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EXTRAVÍOS
Columna
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Alfabeto del Museo de Bellas Artes de Bilbao

El centro vasco ha requerido del escritor Kirmen Uribe 31 términos, en un breve ensayo, que agrupan las obras de su colección

Tras echar las cuentas a partir de su 110º aniversario, exhibió el Museo de Bellas Artes de Bilbao otras tantas obras de su colección; ahora ha dado la palabra al alfabeto de cuatro idiomas —euskera, castellano, francés e inglés— con las 31 letras que componen su respectivo abecedario, en este caso requiriendo del escritor vasco Kirmen Uribe otros tantos términos, explicados en un breve ensayo, a través de cuyo sentido se agrupan las obras de su colección. Al fin y al cabo "cuenta" y "cuento" se unifican mediante el verbo "contar", que tiene una dimensión aritmética y narrativa.

Podría tratarse este procedimiento de reordenar visualmente la colección de la institución como un simple juego de ingenio, pero, a mi parecer, el empeño tiene mucha más miga para un museo de corte histórico, que enlaza la prehistoria con la actualidad. En primer lugar, porque rompe con la inercia de considerar sus fondos como algo cerrado, pero también —y sobre todo—, en segundo, porque refrescar la contemplación de una obra de arte exige mirarla de una forma diferente, con esa segunda visión que ahonda su sentido. Desde esta perspectiva, los aparentemente inocuos números y palabras quiebran con su temporalidad la yerta placidez de objetos espaciales, una operación muy oportuna para vivificar la visión de su eventual observador.

A este respecto, se suele hablar del peligro de que los museos se reifiquen, dando la sensación de que basta una sola visita para saber qué contienen, cayendo de esta manera en la alienación de que siempre habrá nuevos turistas para que cunda la savia de ese primer y único descubrimiento. De todas formas, para evitar esta atonía, los museos suelen organizar exposiciones temporales, pero a costa de fosilizar sus respectivas colecciones permanentes. También es cierto que la instalación de estas últimas suelen, muy de vez en cuando, revisarse, pero casi siempre respondiendo a un mismo patrón, como si la vida, la historia y el arte no estuvieran continuamente modificándose en función de circunstancias imprevisibles. Antes, por el contrario, hay que sacudirse la modorra de lo consuetudinario, ante la exhibición de un arte que jamás admite ser solo pasado, porque este está continuamente variando en función del presente, su renovada mirilla.

Los museos públicos se crearon en nuestra era y no pueden permitirse abandonar el destino de sus obras a ningún modelo obsoleto, porque, además de las funciones tradicionalmente asignadas, como conservar, cuidar y exhibir sus fondos, deben lograr que sus visitantes vean lo de siempre cada vez como si fuera su primer contacto. Quizás el catálogo de su patrimonio no pueda variar constantemente su contenido, pero ese maravilloso viaje interminable que propone el arte encuentra su clave mágica en replantear el modo de las relaciones entre las obras que posee y el espectador.

En el caso que ahora nos ocupa, el de la instalación titulada Alfabeto del Museo de Bellas Artes, su comisario, Kirmen Uribe, ha acertado de lleno demostrando que, en efecto, una imagen artística puede producir mil o un millón de palabras: las que su autor nos presta ejemplarmente para la imprescindible conversación íntima que todos nosotros necesitamos al afrontar el arte. En este sentido, el Museo de Bellas Artes de Bilbao se ha convertido en un auténtico museo de vanguardia, que no es solo el que exhibe lo nuevo, sino el que renueva nuestra forma de mirar.

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