Berenice Abbott, una mirada moderna en los años treinta
La Fundación Mapfre expone en Barcelona 200 imágenes de esta fotógrafa que captó la transformación de Nueva York en los años treinta y realizó impactantes retratos
Cuando Salvador Dalí y Gala reformaban su barraca de Portlligat, cerca de Cadaqués, ella le recriminaba al contratista el retraso de las obras diciéndole: “En el mismo tiempo que usted necesita para ampliar la casa, en Nueva York hacen un rascacielos”. La pareja, que pisó por primera vez la ciudad americana en noviembre de 1934, había vivido en primera persona el desarrollo y transformación urbanística que estaba sufriendo la ciudad esos años, en un momento de expansión y boom económico, pero también de crisis, como la que supuso el crac de 1929. Una transformación que, por suerte, fue inmortalizada por personas como Berenice Abbott (Springfield, Ohio, 1898 - Monson, Maine, 1991), una de las fotógrafas norteamericanas más destacadas de la primera mitad del siglo XX autora de una radiografía urbana y humana de la ciudad de los rascacielos. También de magníficos retratos de sus colegas y amigos en el París de los años veinte, además de una larga y sorprendente producción relacionada con el mundo de la ciencia, sobre todo de la física, que utilizó el Massachusets Institute of Technology (MIT) como material didáctico. Alrededor de unas 200 imágenes (todas copias vintages) de la larga producción de Abbott pueden verse en la sede barcelonesa de la Fundación Mapfre, en la exposición Berenice Abbott. Retratos de la modernidad (hasta el 19 de mayo).
“El privilegiado ojo moderno de Abbott invade todo su trabajo”, explica Estrella de Diego, catedrática de Arte Contemporáneo de la Universidad de Madrid y comisaria de la muestra, ante la primera de las tres series que componen la muestra: la de los retratos de muchas de las personas que Abbott conoció en París, después de instalarse en 1921 como ayudante de Man Ray. A los tres años abrió estudio; un lugar por donde pasaron muchos de sus amigos que no eran otros que los protagonistas de las vanguardias de la ciudad: Djuna Barnes, André Gidé, Jean Cocteau, James Joyce, a Eugène Atget —“el Balzac de la fotografía”—, por el que sintió una gran devoción que le llevó a adquirir su archivo con imágenes de París de comienzos de siglo XX y se lo llevó a Estados Unidos cuando regresó en 1929. Desde ese momento, comenzó una labor de difusión de sus imágenes, y al final, lo acabó vendiendo al MoMA de Nueva York en la que fue la primera adquisición de un archivo fotográfico de esta institución.
En la exposición pueden verse 11 imágenes de Atget que la propia Abbott reveló y que permiten comprobar por qué se sintió tan atraída por el trabajo del francés.
“Abbott también retrató a muchas de las nuevas mujeres dispuestas a vivir al margen de las convecciones para salvaguardar la libertad”. Entre ellas, la editora Jane Heap, la librera Sylvia Beach, la millonaria y filantrópica Peggy Guggenheim y la andrógina princesa Eugénie Murat, representadas todas ellas en actitudes poco femeninas, más bien varoniles; mientras que los hombres presentan en sus imágenes, una masculinidad menos monolítica de lo acostumbrado. A la propia Abbott se le atribuye la frase: “No soy una chica decente. Soy fotógrafa y voy a cualquier sitio”, que sirve a la comisaria para explicar lo difícil que era para una mujer fotógrafa acceder a los mismos lugares que los hombres para hacer su trabajo. “En estos retratos es evidente que Abbott está documentando cierta tipología de lo moderno”, explica de Diego.
También es moderna la visión que da Abbott de la ciudad en crecimiento que es en ese momento Nueva York; la capital de la modernidad desde entonces; un barrido desde las alturas hasta el subsuelo, aprovechando la construcción de muchos de los rascacielos; con imágenes casi aéreas de la ciudad que aparece con cielos limpios y líneas depuradas; unas imágenes que parecen hechas por drones. “Seguro que adoptó posturas acrobáticas, jugándose casi la vida para conseguir este retrato de la ciudad de Nueva York como si fuera una gran dama”, remarca la comisaria. A nivel de calle, y ya con la presencia de personas en las imágenes, fotografía panaderías, peluquerías, aparcamientos, puentes o estaciones de metro y otra realidad como la de los sin techos y vagabundos. “Aunque la intención de Abbott es huir de los supuestos artificios del arte y prefiere verse como documentalista, el resultado visual es tan rico y diverso que es difícil categorizarla bajo el adjetivo de documental”, comenta De Diego, que resalta lo difícil que tuvo que ser para la fotógrafa acceder a barrios como el Harlem para hacer sus imágenes de la vida de la comunidad afroamericana. Abbott comenzó este trabajo neoyorquino de forma independiente, pero en 1935 consiguió financiación del programa Federal Art Project que se lo publicó en 1939 con el título Changing New York.
Imagen distorsionada
Abbott comienza a mediados de los años cincuenta a interesarse por los fenómenos científicos, sobre todo de la física y realiza fotografías realizadas para el MIT que las utilizó para ilustras libros de física que se distribuyeron por todo el país. De este organismo proceden las 28 fotografías que captan fenómenos que el simple ojo no puede ver, como el movimiento del péndulo, los arcos decrecientes que describe una pelota al botar, el paso de la luz por un prisma, las ondas del agua o los campos magnéticos, que muestran, una vez más, la imaginación y creatividad de Abbott.
Las últimas dudas sobre la modernidad de esta fotógrafa se disipan delante de una última imagen: Autorretrato, distorsión, en la que aparece con el mismo aspecto que se obtiene tras aplicar un filtro de una aplicación que todos llevamos en el móvil, pero la imagen fue creada en 1930.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.