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Málaga, entre la ciudad cultural y el parque temático

La apuesta por la oferta museística se ve avalada por el éxito turístico, pero las voces críticas hablan de especulación y de arrinconamiento de la creación local

Ambiente, este sábado, a la entrada del Centre Pompidou de Málaga.
Ambiente, este sábado, a la entrada del Centre Pompidou de Málaga. GARCÍA-SANTOS

Es domingo, 7 de octubre, y a media mañana en las salas del Centre Pompidou de Málaga no hay más de una docena de personas paseando ante una colección permanente repleta de grandes nombres internacionales: Robert Delaunay, Pierre Huyghe, Vassily Kandinsky, Antonio Saura... Un par de horas más tarde, en el palacio de Villalón que ocupa el Carmen Thyssen, el número de visitantes que pasean entre pintura española y andaluza del XIX es aún menor. No hay nadie en la exposición temporal dedicada a Francisco Iturrino. “La gente se reserva para los pases gratuitos de la tarde”, argumenta una de las vigilantes. Compensa esperar para evitar pagar los siete euros que cuesta la entrada. Dos días después, martes, en el Museo Ruso, tanto en la permanente centrada en Arte del Realismo Socialista como la monográfica dedicada a Kazimir Malevich, podrían contarse unas 20 personas. Algo más concurrido suele estar el CAC, Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, aunque nada que ver con el Picasso, inaugurado en 2003 y auténtica joya de la corona, en torno a la cual ha ido creciendo una oferta que hoy suma 40 centros expositivos, con una atención prioritaria en las franquicias que suponen el Pompidou y los Rusos.

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La apuesta del Ayuntamiento que rige desde el año 2000 Francisco de la Torre, del PP, —que recibió la semana pasada una condecoración del presidente ruso Vladimir Putin por su labor para estrechar los lazos entre ambos países— ha sido convertir a Málaga (600.000 habitantes) en una marca cultural, algo que él piensa que se ha conseguido, aunque muchas voces locales lo cuestionan. La apuesta se hace evidente en unos presupuestos de 32 millones de euros destinados a museos, de los que la agencia pública que agrupa el Museo Casa Natal de Picasso, el Museo Ruso y el Centre Pompidou se lleva más de 7,8 millones; el CAC, 3,35 millones; y el Museo Carmen Thyssen 2, 1 millones. Los beneficios, según el Ayuntamiento, repercuten al ámbito de la hostelería: la ciudad batió sus récords en 2017 con más de 1,3 millones de viajeros, más de 2,4 millones de pernoctaciones y un porcentaje de ocupación del 79%. Entre las principales motivaciones de los turistas, el 75% indica que lo hace por su oferta cultural, asegura el Consistorio.

Sin embargo, esta apuesta museística de relumbrón a base de grandes firmas está siendo muy cuestionada por voces del mundo de la cultura y vecinos de la propia ciudad que han visto como el aumento del turismo ha supuesto que el precio de la vivienda se multiplique en aras del “todo por Picasso”. Tampoco creen que el alarde de construcciones museísticas haya beneficiado el consumo de cultura.

El artista conceptual Rogelio López Cuenca (Nerja, Málaga, España, 1959) decidió hace una década abandonar la ciudad e instalarse en el campo, asfixiado por una fiebre museística que, en su opinión, ha supuesto el rediseño de Málaga para el turismo de crucero o de despedidas de soltero. Poeta y artista visual, afirma que los daños colaterales para los ciudadanos han sido inconmensurables. Es autor del proyecto Surviving Picasso / Sobrevivir a Picasso, que estudia el fenómeno desencadenado por lo que él llama la picassización de Málaga o la malagueñización de Picasso. “Es una tragedia (por más que no carezca de visos cómicos) si pensamos en el daño causado en el tejido cultural local y en el imaginario colectivo acerca de qué cosa sea el arte contemporáneo: devastadores los efectos secundarios de esta política que desde hace más de 10 años construye una imagen-marca de ciudad cultural a base de pagar publicidad … y lo que se podría hacer (y que sería la obligación de las instituciones) realmente con ese dinero”.

Manifestación en Málaga, en 2015, a favor de La Casa Invisible.
Manifestación en Málaga, en 2015, a favor de La Casa Invisible.GARCÍA-SANTOS

Kike España (Málaga, 1988) es arquitecto y activista portavoz de La Casa Invisible, un centro alternativo situado en las proximidades de la plaza Carmen Thyssen. Fue ocupado en marzo de 2007 y, desde entonces, la oferta de actividades culturales y sociales de todo tipo ha ido pareja a una tensa relación con los propietarios del inmueble: el Ayuntamiento. “Este proyecto surgió como respuesta a la exclusión de todos aquellos que se quedaron sin lugar en el que crear. Entre unas 40 personas, vinculadas de alguna manera al 15-M, montamos la Unión de Creadores Invisibles y ocupamos este espacio. Coincidió con el momento en el que el Festival de cine de Málaga dejó de lado lo local para convertirse en un festival más. Todo era cultura oficial. No quedaba ni una rendija por la que poder respirar con otros aires. Todo el que quiera crear o aprender tiene aquí sitio”. El hermoso patio del edificio es el eje central. Dentro, en las salas no amenazadas por peligro de hundimiento, hay reuniones, lecturas, teatro, documentales, pintura y mucho debate. La Invisible ha contado con el apoyo activo de personalidades como el dramaturgo Darío Fo, la escritora y periodista Naomi Klein, el filósofo Santiago López Petit, el urbanista Jordi Borja, el cineasta Fernando León de Aranoa, el ensayista Amador Fernández-Savaterel actor Óscar Jaenada, los músicos Kiko Veneno y Nacho Vegas o el director del Museo Reina Sofía Manuel Borja-Villel.

Pero la supervivencia de La Casa Invisible está siempre pendiente de un hilo. Con el proyecto de rehabilitación concluido y los avales para el crédito conseguidos, viven expectantes a la espera de ver qué ocurre con su expediente de desalojo. Actualmente, están sin agua y los usuarios del centro tienen que llevar desde su casa botellas o termos de café. El alcalde explica que el corte se debe al impago de facturas por valor de 4.000 euros. Cuando se le recuerda que es una cantidad menor respecto a lo que obtienen los museos franquicia, el regidor responde: “Los usuarios de la Casa Invisible son ocupas y la decisión sobre su futuro no está tomada. Pero la invitación que hicieron para hablar a expresos de los Grapo o exhibir una horca con la bandera de España no ayudan”.

El portavoz de La Casa Invisible opina que los intereses especulativos que hay tras la conversión de Málaga en ciudad de museos son su gran amenaza. “Cuando llegamos, esta parte del centro estaba empobrecida y olvidada de todos. Los alquileres eran de unos 100 euros y ahora pasan de los 800, de manera que la gente se tiene que ir a las afueras. Málaga necesita espacios alternativos para sus artistas. ¿Dónde expondría Picasso si fuera un artista joven y desconocido?”. Lo cierto es que ese joven Picasso desconocido tendría pocas opciones. En estos días cierra, después de 34 años de vida, Cartel, la penúltima galería de arte que sobrevivía en la ciudad. Lo hace con una exposición dedicada a Diego Santos (Málaga, 1953), un conocido artista malagueño que reconoce que la proliferación de museos no ha alegrado el mercado del arte local. 

Vladímir Putin (izquierda), condecoró el pasado domingo a De la Torre por su contribución a los lazos culturales entre Rusia y España.
Vladímir Putin (izquierda), condecoró el pasado domingo a De la Torre por su contribución a los lazos culturales entre Rusia y España.A. N. (EFE)

Manuel Ortega Arteaga, propietario de Cartel, explica que el negocio es insostenible; el 21% del IVA sobre cada pieza vendida ha sido la puntilla. “La crisis supuso que muchos coleccionistas recurrieran a las subastas para vender obra de artistas vivos por un precio mucho menor del que nosotros barajamos. No tiene sentido seguir”.  La eclosión de museos no ha beneficiado ni perjudicado a los galeristas, en opinión de Ortega. “La mayor parte de las visitas llegan en crucero. Bajan, visitan alguno y vuelta al barco. Lo demás no les interesa”.

Para el alcalde Francisco de la Torre, la ausencia de galerías no tiene por qué ser un drama para los artistas nuevos o emergentes. “El CAC compra para su colección permanente y expone a nombres no tan conocidos que luego son requeridos en espacios internacionales. Le pongo por ejemplo a José Luis Puche o Javier Calleja. Los dos han expuesto en nuestros museos y luego han dado el salto internacional. Málaga es una marca cultural, que nadie lo dude”.

En el CAC, su director desde 2003, Fernando Francés, asegura que, aunque está obligado por contrato a ofrecer nueve exposiciones anuales, ha ensanchado ese número para incluir a creadores locales. “De las 170 que hemos programado, 35 han sido para artistas de proximidad”. Y añade que en la colección permanente formada por 400 piezas, "150 están firmadas por artistas del entorno”. Pendiente de conocer las condiciones del concurso que le permitirían renovar el cargo, aclara que dispone de 150.000 euros anuales para compras que realiza, en el 99% de los casos, a galeristas. “En teoría dispongo de un presupuesto de 3,3 millones de euros, pero ahí está incluido el IVA, el pago del personal y otros gastos que museos como el Pompidou no tienen. Puede haber voces críticas, pero no tienen razón. Somos un ejemplo para Europa”.

Javier Calleja (Málaga, 1971), artista que pudo mostrar su obra en el CAC en 2009, opina que la multiplicación de los museos les beneficia, entre otras cosas, porque el aumento de turismo ha hecho que disfruten de infraestructuras de transportes que otras ciudades no se pueden permitir. También encuentra rentable que cada inauguración importante logre que se desplacen a Málaga galeristas y artistas internacionales que de otra manera no mirarían a la ciudad. “Los museos y nosotros, los artistas emergentes, puede que seamos mundos paralelos. Pero prefiero un parque temático museístico a un Disneyland”. 

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