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Lucho Gatica, la voz monumental del bolero

Las canciones del artista chileno, fallecido en Ciudad de México 90 años, forman parte de la educación sentimental de muchos hispanos

Lucho Gatica, en Viña del Mar (Chile), en 2002. En el vídeo, recorrido por la carrera del artista.Vídeo: AP / EPV
Diego A. Manrique

Lucho Gatica, cantante y actor chileno, murió el martes en Ciudad de México, con 90 años. Gran triunfador a mediados del siglo pasado, se le identificaba con una manera opulenta de interpretar los boleros.

Nacido en Rancagua, en la zona central de Chile, Luis Enrique Gatica compartió años de privaciones con sus siete hermanos: huérfano de padre desde temprana edad, dependió de los maristas para su educación. Instalado en Santiago, en 1949 su voz llamó la atención del locutor Raúl Matas, que le presentó en Radio Minería y le introdujo en Odeón, la filial de la multinacional EMI.

Eran los años de los tríos románticos y Gatica actuaba con pequeñas formaciones. Tras probar con esa fórmula, en Odeón se arriesgaron a grabarle con orquestas. De hecho, muchos de sus primeros discos estaban recargados de cuerdas y coros: se repetía el chiste de que eran “contrincantes” más que “acompañantes”. Sin embargo, su flexible voz le permitió destacar sobre aquel barullo. Su dominio del rubato le permitía escenificar abismos y cumbres de la pasión.

Tuvo además suficiente olfato para grabar temas que aportaban sofisticación melódica y una indudable sensualidad al repertorio bolerístico: Piel canela, del puertorriqueño Bobby Capó, Contigo en la distancia, del habanero César Portillo de la Luz o Bésame mucho, de la jalisciense Consuelo Velázquez.

Tenía una conexión especial con los gustos del país azteca: dramas tan apoteósicos como El reloj o La barca eran obra del mexicano Roberto Cantoral. Gatica terminó instalándose en Ciudad de México, entonces verdadera capital del mundo del espectáculo hispanoamericano. Hizo mucho cine en los famosos Estudios Churubusco, tuvo su propio programa de televisión y registró respetuosas versiones de las canciones de Agustín Lara, aunque sus verdaderos éxitos fueron composiciones más frescas, como Tú me acostumbraste, Voy a apagar la luz o No me platiques más.

Gatica intentó tantear otros mercados, grabando sambas en portugués y probando incluso con el inglés. Pero, personalmente, él estaba más orgulloso de discos más intimistas, como Lucho Gatica y el folklore argentino. No ocultaba su querencia por la música del país rival, que también le llevó a atreverse con los tangos.

El radical cambio estético de los años sesenta le pilló a trasmano, a pesar de que se sumó al meloso filón de Armando Manzanero. Con todo, el impacto de sus boleros había sido tan fenomenal que pudo apuntarse a las sucesivas olas de modas retro, vendiendo dignamente una y otra vez su cancionero dorado. Aquellos boleros formaban parte de la educación sentimental de muchos hispanos, como testimoniaba su aparición en páginas de García Márquez, Alfredo Bryce Echenique o Mario Vargas Llosa.

Tras un divorcio áspero, el cantante rehízo su vida en Estados Unidos, donde su hijo Humberto se establecería como ingeniero y productor de primer nivel. Para Lucho Gatica, a partir de los años noventa cobró mucha importancia la reconciliación con su país natal, que le celebró con medallas, estatuas y conciertos de homenaje hasta que ya no pudo viajar más.

Aunque su poderosa voz se había ido deteriorando, en 2013 recurrió a la fórmula de los duetos en Historia de un amor, donde le emparejaron con Luis Fonsi, Miguel Bosé, Laura Pausini, Michael Bublé, Olga Tañón o Nelly Furtado. Igual que la colaboración con la rapera Anita Tijoux, esas aventuras poco aportaron a su formidable discografía de los años cincuenta y sesenta, resumida en infinidad de antologías.

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