Los intelectuales italianos, perdidos ante el populismo
El clima político del país desconcierta a las principales figuras de la cultura, sin respuestas ni medios para difundir una oposición a un fenómeno que también se extiende a otras naciones
Giulio Andreotti, un genio del mal transfigurado siete veces en primer ministro democristiano, tenía siempre la palabra exacta para el aprieto más endiablado. La anécdota, una nebulosa en las hemerotecas, señala que en los 80 visitó España para observar de cerca la Transición. Los periodistas insistieron en conocer su veredicto. A la tercera, ofreció tan bajito como certero un susurro que definiría durante décadas el desfase intelectual y político entre ambos países: “Manca finezza”.
Italia cultivó siempre esa sutileza basada en la capacidad para encontrar soluciones en momentos de descomposición sin renunciar a la densidad intelectual. Un tejido cultural y un universo político que avanzaron históricamente de la mano: el viejo sueño del partido comunista. Los intelectuales —Italo Calvino, Leonardo Sciascia, Pier Paolo Pasolini, Umberto Eco, Renato Guttuso...— otorgaban vigor al cuerpo ideológico de la izquierda a través de unas estructuras políticas y mediáticas hegemónicas que hoy han perdido influencia. Se hace el silencio en torno al gobierno populista, en parte también por la renuncia de la vieja clase de pensadores italiana a intervenir en el debate público. También por la fractura creada entre dos mundos que no se reconocen allá donde triunfa el populismo: la calle y la academia.
La grieta nunca fue tan evidente. En una secuencia de Abril (1998), Nanni Moretti observa atónito cómo Silvio Berlusconi se zampa a Massimo D’Alema en un debate televisado. Entonces le grita desde su sofá: “¡Di algo de izquierdas, D’Alema!”. Ante los mordiscos del Caimán, el cineasta resopla y termina conformándose: “Di algo…”. En Italia no hay una izquierda a quien gritarle 20 años después, pero tampoco un Moretti empujando desde las ideas (aunque acabe de estrenar un nuevo documental). Son los efectos tóxicos de una bruma difícil de transitar para sus intelectuales, desorientados con los nuevos canales de comunicación del discurso político y la dificultad de combatir una forma de posverdad viralizada desde los mismos despachos del Gobierno. ¿Cuándo comenzó el cambio?
Rebobinar la historia
Filippo Ceccarelli, autor del exhaustivo Invano. Il Potere in Italia. Da De Gasperi a questi qua, un recorrido histórico sobre la decadencia de la política italiana que copa las listas de éxitos de 2018, pide rebobinar la cinta de esta historia hasta la noche del 2 de noviembre de 1975 en la playa de Ostia, donde fue asesinado Pier Paolo Pasolini en circunstancias nunca aclaradas. Su muerte, como la del ex primer ministro Aldo Moro, representa una bisagra histórica para el pensamiento italiano. “Fue el último intelectual de verdad cuyas ideas tuvieron una influencia política. Y más que un intelectual, fue una especie de profeta. Superado eso, todo cambia”, señala en su casa del Trastévere romano, donde guardaba su fabuloso archivo político antes de donarlo a la biblioteca de la Cámara de Diputados. Ceccarelli recuerda al director de cine boloñés y su influencia en políticos como el líder socialista Nenni —a quién dedicó una poesía— y el Partido Comunista. Evoca a Enrico Berlinguer en YouTube y su estoico último mitin en Padua mientras un ictus le bombardeaba el cerebro. “Hoy no mire usted a los intelectuales, mire a la tecnología. Berlusconi, la publicidad, el consumo… todo eso sí determinó realmente las modificaciones individuales y colectivas. El intelectual que entiende las cosas y las distribuye terminó hace tiempo”, afirma.
El debate, piden algunos de los entrevistados para este reportaje, debe empezar por una cuestión anterior: ¿Qué es un intelectual en una sociedad de carácter populista? Nuccio Ordine, autor de La utilidad de lo inútil, dispara contra la Universidad como origen del cambio. “Los profesores eran personas militantes que pensaban que el saber estaba siempre al servicio de un horizonte civil. Hoy se pierde vista esa línea. Las reformas [iniciadas en tiempos de Berlusconi] han transformado a profesores en burócratas, se está disolviendo esa consciencia civil”, señala repasando algunas de las tesis de Gli uomini non sono isole, su último libro. “El producto del populismo es muy peligroso para el tejido cultural y afecta también al nivel político, cada vez más bajo. Dos fenómenos que conviene leer unidos: cuando el intelectual es un burócrata y pierde el horizonte civil que debería mover sus elecciones, es normal que pase todo esto. Pero, ¿por qué se acepta en las universidades?”.
Una pista apunta a la caída de los dos bloques que auspiciaron el pensamiento político italiano durante 40 años: la Democracia Cristiana y el Partido Comunista. El fin de la hegemonía cultural que soñaron líderes como Palmiro Togliatti, como recuerda el politólogo Giovanni Orsina, autor de La democrazia del narcisismo. Breve storia dell'antipolitica. “Hoy no hay una ideología que consiga convencer a la gente corriente de que le espera un gran futuro. El liderazgo es molecular y no se produce a través de una gran corriente, el protagonismo es efímero y se logra por otros canales: los cinco minutos de gloria. En una situación así, la mediación intelectual es inútil. Nunca se había visto una fractura así de profunda. Los populistas no tienen ninguna cultura sobre la que apoyarse y los intelectuales gritan al viento. Es un problema estructural que afectará a otros países”.
El asesinato de Aldo Moro a manos de las Brigadas Rojas marcó un cambio de rumbo que abrió el camino a la irrupción paulatina de Silvio Berlusconi y su estrategia publicitaria aplicada a la política. El periodista y escritor Aldo Cazzullo, autor de Giuro che non avrò più fame. L’Italia della ricostruzione, cree que ahí está el segundo punto de inflexión. “La izquierda ha perdido la hegemonía cultural desde los tiempos de Berlusconi. La cultura de masas ya no pasaba por los libros, los periódicos, la universidad, la academia… Pasó por la televisión primero, y luego por la red. Y eso explica la hegemonía de Berlusconi y luego del M5S. Internet determina hoy el tejido cultural en los países donde gobierna el populismo. La nueva fase de la hegemonía cultural está ahí”, apunta.
La dirección está clara: las ideas, los libros o la densidad intelectual no bastan. En la era del populismo, se buscan pensadores, escritores y artistas con predicamento en las redes sociales: Influencers, en suma. Roberto Saviano, con millones de seguidores, ha sido mucho tiempo una de las pocas voces opositoras al gobierno de la Liga y el M5S. El escritor, bajo escolta desde hace una década por sus revelaciones sobre la Camorra, contradice la tesis de que no haya nadie frente al populismo, pero cree que es un trabajo solitario y arriesgado. “En un momento de confusión y desconcierto como el que vivimos, el intelectual se interroga sobre cómo puede ser útil y eficaz con su acción. Vivimos en un clima de constante provocación, un win win para quien gobierna. ¿Cómo reaccionas a la dictadura del tuit? ¿Gritas contra el fascismo o contra una banda de incompetentes cínicos? ¿Estudias modos más eficaces y menos frontales? No hay que olvidar que los intelectuales ya no tienen una base política de referencia. Ya no existe. Tras el rechazo de votar el IUS Soli o los acuerdos con Libia para evitar los desembarcos de refugiados, el PD se convirtió en la antesala de la Liga. Hoy quien ataca al Gobierno está solo contra todos”, señala en un largo audiomensaje a través de whatsapp.
El pasado verano hubo cambios. El eco de ese silencio era ensordecedor y algunas tribunas se ofrecieron como altavoz. L’Espresso, el semanal de referencia en Italia dirigido por Marco Damilano, fue el primero en dar el paso. “Algunas voces históricas que se opusieron a Berlusconi han permanecido calladas en los últimos tiempos. Nosotros pensamos que teníamos que hacer salir a los intelectuales a la luz. El partido de la oposición ahora mismo no está. Los sindicatos no están. No ha habido huelgas generales, debate sobre los presupuestos… Los industriales son una oposición que se mueve por intereses. Si no se oye la voz de intelectuales, ¿qué quedaría? Esa es la pregunta. Así que hemos hecho campaña”, señala al teléfono.
La revista ha empujado a todo un movimiento de figuras que empezó a alzar la voz hace algunos meses. “El populismo provoca una cierta dificultad de interpretación a los viejos intelectuales, pero ha desencadenado una reacción de figuras más jóvenes. Y es un fenómeno nuevo, porque no hay nada comparable M5S en el resto de Europa. De hecho, este partido [nacido a través de un blog y una empresa de comunicación digital] ha puesto en dificultad a muchos intelectuales que al principio les habían apoyado. Ya no queda ni uno”, señala Damilano.
Levantar la voz
Levantaron la voz el novelista gráfico Zerocalcare o Michela Murgia, autora de Istruzioni per diventare fascista, un polémico libro sobre los vientos de cambio que recorren Europa. Al teléfono, enfurece al señalarle que los intelectuales están callados. “¡No es verdad! Ya está bien con esa cantinela. Hay fortísimas voces intelectuales que se oponen al Gobierno. El trabajo que estamos haciendo se puede ver repasando los ataques desde el perfil de Matteo Salvini. Nos hemos rascado los bolsillos para comprar un barco y hay gente que recibe insultos y amenazas de muerte. Hay una clase intelectual que reacciona: no se trata de Gianni Vattimo o Claudio Magris, ellos no acceden a tanta gente como nosotros”, señala citando también a la última premio Strega, Elena Janeczek, o al escritor Sandro Veronesi, que el pasado julio publicó una carta abierta a Saviano y otros autores pidiendo que se involucrasen.
El papel del intelectual, prácticamente convertido en activista, busca acomodo en los tiempos populistas. Y Veronesi y otros individuos, fuertemente atacados por las bases de la Liga y M5S, compraron un barco y se lanzaron al Mediterráneo para ayudar en el rescate de migrantes. A él le sirvió para escribir Cani d’Estate, un panfleto, dice, sobre lo que pasó aquellos días. “En el Novecento la burguesía atacaba a los intelectuales, pero el pueblo no. Que ahora ese espectro esté orientado contra nosotros ha provocado que nos hayamos sentido atacados personalmente. Yo soy de la vieja guardia, tengo 60 años: son los últimos años en que uno puede jugarse el físico en esta lucha. No se han movido todos los intelectuales, es cierto, pero lo harán. Lamentablemente no es un camino que permita volver hacia atrás”. Tampoco a los viejos tiempos de la finezza.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.