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Crítica | Elis, la voz de Brasil
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El huracán de Porto Alegre

Prata dota a sus imágenes con la convincente textura de un viaje en el tiempo, pero el relato se conforma con ser una síntesis didáctica de una compleja trayectoria

Andréia Horta, en un momento del filme.
Andréia Horta, en un momento del filme.

Algunos biopics musicales son como un concierto de banda de tributo por otros medios: la celebración litúrgica de un icono, recreado como mero espejismo, antes que la lectura de una figura y de un legado. Quizá podría hablarse biopics-cover y biopics-banda de tributo (o, siendo más malintencionados, biopics-playback o biopics-karaoke): la Barbara (2017), de Mathieu Amalric, podría ser un buen ejemplo del primer modelo, mientras que Elis, la voz de Brasil, de Hugo Prata, se inscribiría, como el grueso del subgénero, dentro del segundo.

ELIS, LA VOZ DE BRASIL

Dirección: Hugo Prata.

Intérpretes: Andréia Horta, Gustavo Machado, Júlio Andrade, Caco Ciocler.

Género: biopic. Brasil, 2016.

Duración: 110 minutos.

Renovadora de la bossa nova por la vía de la espectacularización de la voz y el gesto, Elis Regina logró afirmar su singularidad en el momento de máximo esplendor de un tropicalismo que funcionaba como disidencia vital y estética bajo una dictadura militar que acabó gestionando la temporal caía en desgracia de la estrella a los ojos de la izquierda. Con una Andréia Horta que puede hacer justicia a Regina en su entrega, lenguaje corporal y actitud, pero no en su voz –a quien escuchamos cantar es a la verdadera Elis-, la película de Prata logra dotar a sus imágenes con la convincente textura de un imposible viaje en el tiempo, pero el relato se conforma con ser una mera síntesis didáctica de una compleja trayectoria vital y artística.

Elis, la voz de Brasil logra, con todo, mantenerse dentro de los márgenes de una cautelosa corrección hasta llegar a un desenlace, que pese a apuntarse gratamente sobrio, acaba cayendo en un tono enfático de pobre culebrón.

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