"La identidad se trabaja como proceso y exploración"
PREGUNTA. El tema de la identidad está presente en la literatura mexicana tradicional. ¿De qué manera lo abordan los nuevos creadores?
RESPUESTA. Cierta producción literaria del siglo XX en México estuvo ensimismada con conceptos de identidad nacional, los cuales, a menudo, se desarrollaron dentro de las formas del realismo. Alrededor de esta tendencia canónica y oficial también hubo escritores que establecieron líneas de fuga por las cuales se escapó, y se sigue escapando, cualquier noción estrecha y rígida de identidad. Ahora bien, los cuestionamientos contemporáneos a interpretaciones lineales y/o rígidas de identidad se encuentran relacionados con la plétora de exploraciones teóricas que se agrupan bajo el rubro del posmodernismo. Tal como ha ocurrido en otros campos, en los distintos géneros literarios que se practican hoy en México se pondera de manera crítica el lugar del sujeto y el contexto, la mera noción de desarrollo en el área de la narratividad y, sobre todo, las convenciones lingüísticas que nos han ofrecido un efecto de estabilidad. Así, se trabaja cada vez más con conceptos de identidad como proceso, identidad como exploración, identidad como tensión y como multiplicidad, de tal manera que el abordamiento y la estructura, y el lenguaje, tienden a evadir ese ensimismamiento que mencionaba al inicio.
1. Los escritores de la generación actual han disfrutado y/o padecido la creciente profesionalización del oficio -un largo proceso que, en México, ha involucrado de manera importante al Estado, a través de sus programas de premios, talleres de enseñanza y becas destinadas a jóvenes y no tan jóvenes autores-. La otra cara de esta moneda incluye la serie de riesgos que también le han atañido a esta generación: la comercialización a ultranza y, aún peor, la uniformidad y el conformismo de criterios en la producción y distribución de libros. Si a esto se le añade la revolución tecnológica que nos ha tocado vivir, la participación cada vez más activa de agentes literarios y la preponderancia del mercado en el destino final de los libros, entonces el cuadro se complica más. Es, además, una generación pos-89, sin cobijos ideológicos únicos, con suspicacia ante las metanarrativas.
2. Su contribución más importante radica en la diversidad de sus exploraciones. Ahí encontramos las singulares e irrepetibles maneras en que tocan los límites del lenguaje con las que amplían nuestra noción misma de realidad. Si a esto se le añade un ojo crítico hacia las tradiciones de origen, una irreverencia ante las imposiciones de arriba o de abajo, y un compromiso incuestionable por la creación y los espacios en los que ocurre tal creación, esta literatura mexicana de hoy nos enseña, sobre todo, que no hay que pedir permiso a nadie, a nada.
3. Me interesa la narrativa que, independientemente del tema o del género, lucha por establecer sus propias reglas. Leo con entusiasmo los libros que se comprometen con el lenguaje, el más social y el más íntimo de nuestros lugares para crear universos únicos. En este sentido, me interesan las exploraciones en lo fantástico o lo gótico como las de Ana García Bergua o Adriana Díaz Enciso. Tengo ganas de leer el nuevo libro de Ana Clavel, en el cual propone una mirada intrigante sobre la sexualidad masculina. Leo lo que escribe en su lengua madrastra Francesca Gargallo, la tránsfuga italiana-mexicana. Me interesan cada una de las autoras que Jen Hofer, la poeta y traductora estadounidense, incluyó en su Sin puertas visibles. An Anthology of Contemporary Poetry by Mexican Women. Me entusiasma leer a autoras de la frontera norte de México, desde Patricia Laurent Kullik o Rosario San Miguel hasta aquellas que, como Amaranta Caballero, Mayra Luna o Abril Castro, contribuyen a proyectos irreverentes y arriesgados.
Cristina Rivera Garza (Matamoros, México, 1964) es autora del libro de relatos Ningún reloj cuenta esto, el poemario La más mía y las novelas Desconocer y Nadie me verá llorar (Tusquets).
