“Yo, la peor del mundo, ¿y qué?”
El 25º aniversario del Premio Sor Juana Inés de la Cruz, otorgado a la española Clara Usón, se convierte en el acto estelar de la FIL
Los encuentros literarios vacían de tal manera las palabras, que el acto en el que vuelven a llenarse de significado tiene siempre algo de milagroso. El pasado jueves, cuando a la FIL le quedaba poco para cerrar su sexta jornada, tuvo lugar uno de esos milagros. Con motivo del 25º aniversario del Premio Sor Juan Inés de la Cruz, 11 de las ganadoras se reunieron para recrear los textos de la poeta mexicana que tomó los hábitos para poder escribir y a la que, finalmente, se lo prohibieron.
Hoy su efigie se reproduce en los billetes de 200 pesos. La nicaragüense Gioconda Belli, las chilenas Nona Fernández y Tatiana Lobo y las mexicanas Ana García Bergua, Margo Glantz y Angelina Muñiz-Huberman se acercaron a la monja jerónima con humor y rigor, partiendo de la poesía, la astronomía y la rebeldía. “Retirada sí, nunca derrotada”, sentenció Lobo. “Sor Juana representa la imposibilidad de la mujer de su tiempo de dedicarse a las letras si no entraba a un convento”, había dicho antes del acto la argentina Claudia Piñeiro, que tuvo que estudiar Económicas porque la dictadura eliminó las carreras de Humanidades.
Cuando llegó su turno, se acercó al atril y anunció que resumiría con cinco “ecos” del siglo XXI la represión intelectual que sufrió su colega del XVII: manipulación, mansplaining, machirulo, patriarcado y sororidad. A la altura de “patriarcado”, Piñeiro sacó el móvil, lo acercó al micrófono y —con el puño en alto y un pañuelo verde rodeándole la muñeca— dejó que sonara la canción de las marchas a favor de la ley del aborto en su país: “Ahora que estamos juntas / ahora que sí nos ven: / ¡Abajo el patriarcado / que va a caer!”.
Si no el patriarcado, por ahora, lo que a punto estuvo de colapsar de entusiasmo fue el Auditorio Juan Rulfo. Recuperado el silencio, la autora de Tuya reivindicó como “grito orgulloso” la fórmula de falsa humildad usada Sor Juana para hacerse perdonar su pensamiento libre: “Yo, la peor del mundo”. “¿Y qué?”, añadió Piñeiro. A esa famosa expresión se refirieron también la colombiana Laura Restrepo y la española Clara Usón, que el día anterior había recibido en la misma sala el galardón de 2018 por El asesino tímido(Seix Barral), un libro que se impuso a los 60 analizados por el jurado. Las intervenciones de otra española —Cristina Sánchez-Andrade— hermanando a Juana de Asbaje y a Emily Dickinson y de otra mexicana —Cristina Rivera Garza— leyendo memes mantuvieron el tono reivindicativo sin alejarse de la literatura.
Dos décadas de premiadas
El acto duró casi dos horas que en realidad eran más de dos décadas: había empezado en 1993. Ese año la FIL acogió un simposio de crítica literaria en el que la nicaragüense Milagros Palma propuso crear un galardón sin dotación económica que señalara cada noviembre la mejor novela publicada por una escritora de lengua española.
La primera elegida fue Dulcinea encantada, de Angelina Muñiz-Huberman, nacida en Francia en 1936, hija de republicanos españoles y exiliada desde niña en México. De Elena Garro a Marcela Serrano pasando por Almudena Grandes o Marina Perezagua, le siguieron 23 autoras: Rivera Garza lo ha ganado dos veces y quedó desierto en 2000.Margo Glantz es la única que también luce en su currículum el premio gordo de la FIL, el de lenguas romances, concedido a toda una trayectoria y que este año ha recaído en la poeta uruguaya Ida Vitale. Aunque Muñiz-Huberman, la decana, sostiene que se ha sentido más discriminada por ser autora “experimental” que por ser mujer, sus compañeras defienden la necesidad de un premio como este.
“Las escritoras están más invisibilizadas que los escritores. Mientras no haya igualdad de oportunidades hay que forzarla”, argumenta Claudia Piñeiro. “Puede que dentro de algunos años esté todo muy parejo y ya no haga falta, pero todavía no se dan las condiciones”.
Clara Usón, premio de la Crítica en 2012 y ganadora en 1998 del desaparecido Femenino Lumen, es aún más vehemente: “Nuestro techo no es de cristal, es de hormigón. Tienes que ir con el taladro. En el mundo anglosajón están más adelantados, pero entre nosotros se sigue pensando que la excelencia es cosa de hombres y la intimidad, de mujeres. Se nos juzga con más severidad”.
Dedicado a premiar libros concretos, el Sor Juana —dotado con 8.800 euros— tiene ya mucho peso en América Latina y ha ido configurando un canon de títulos imprescindible. La historia del futuro tendrá que tenerlo en cuenta. Contada solo a medias porque en “los nuestros” del famoso boom faltaban “las nuestras”, la historia del pasado sirvió el jueves para cerrar la fiesta de cumpleaños.
Preguntadas por las sorjuanas de sus respectivos países, las “juanitas” —la expresión es de Laura Niembro, directora de contenidos de la FIL— elaboraron una lista de urgencia con 30 autoras de primera fila. Ana María Matute, Alejandra Pizarnik, Rosario Aguilar, Diamela Eltit, Piedad Bonnett o Armonía Sommers estuvieron entre las citadas. Ellas, las mejores del mundo.
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