El libertador de Atlantis
Es a la vez relato de origen, lucha dinástica e inmersión en aguas artúricas, pero no logra desembarazarse de un claro sobrepeso kitsch característicamente DC
Hijo bastardo de la reina de Atlantis y figura mesiánica capaz de lograr la unión de dos mundos, que son sino uno –ya saben, la tierra y el mar; es decir, nuestro planeta-, Aquaman ha tenido que nadar infinidad de brazas para alcanzar su tardía consagración como superhéroe con película propia. Por el camino, este personaje nacido en los años cuarenta, pero que no alcanzó su espesor dramático en tanto que figura mitológica hasta los noventa, atravesó las fosas abisales de la chanza internáutica, de la mano de unas comunidades de aficionados a las que, por regla general, les cuesta apreciar el corto alcance de su comicidad onanista.
AQUAMAN
Dirección: James Wan.
Intérpretes: Jason Momoa, Amber Heard, Willem Dafoe, Nicole Kidman.
Género: aventura. Estados Unidos, 2018.
Duración: 143 minutos.
Hasta los espectadores menos sensibles al género parecen tener claro que, hasta el momento, las marcas Marvel y DC han intentado agudizar los toques de distinción de sus respectivos productos en el mercado cinematográfico, con el mismo empeño con que Pepsi y Coca-Cola, o McDonald’s y Burger King han alcanzado la excelencia en el arte de singularizar enfrentadas encarnaciones de lo mismo. Mientras Marvel se ha ido decantando por una seductora ligereza, DC seguía pulsando la tecla de la épica oscura y apocalíptica hasta que, al parecer, el carisma del primer modelo ha obligado a este último sello a matizar sus principios. La elección de James Wan como director resulta bastante significativa: el autor que devolvió, a chorros, el sentido del espectáculo al cine de terror quizá tenga algo nuevo que decir en el género superheroico.
Y, en efecto, Wan filtra algo de sentido del humor e introduce soluciones visuales tan imaginativas como las que articulan el prólogo, donde cada transición responde a una brillante idea formal. El primer enfrentamiento entre la reina Nicole Kidman y los sicarios de Atlantis, con su ilusión de toma en continuidad, o el modo en que se relacionan dos persecuciones distintas en un mismo escenario en el episodio siciliano se debaten entre el hallazgo y la mecánica digital. Pero esta película que es a la vez relato de origen, lucha dinástica e inmersión en aguas artúricas no logra desembarazarse de un claro sobrepeso kitsch característicamente DC.
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