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Diez películas que sí dan miedo para Halloween

A veces el cine de terror provoca risas, otras repulsión y solo en algunas ocasiones escalofríos, sangre helada y pelo erizado. Aquí elegimos 10 filmes para estremecerse

Fotograma de 'The Ring (El círculo)', de Hideo Nakata.
Gregorio Belinchón
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Sí, el cine de terror está mejor que nunca, y vive tanto en taquilla como en creatividad un gran momento. Incluso el último Oscar a la mejor película recayó en La forma del agua, de Guillermo del Toro, que puede que no fuera estrictamente de terror, pero la coprotagonizaba un monstruo. Sin embargo, en muchas ocasiones este género o bien se pasa de rosca y por puro vómito de vísceras y violencia resulta increíble o bien deriva hacia el cuento, la fábula, y por tanto entra en la fantasía. Hoy, por Halloween, escogemos diez películas con las que (casi) garantizamos que el espectador pasará miedo. Mucho miedo. Las hemos ordenado por orden cronológico, para que luego cada cual elija su preferida.

1.- Los ojos sin rostro (1960) + La sangre de las bestias (1949). Ambas de Georges Franju. Un estupendo programa doble en blanco y negro. La primera es la respuesta francesa a la oleada de cine de terror británico de finales de los años cincuenta. Estilísticamente perfecta, visualmente mimada, la historia la protagoniza un cirujano que rapta chicas para usar su piel para reconstruir la belleza de su hija, cuyo rostro quedó desfigurado por un accidente de tráfico del que el médico se siente culpable. Franju –crecido profesionalmente en el cine mudo– decía que su película era más sobre la angustia que de terror. Probablemente, aunque ¡qué angustia! El filme inspiró La piel que habito, de Almodóvar. Y después, un documental de autor, La sangre de las bestias, que ilustra las jornadas de los mataderos de París –y vemos cómo se mata de forma rutinaria a caballos, vacas, ovejas...– entremezclado con la vida diaria en la calle. Un contraste brutal, acentuado por el blanco y negro, que resalta en negro la sangre. De fondo, la reflexión sobre la violencia que acompaña a nuestra sociedad. Devastador.

2.- ¿Quién puede matar a un niño? (1976). De Narciso Ibáñez Serrador. El título lo dice todo. En su arranque Chicho Ibáñez Serrador muestra imágenes de niños sufriendo, que en realidad están viendo en la televisión una familia de turistas que se prepara para viajar a la isla mediterránea de Almanzora. Allí se encuentran con un pueblo del que parece haber escapado la población adulta a la carrera: en realidad se han dejado asesinar por los niños, porque, ¿quién puede matar a un niño? Ibáñez Serrador rodó parte en inglés para acentuar la incomunicación de la madre de la familia turista... pero los productores la doblaron en posproducción. Aun así, queda una obra maestra, adorada por cineastas de todo el mundo, que ahonda en un tabú, el de los críos como generadores de violencia (algo que décadas después se sobrepasó con los niños soldado).

3.- Holocausto caníbal (1980). De Ruggero Deodato. Hemos llegado a un clásico del cine gore. Un grupo de periodistas jóvenes se interna en la selva amazónica colombiana a filmar un documental. Cuando desaparecen un antropólogo comienza su búsqueda y encuentra el material fílmico y sus restos. Aquí empieza la segunda parte de la película, cuando en Nueva York una cadena de televisión intenta montar un reportaje para "que la muerte de los chicos no sea en vano". Durante años Holocausto caníbal estuvo prohibida en varios países y encendió enconados debates sobre si se regodeaba en su crueldad o era una reflexión seria sobre la crueldad humana.

4.- Funny Games (1997). De Michael Haneke. La película epítome del sadismo. Una familia llega a su chalet de verano a pasar un fin de semana de tranquilidad. Pero nada más llegar aparecen dos jóvenes que se introducirán en la casa para hacerles sufrir una noche de violencia sin sentido. Si en sus primeros 100 minutos Funny Games desarbola al espectador, con Haneke sacando partido a su maestría en la frialdad, su final lo deja completamente arrasado.

5.- El proyecto de la bruja de Blair (1999). De Daniel Myrick y Eduardo Sánchez. Rodada con muy poco dinero (varias fuentes aseguran que cada dólar invertido en el filme se convirtió en 10.000 dólares en taquilla, con lo que sería la película de mayor éxito comercial si analizamos su ratio coste/recaudación), cuenta la historia de tres chavales que se internan en un bosque para grabar un documental sobre una leyenda local, la de la bruja de Blair. Otro buen ejemplo de película creada sobre el concepto de found footage (metraje encontrado). El nivel de angustia va creciendo gracias a su apuesta de mostrar muy poco y jugar con sombras y ruidos... hasta el final. Con muy poco, Myrick y Sánchez lograron un terror muy efectivo.

6.- Los sin nombre (1999). De Jaume Balagueró. El cineasta español sabe muy bien cómo trabajar en este terreno y ahí están su saga [REC] y su polanskiana Mientras duermes –probablemente su mejor trabajo–. Pero miedo, lo que se dice miedo de no poder mirar la pantalla, lo lograba en Los sin nombre, el drama de una madre que un día recibe una llamada angustiada de su hija, que le pide ayuda porque le van a matar. ¿La vuelta de tuerca? La niña en teoría ya había muerto un lustro antes y su cuerpo había aparecido desfigurado. Un expolicía y un periodista especializado en parapsicología ayudarán a la madre a entender lo ocurrido. Sencillamente impecable. Como añadido de terror español con niños desaparecidos o especiales, también destaca Insensibles (2012), de Juan Carlos Medina,

7.- The Ring (El círculo) (1998) + Dark Water (2002). Ambas de Hideo Nakata. Estas dos películas y Audition (1999), de Takashi Miike, son el mal cinematográfico en estado puro. El terror japonés marcó en el cambio de siglo al resto del cine mundial -de las películas de Nakata hubo versión hollywoodiense y este trío es el ejemplo perfecto (por cierto, las tres comparten compositor en la banda sonora: Kōji Endo). Fantasmas en las de Nakata (procedentes de una cinta de vídeo y del agua sucia, respectivamente), una secuencia de tortura y erotismo en la de Miike... platos fuertes para el menú de esta noche. A Nakata hay que reconocerle su estilización del terror, a Miike su inmersión en la barbarie. A los dos, su cuidado por el sonido.

8.- Hostel (2005). De Eli Roth. Bienvenidos al torture porn, subgénero que se regodea con la violencia mostrada en pantalla, especialmente con secuencias de tortura, para enganchar a la audiencia. Y aquí Roth sabe lo que hace. Tres mochileros, dos de ellos estadounidenses, acaban en un albergue juvenil eslovaco en su búsqueda de aventuras. Y las encontrarán... pero no como las que ellos esperaban.

9.- La niebla (2007). De Frank Darabont. Puede que la película pueda parecer más cercana al género de la fantasía. Sin embargo, aparece en este listado por dos razones: porque se basa en una novela de Stephen King y por sus últimos tres minutos, que dejan arrasado al público. Darabont –al que los productores le impidieron rodar en blanco y negro– decidió hacerla más tétrica que el libro original y acertó: tras una enorme tormenta, un pequeño y casi idílico pueblo se ve rodeado de una extraña niebla de la que surgen brutales criaturas ansiosas por devorar seres humanos. Si por Halloween uno decide volcarse en adaptaciones de King a la pantalla: la sesión debería de completarse con La tienda de Stephen King (1993) y la última versión de It (2017), de Andy Muschietti. Que también asustan lo suyo.

10.- Martyrs (2008). De Pascal Laugier. El terror francés lleva años produciendo grandes trabajos. Y Laugier es uno de sus mejores ejemplos. En Martyrs dio la campanada con la venganza de una chica sobre quienes la secuestraron y torturaron de cría. Y esto es eso el inicio, porque después se lanza a zambullirse en sociedades secretas y una espiral de tortura y muerte. Por cierto, que Laugier tiene a punto de estreno Ghostland, que se proyectó en el pasado Sitges y también da muy mal rollito.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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