La leyenda que resolvió el misterio del dolmen de Menga
La Universidad de Sevilla encuentra en una tradición oral la respuesta a por qué el conjunto megalítico malagueño de Antequera no está orientado hacia el sol
Cuenta la leyenda que Tello, soldado de Fernando el Católico y preso en las mazmorras de Granada, se enamoró perdidamente de Tagzona, la hija del rey moro. Ambos jóvenes consiguieron llegar hasta Antequera, justo cuando los cristianos habían comenzado el cerco a la ciudad y las tropas del rey nazarí estaban a punto de alcanzar a los fugitivos. Estos, al no poder seguir huyendo, se encaramaron a un elevado risco (conocido desde entonces como la Peña de los Enamorados), desde el que se lanzaron al vacío antes de que los separaran. La Universidad de Sevilla ha resuelto ahora el posible origen de esta tradición oral, cuya solución pasa por un dolmen neolítico construido hace entre 5.600 y 5.800 años, situado a seis kilómetros de distancia, y un santuario con arte rupestre y, posiblemente, menhires.
El dolmen de Menga, en Antequera, de unos 28 metros de longitud, forma parte de un conjunto megalítico que fue declarado Patrimonio Mundial en 2016. Fue descubierto en 1847 por Rafael Mitjana, que lo calificó como templo druídico. En 1886, fue declarado Monumento Nacional y en el siglo XX quedó bastante olvidado, hasta que la Junta de Andalucía, entre 1985 y 1990, retomó las investigaciones. El dolmen lo componen un atrio y un espacio interior con una cubierta de gigantescas piedras (la mayor de ellas de 150 toneladas, lo que pesan aproximadamente 100 coches), además de un espectacular pozo de 19,4 metros de profundidad lleno de sorpresas para los investigadores.
El dolmen posee, además, una característica que lo diferencia de la mayoría de los megalitos conocidos: su orientación está desviada 45 grados del norte, cuando lo normal en este tipo de construcciones es una orientación que va de los 55 a los 125 grados.
El porqué de esta orientación ha traído de cabeza a los expertos, que en las últimas investigaciones han hallado una posible respuesta. Su entrada se dirige directamente a la lejana Peña de los Enamorados. Este risco tiene la forma de la cara de un ser humano bocarriba, y se ve desde todos los puntos de la vega de Antequera ya que alcanza una altura de 880 metros sobre el terreno llano que lo circunda. Según la leyenda, los enamorados se tiraron al vacío desde la “barbilla” y sus cuerpos cayeron sobre el “cuello”, justo donde apunta el dolmen.
El equipo del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla, ha dirigido sus esfuerzos precisamente hacia el “cuello” de la montaña. Allí descubrieron un santuario con arte rupestre esquemático y los posibles restos de un santuario megalítico anterior a la construcción del dolmen de Menga, lo que explicaría que no apunte hacia el sol como es lo habitual. “La orientación de Menga es como una brújula del tiempo, pues nos transporta directamente al ambiente del pasado y de los ancestros de quienes construyeron este gran monumento. Es posible que la leyenda medieval de los dos jóvenes muertos recoja tradiciones orales más antiguas que situaban la Peña en el eje de la cosmovisión de sus predecesoras”, señala el catedrático Leonardo García Sanjuán.
Los expertos, no obstante, no han podido continuar sus excavaciones porque la finca donde se halla el conjunto de menhires es de propiedad privada. “Y sus propietarios no se ha mostrado dispuestos a permitir los trabajos arqueológicos de excavación que necesitamos para progresar en nuestro estudio”, admite García Sanjuán.
El catedrático de la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla) Stefan Ruhstaller ha publicado recientemente un artículo donde conecta el topónimo Menga con una degeneración del latín Cova domenica (Cueva de la Señora). “Esto nos lleva nuevamente a los conceptos de mujer y femenino, divinidad principal del neolítico, una idea que, a su vez, se interconecta con el agua, el elemento más importante en la religión de la época, junto con el sol” y el misterioso pozo.
La química Raquel Montero Artús ha analizado el agua que se acumula a casi 20 metros de profundidad de su brocal, cuyo diámetro es de 1,5 metros y que tiene capacidad para 36 metros cúbicos y que fue descubierto en 2005. El agua es potable –sus análisis determinan que cumpliría todos los estándares actuales de calidad, excepto el de nitratos a causa de los abonos empleados en la agricultura actual-, aunque la oquedad estaba rellena de escombros, animales (burros, perros, vacas…) y material cerámico, principalmente recipientes “modernos”. Los estudios de la Universidad de Sevilla confirman que el pozo se cegó entre 1720 y 1770 de nuestra era. Es, además, uno de los pocos puntos donde se halla en la zona agua potable, ya que muchos manantiales de la zona son salados.
Al excavar en el dolmen en 2005, los investigadores hallaron monedas de los reinados de Carlos I, Felipe III y Felipe IV, así como numerosas alcarrazas (vasijas de los siglos XVI y XVII), cuyo aspecto quedó reflejado en los cuadros de Zurbarán o Velázquez (El Aguador). En esta época la región de Antequera fue famosa porque el agua de la pedanía de Fuente de Piedra fue considerada especial: “supuestamente curaba las dolencias de piedra del riñón”, por lo que fue afamada en toda España e, incluso, exportada a América y Nápoles. Es probable que el agua subterránea de este pozo proceda de un paisaje ancestral y lleno elementos naturales llamado El Torcal de Antequera, a unos 11 kilómetros al sur, donde un manantial brota desde una gruta a pie de monte, acabando en la vega de Antequera justo en el lugar en el que el gran dolmen mira hacia el lugar donde Tello y Tagzona, según la tradición, decidieron acabar con sus vidas.
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