El condenado artista furtivo
Un paisaje físico y un paisaje humano que desfilan ante la cámara del director para ir abrazando una reflexión sobre la hipocresía de la masa
Un tribunal iraní condenó en diciembre de 2010 al director de cine Jafar Panahi a seis años de prisión por “actuar contra la seguridad nacional y hacer propaganda contra el Estado”, con la pena añadida de no poder abandonar el país y la prohibición de hacer películas en los siguientes 20 años. Panahi, arrestado tras apoyar a la oposición contra el entonces presidente Mahmud Ahmadineyad, pasó 88 días en la cárcel antes de ser liberado tras la presión de la comunidad internacional. No ha salido del país, pero ha seguido haciendo cine furtivo. Y qué cine. Tras Esto no es una película (2011), título de evidente ironía, Telón cerrado (2013) y Taxi Teherán, Oso de Oro en Berlín 2015, llega la soberbia Tres caras, premio al mejor guion en Cannes: otra radiografía de la sociedad iraní, esta alejada de la urbe de Teherán y anclada en los habitantes de los pueblos más recónditos y atrasados, tanto en lo físico como en lo moral.
TRES CARAS
Dirección: Jafar Panahi.
Intérpretes: Behnaz Jafari, Jafar Panahi, Marziyeh Rezaei.
Género: drama. Irán, 2018.
Duración: 100 minutos.
Tres caras comienza con una impactante secuencia grabada con un móvil, que da paso a un primer tercio casi de thriller criminal y de investigación. Pero lo esencial son los modos de Panahi, que articula una ficción a partir de algunas de las esencias del documental: la actriz Behnaz Jafari y el propio Panahi se interpretan a sí mismos, como también los lugareños de las remotas aldeas, casi en la frontera con Azerbaiyán, que tanto recuerdan a las de otra gran película iraní contemporánea: La pizarra, de Samira Makhmalbaf, también protagonizada por Jafari.
Como Taxi Teherán, el relato se convierte en una road movie con abundantes conversaciones en un coche que, sin embargo, Panahi compone con un muy meritorio sentido de la imagen, por lo que se entrevé en los caminos y por el encuadre y la composición del plano. Un paisaje físico y un paisaje humano que desfilan ante la cámara del director para ir abrazando una reflexión sobre la hipocresía de la masa, que ama e idolatra a las estrellas de la televisión mientras es cruel e intolerante con una joven adolescente aspirante a actriz, a la que tildan de frívola.
Así, entre el machismo y el patriarcado, con buena parte de la joven generación de hombres siendo aún más retrógrada que la de sus padres, Panahi esculpe un drama sobre el desprecio a “los comediantes”, con esenciales matices políticos en torno a la revolución islámica y sus consecuencias, que culmina con una metafórica curva al final del camino: el del incierto destino de los personajes, y el del propio cineasta. Una película furtiva que se atreve incluso con el metalenguaje, con el guiño sarcástico. Para sus espectadores y, sobre todo, para sus verdugos. “Me dijiste que pensabas hacer una película sobre el suicidio y que contarías conmigo”, dice la actriz y personaje Fahari. Esa película es esta: Tres caras. Y es sobre un doble suicidio: el de una chica y el de un país.
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