexual (Lío en Río, su última película). Después, solo volvió a ponerse tras la cámara para dirigir un telefilme, Cartas de amor. Donen recibió el Oscar honorífico en 1998, cuando pronunció uno de los discursos más memorables de la historia de esos premios al entonar Cheek to cheek, una de esas viejas canciones que vio cantar a Fred Astaire cuando era joven. Los buenos directores siempre saben cómo cerrar el círculo.
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