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Charles Simic en lenguaje de signos

El premio Pulitzer de poesía presenta dos libros en la FIL y lee sus versos en un auditorio formado parcialmente por estudiantes sordos

Javier Rodríguez Marcos
El poeta Charles Simic, en el auditorio de la Escuela Preparatoria número 7 de Guadalajara (México).
El poeta Charles Simic, en el auditorio de la Escuela Preparatoria número 7 de Guadalajara (México).Leonardo Álvarez (El País)

Charles Simic ha atravesado medio mundo y media Guadalajara para llegar a la Escuela Preparatoria numero 7, un centro de enseñanza preuniversitaria en el que 300 estudiantes lo escuchan con un silencio de esos que llaman reverencial. Los estudiantes llevan mochila. El poeta, también. La suya está llena de libros y poemas fotocopiados. Rodeado por dos profesores, se sienta en un sillón, mira al público y sonríe “como sonreiría un peluquero lavándole el pelo a Cameron Díaz”. Es un verso suyo. Al borde del escenario hay un intérprete de signos que traduce sus palabras para los alumnos sordos de la Prepa (20 de un total de 7.000). Algunos preguntan en voz baja: “Profe, ¿después habrá clase?”.

“Yo tenía vuestra edad cuando empecé a escribir”, cuenta Simic sin perder la sonrisa. “Mis amigos del instituto aparecieron con sus poemas y me dije: ‘voy a intentarlo’. Escribí uno, lo leí: ¡no podía creer lo bonito que era! Al día siguiente lo releí. Me pareció terrible. No podía enseñárselo a nadie. Así que empecé a leer poesía en la biblioteca pública. Luego volví a escribir. Mejor. Sesenta años después sigo teniendo esa sensación: una mezcla de entusiasmo y decepción. Nunca terminas un poema, solo tratas de convencerte de que está bien y dices: ‘déjalo así”. Charles Simic comienza a leer. Primero ‘Piedra’. Después, ‘Tenedor’. “Tengo otros sobre una cuchara y un cuchillo”, aclara burlón. No cuenta a los muchachos que justo ese poema se lo rechazaron cuando lo mandó a una revista en los años sesenta. Lo contará al final de la lectura mientras se hace fotos con los estudiantes: “Les parecía un desperdicio que malgastara mi sensibilidad escribiendo sobre cuchillos y tenedores. Para mí ese era el reto. Cuando escribes sobre cosas tan cotidianas que se han vuelto invisibles el poema debe ser el mejor. ¿Por qué? Porque cualquiera puede detectar si finges”.

“Tenía cinco años cuando una bomba de los nazis destruyó el edificio que había frente a mi casa. Así empezó mi vida. Después nos bombardearon los aliados"

El poeta lee, un profesor de inglés traduce y los chavales aplauden. A veces. Los poemas se defienden solos. Nadie ha dicho a los estudiantes que Charles Simic cumplió 80 años en mayo, que nació en Belgrado y emigró a Nueva York con 15 después de esperar en París durante meses un visado para reunirse con su padre. Aprovechó ese tiempo para estudiar inglés. Nadie les ha dicho tampoco que ahora es uno de los escritores más importantes en ese idioma, que en 1990 ganó el premio Pulitzer con El mundo no se acaba y que una década más tarde fue nombrado Poeta Laureado de Estados Unidos. Tampoco que ha venido a Guadalajara a presentar dos libros aunque esta lectura forma parte del programa Ecos de la FIL, que cada año reparte a los escritores por los institutos de Jalisco. A él le ha tocado este centro de La Tuzania, un barrio “popular” de Guadalajara al que ha llegado por una carretera flanqueada por los muros de alta seguridad de un “exclusivo” barrio con nombre madrileño: Puerta de Hierro. Para compensar, tampoco les han dicho que de niño, Simic se pasó meses vagando por Belgrado sin que sus padres supieran que no iba al colegio. Lo habían cambiado de centro, sus amigos se quedaron en el antiguo y él nunca fue al nuevo. Lo descubrió la policía. Nada de eso saben los estudiantes de la Prepa 7 y escritor invitado dice “no quiero darles ideas” cuando se le recuerda la anécdota.

Los libros que Simic ha venido a presentar a México son Garabateado en la oscuridad, el poemario que publicó el año pasado en inglés, y La vida de las imágenes, una antología de su prosa. Los acaba de lanzar la editorial Vaso Roto en traducción de Nieves García Prados y Luis Ingelmo respectivamente. En su lectura en la Prepa, no obstante, Simic los dejó de lado. Prefirió leer poemas antiguos, entre ellos uno de sus preferidos: ‘1938’. Normalmente, contó, escribe sin demasiada ceremonia, en un papel cualquiera, en el reverso de un sobre… Le gusta hacerlo en lugares públicos: un restaurante, la parada del autobús. Esa vez fue distinto: “Quise escribir un poema sobre el año en que nací, puse la fecha en Google y le di a imprimir. Salieron 94 páginas. Me pasó algo inaudito: tenía demasiado material”. La cosa quedó en la treintena de versos que incluyó en El señor de las máscaras. “Fue el año en que los nazis invadieron Viena. / Supermán debutó en Action Comics”, dicen los dos primeros. Dos más allá, canturrea una cita: “Seguro que fuiste un precioso bebé’, cantaba Bing Crosby”. El profesor, lástima, no canturrea al traducirlo pero a los alumnos les ha gustado. En el coloquio preguntan por la impresión que le dejó la Segunda Guerra Mundial: “Total”, responde. “Tenía cinco años cuando una bomba de los nazis destruyó el edificio que había frente a mi casa. Así empezó mi vida. Después nos bombardearon los aliados. Belgrado estaba lleno de alemanes y se convirtió en objetivo”.

"Tus poemas son más listos que tú. Empiezas pensando en una gran metáfora  y terminas escribiendo sobre un tenedor"

Al final del acto, mientras se sienta solo en el patio de butacas para hacerse un retrato, Simic recuerda cómo descubrió que en uno de los bombarderos estadounidenses viajaba Richard Hugo, futuro poeta y amigo suyo. Cuando Hugo se enteró de la coincidencia, le dedicó un poema para pedirle disculpas. A Simic le gusta el de Hugo pero sostiene que “la Segunda Guerra Mundial no produjo grandes poemas en inglés. Como mucho, poesía pacifista, didáctica, panfletos más que poemas”. Fue distinto en Europa: “Los buenos poemas sobre la guerra se escribieron en Alemania, en Polonia y en otros países ocupados”. ¿Ha cambiado? “Sí, hoy se escribe buena poesía política en EEEUU. La que escriben las mujeres, los negros…”

Él dedicó a su experiencia de niño de la guerra algunas de las mejores páginas de sus memorias -Una mosca en la sopa-, pero no ha cargado las tintas en sus poemas: “Fue peor para los mayores. Estábamos a gusto en Belgrado pero tuvimos que irnos. Nadie quiere convertirse en un desplazado al que todo el mundo juzga”. Ha preferido centrarse en “el misterio” de la vida cotidiana. ¿Cómo consigue convertirlo en belleza? “Te levantas por la mañana con la cabeza llena de ideas poéticas y de repente alguien grita desde el baño que se ha roto una tubería”, responde irónico. “Es la comedia humana. También hay una lírica de la fontanería”. Con todo, no va a dejar de perseguir el verso que busca: “Cuando perdía jugando al ajedrez me pasaba las noches dando vueltas a las jugadas”. Con los poemas le pasa lo mismo. Sigue durmiendo poco pero él achaca el insomnio a las noches que, de niño, pasó en blanco escuchando la radio. Al final, reconoce, las palabras se imponen: “Aunque cueste admitirlo, tus poemas son más listos que tú. Empiezas pensando en una gran metáfora de altura metafísica y terminas escribiendo sobre un tenedor. Siempre lo digo, es como si tú quisieras ir a la iglesia y el poema te llevara al canódromo. Te cuesta obedecer, pero vas”.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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