Berenice Abbott, la retratista de un mundo cambiante
Una retrospectiva ofrece los trabajos de la fotógrafa sobre Nueva York y la Costa Este de EE UU
La increíble historia de la fotógrafa estadounidense Berenice Abbott permite varias lecturas. Dos de ellas, en particular, ofrecen información muy valiosa sobre sendas facetas encomiables del ser humano: su habilidad para retratar la realidad con imágenes y su capacidad de sobrevivir a la penuria y la desazón sin vender su alma al diablo.
Para ahondar en la segunda hay que rebuscar entre la bibliografía sobre la autora o ver el documental biográfico realizado por Kay Weaver y Martha Wheelock. Con el fin de rendir homenaje a la primera, el museo del Jeu de Paume de París, en colaboración con el Ryerson Image Centre de Toronto, le ha dedicado una exposición retrospectiva comisariada por Gaëlle Morel y ha editado un catálogo anejo con textos de Morel, Sarah M. Miller y Terri Weissman.
Si se consigue superar la colas kilométricas de acceso a la exposición, se puede comprender hasta qué punto una chica nacida en una familia pobre de Ohio (Estados Unidos) en 1898, que nunca disfrutó de una beca ni tuvo padrinos —más bien, al contrario— enriqueció la fotografía y dejó, de paso, varias lecciones (sobre su oficio y sobre la vida en general) para disfrute de las generaciones posteriores.
La exposición regala al espectador más de 120 imágenes, documentos y objetos personales que ofrecen luz sobre cuatro periodos de la vida de Abbott: sus retratos modernistas de intelectuales, artistas y mecenas (Jean Cocteau, André Gide, Eugène Atget, James Joyce, Sylvia Beach, Peggy Guggenheim); su gran proyecto de arquitectura urbana Changing New York; su poco conocida faceta divulgativa sobre ciencias, y su aún menos conocido periplo por la denominada American Scene: un ensayo documental construido en torno a la Ruta 1, que jalona la Costa Este de Estados Unidos.
Determinación en la penuria
La muestra puede ser descrita como la victoria póstuma —una más— de una fotógrafa que sufrió varias decepciones, no pocos desprecios y una escandalosa falta de reconocimiento hasta su vejez. Las clases de periodismo que tomó en dos universidades le aburrieron. En París, donde vivió a principios de los años 20, aprendió el arte del revelado y la impresión de fotografías con Man Ray… quien acabó teniendo celos de ella cuando resultó ser demasiado buena.
Berenice Abbott descubrió para el mundo de la cultura a uno de los maestros de la fotografía, el francés Eugène Atget, y luchó por el reconocimiento de Lewis Hine, pero tuvo que malvender su abundante colección de Atget —de valor incalculable— para subsistir. Dedicó varios años a retratar el alma cambiante de Nueva York, en el periodo de entreguerras, y en los años de la Guerra Fría apostó por la fotografía científica.
Sin embargo, en palabras del fotógrafo Hank O'Neal, que tuvo un contacto muy estrecho en los últimos 19 años de vida de su carrera, Abbott "no conoció más que seis o siete años de relativa seguridad económica" y "tuvo que financiar por sí misma la parte esencial de su obra", pese a haber consagrado 67 años de su vida a la fotografía.
Solo después de saber quién fue Berenice Abbott se puede paladear el menú que ofrece esta exposición. La comisaria, Gaëlle Morel, explica así su relevancia, en una conversación telefónica con EL PAÍS: "Por primera vez podemos ver el conjunto de su trabajo, sus diferentes etapas, así como documentos e imágenes nunca expuestas —singularmente, varias fotografías de la American Scene—".
Una mirada innovadora
Sobre su infatigable investigación de la ciudad de Nueva York, "la fotógrafa propone un trabajo que celebra la transformación de la ciudad", afirma Morel. "Ella se interesa más por la arquitectura que por los habitantes. Decide mostrar planos y contraplanos que permiten estudiar la urbe de diferentes maneras. Renueva los encuadres, la perspectiva de los edificios, la elevación, la relación con el cielo".
Si los retratos de personajes los hizo por encargo, principalmente, "el proyecto de Nueva York es personal, se entrega a esa labor y deja de lado el aspecto comercial", explica la comisaria. En este punto, hay que hacer notar que, como relata O'Neal en su introducción a la monografía editada por Actes Sud en 2010, sus peticiones de financiación para el proyecto neoyorquino fueron rechazadas por la Fundación Guggenheim, la New York Historical Society y la mayoría de los mecenas del MoMA. Es decir, solo un periodo de ese proyecto acabaría siendo auspiciado por el Proyecto de Arte Federal.
Las fotos de Abbott tomadas en el sur de EE UU y a lo largo de los 6.500 kilómetros de la Ruta 1 —muchas de ellas, expuestas aquí por primera vez— aportan una visión premonitoria del volumen The Americans de Robert Frank (1958) y remiten, según la comisaria, a la tradición documentalista espoleada por la Farm Security Administration.
Esta muestra, remarca Gaëlle Morel, solo podrá verse en París y en Toronto, debido a las limitaciones impuestas por los administradores del legado de Abbott para preservar la calidad de las imágenes.
Más sorprendente, quizá, resulta ver las imágenes científicas tomadas por Abbott, por encargo del Instituto de Tecnología de Massachussetts (MIT). "Aquí se encuentra en la última etapa de su carrera profesional", explica Morel. "Se interesa por la ciencia como vector de desarrollo y de pedagogía, en un contexto marcado por la Guerra Fría y el lanzamiento del satélite Sputnik". Según se cita en el catálogo de la muestra, la propia fotógrafa justificó así su interés por este tema: "Vivimos en un mundo moldeado por la ciencia, pero nosotros, los profanos, no comprendemos o no apreciamos el conocimiento que controla hasta tal punto nuestra vida cotidiana".
Puede que Abbott no gozara de mucho predicamento hasta bien traspasada su madurez, pero perseveró en sus proyectos personales, criticó lo que consideraba desviaciones de la vocación documentalista y tuvo las ideas muy claras. "Creo", dejó escrito, "que no existe un medio más creativo que la fotografía para recrear el mundo actual".
Babelia
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