Por una pérdida del olvido
Hoy en día, la multiplicidad y la levedad, propuestas por Italo Calvino en ese “para el próximo milenio”, brillan por su ausencia
Italo Calvino admiraba en Borges, maestro de la escritura breve, la forma que este tenía de realizar sus aperturas hacia el infinito. Digo esto porque con el tiempo he aprendido a valorar tanto la “multiplicidad” en literatura (la de Carlo Emilio Gadda, por ejemplo, que se dedicó a representar el mundo, sin atenuar jamás su enredada complejidad) como la “levedad”. A esas dos propuestas de Calvino “para el próximo milenio” las veía como antagónicas, pero hoy en día las admiro por igual, quizás porque entiendo mejor la complejidad y también que esta exige la presencia simultánea de los elementos más heterogéneos.
Es como si hubiera descubierto de pronto que lo que llamé shandy o portátil –que durante tanto tiempo identifiqué solo con la levedad– tiene en realidad todos los números para llevar a cabo las más insólitas aperturas hacia el infinito, y hacia la multiplicidad. Entre las aperturas más deslumbrantes está la de Philip K. Dick, que quedara hipnotizado por el colgante que llevaba alguien que llamó a su puerta (un símbolo con la forma del pez utilizado por los cristianos antiguos para representar el nombre de Cristo), lo que provocó en él una anamnesis, que en griego significa “pérdida del olvido”, y le hizo ver que en realidad el Imperio Romano nunca había llegado a desaparecer y que había mantenido a la humanidad esclavizada mediante las posesiones materiales. Tras esto, Dick entró en un periodo espiritual que dio paso, entre alucinaciones, a la redacción de un diario infinito, una obra maestra de la multiplicidad de la que Calvino quizás no tuvo noticia.
Hoy en día, en las noticias de cultura de los informativos y de las redes, la multiplicidad y la “pérdida del olvido” brillan por su ausencia. La performance de Banksy en Londres, por ejemplo, se ha presentado como un hecho insólito. Pero Josep Massot recordaba el otro día cómo, a principios de los setenta, un subversivo joven octogenario Joan Miró, tratando de restar valor económico a sus pinturas, quemó o martilleó algunos de sus lienzos. Y otro ejemplo entre miles: las fake news de Trump parecen rabiosamente actuales, pero ya en 1966 apareció en Buenos Aires el Manifiesto sobre un arte de los medios, de los iluminados Jacoby, Costa y Raúl Escari, tres artistas argentinos que anunciaron, en su histórico Happening para un jabalí difunto, la construcción futura, por parte de los medios, de todo tipo de falsas verdades.
Como cada vez se nos presentan más noticias como si fueran únicas, la relación de estas sería ahora interminable. El hecho es que algunos pensamos que deberían llegarnos ya todas acompañadas de una documentación exhaustiva que las conectara con sus propios antecedentes y creara un efecto de “multiplicidad” que a la larga podría empezar a facilitar la crónica anunciada del triunfo, sino de la verdad, al menos de la anamnesis, de la tan urgente “pérdida del olvido”. Porque tal vez solo así, recordando, podamos ver cómo se levanta por fin la niebla sobre el río, esa bruma que ahora tanto nos impide verlo.
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