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Así murió Bermudo III, el último rey asturleonés

Los forenses que analizaron el cuerpo determinaron que una lanza le entró por el ojo derecho, le reventó la órbita ocular y le arrancó el maxilar superior

Vicente G. Olaya
Cráneo de Bermudo III.
Cráneo de Bermudo III.JOSETXO MÍNGUEZ

La culpa fue de la celada. Bermudo III, rey de León, la levantó –o simplemente no le protegía bien los ojos– antes de enfrentarse en solitario a cientos de enemigos en la batalla de Tamarón (Burgos, 1037). La lanza adversaria le entró por el ojo derecho, le reventó la órbita ocular y le arrancó el maxilar superior. Además, una decena de estoques le atravesaron la parte inferior del tronco. Resultado: muerte en el acto o, como mucho, agonía por múltiples infecciones poco después. Así lo determina la autopsia que un equipo de la Sociedad Española de Paleopatología realizó a sus restos en 1997 y que vuelve a salir a la luz tras la polémica de dónde se halla su cadáver: si en el panteón real de San Isidoro de León o en el de Nájera (La Rioja). 

Las crónicas medievales relatan que el último rey de la dinastía leonesa del Reino de León fue lanceado, asaeteado y atravesado con espadas y puñales en unas cuarenta ocasiones. "Cosido a lanzadas", detallaron los narradores del siglo XI. Sin embargo, la autopsia reduce los lances comprobados, casi todos mortales, a 16. Y todo porque Bermudo III iba a lomos de una montura (Pelayuelo) más rápida que sus huestes, por lo que se encontró solo ante el enemigo (los ejércitos castellanos de Fernando I). A sus soldados no les dio tiempo a rescatarlo.

De todas formas, la falta de previsión ante la batalla debía de ser genética en su dinastía, ya que su padre, Alfonso V, falleció también en un asedio en territorio portugués porque se quitó la armadura por el calor y una saeta le atravesó el pecho.

El lugar de descanso final de Bermudo III, que murió con solo 19 años, por lo que era conocido como El Mozo, es muy polémico. Las ciudades de León y Nájera se disputan ser las depositarias de sus restos, ya que cuentan con sus respectivas sepulturas en unos impresionantes panteones reales, una controversia que ha rescatado el trabajo forense de María Encina Prada Marcos y Francisco Etxeberría Gabilondo.

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Josetxo Mínguez, de la Asociación Cultural Tamarón, y experto en la batalla, recuerda que el museo de San Isidoro —donde se halla el panteón de los reyes de León— requirió la presencia de 24 expertos y forenses en 1997 para poner en orden el “batiburrillo” de huesos en que se había convertido el cementerio real. Se les dio solo 15 días de plazo para terminar su trabajo.

El embrollo comienza cuando los franceses en 1808 convirtieron la cripta de San Isidoro (cuyos frescos son considerados la Capilla Sixtina del románico) en una caballeriza. Los sepulcros reales de piedra de los monarcas de León fueron descerrajados a la búsqueda de las piezas de oro que había en ellos y convertidos en abrevaderos para las monturas."Los huesos", señala la antropóloga María Encina Prada, "fueron acumulados en una esquina y trasladados a otra iglesia en 1865, aunque posteriormente volvieron al panteón. En los traslados se perdieron muchos, sobre todo los pequeños".

Por eso, los expertos requeridos por el museo lo primero que hicieron fue encajar los existentes  como si fuera un puzle para recomponer los cuerpos, pero sin saber con certeza a quién correspondía cada esqueleto. Menos uno. Se trataba de un hombre joven, de entre 1,70 y 1,74 metros, cuyas heridas de guerra casaban perfectamente con las de Bermudo III. "Es muy posible que lo sea, pero no podemos afirmarlo al cien por cien hasta que no se hagan pruebas de ADN", indica Prada. "Pero sí es verdad que los resultados hacen compatible que sea Bermudo III".

Sepulcro de Bermudo III, a la izquierda, y de su padre, Alfonso V, en San Isidoro de León.
Sepulcro de Bermudo III, a la izquierda, y de su padre, Alfonso V, en San Isidoro de León.V. G. O.

El informe de los doctores detalla las heridas. Entre ellas, un lanzazo de 23 milímetros en la cadera (post morten), otro más en el mismo sitio de 11 milímetros, una incisión longitudinal de 17, un espadazo oblicuo en la parte delantera del fémur, otra en la posterior, un corte de 10 milímetros en la mejilla que le “secciona el hueso malar”, y la mortal: “una herida inciso-punzante de 47 milímetros de longitud” en la “cara interna de la órbita derecha” que “deja su impronta sobre el parietal y sobre el maxilar superior y rompe la pared”.

El cuerpo, a diferencia de otros, no estaba momificado porque su fallecimiento se produjo en medio de las altas temperaturas de agosto y los “procesos naturales de putrefacción” se aceleraron a causa “de los extensos focos de contusiones y heridas graves que facilitaron la entrada de microorganismos patógenos, favoreciendo y acelerando la descomposición cadavérica”.

Mínguez recuerda que Tamarón (30 habitantes censados y 300 descendientes repartidos por todo el mundo) celebra cada año una representación de la batalla en agosto. “Estamos muy orgullosos de nuestra historia y es una manera de juntarnos todos cada año”.

Los vecinos de esta localidad burgalesa han recopilado toda la documentación existente sobre la batalla y atesoran bastantes legajos, excepto pruebas arqueológicas concretas de la lucha. Lo único que poseen es un lugar denominado Carrera del Rey, que suponen que recibe este topónimo por la batalla que perdió Bermudo III en solitario: fue hacia la muerte al galope.

Para liarlo un poco más, el Ayuntamiento de Támara de Campos (Palencia) reivindica que la batalla final de Bermudo III se desarrolló en su actual término municipal, si bien los expertos consultados ponen en duda esta versión, aunque no lo descartan por completo.

¿Y quién tiene el verdadero sepulcro del rey? La respuesta de Mínguez es clara: los dos. “El cuerpo está en León, pero los reyes de aquellos momentos se hacían construir mausoleos en diversos lugares. Era un símbolo de su poder. Lo importante no eran los huesos, sino el sepulcro real, representación de su autoridad”. El antropólogo forense Francisco Etxeberría interviene: "Bueno, a lo mejor, Nájera tiene alguno de sus restos, porque en algún momento de la historia se llevó algo allí, ya que no los encontramos todos".

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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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