András Schiff, la magia del número tres
El pianista de origen húngaro sienta cátedra en Baluarte con Bach
Al más puro estilo de Glenn Gould, András Schiff también se entrevistó a sí mismo. Fue en agosto de 2015, en The Guardian, y con motivo de su interpretación de las Variaciones Goldberg, de Bach, en los Proms londinenses. El pianista británico de origen húngaro (Budapest, 1953) sometió sus tesis interpretativas a las impertinentes preguntas de un “abogado del diablo” que era él mismo. Y salió fortalecido. Por supuesto que Schiff no toca el instrumento para el que Bach compuso esta música: un “Clavicembal mit 2 Manualen” o clave con dos teclados indicado en la portada de la edición de 1741. Tampoco lo hace en una sala idónea. Y hasta la forma de escuchar esta obra quizá fuese diferente, es decir, que no se tocase completa. Incluso su origen probablemente tenga poca relación con Johann Gottlieb Goldberg, que la bautizó, o ninguna con el insomnio del conde Keyserlingk que relata Forkel, en 1802, dentro de la primera biografía de Bach. Pero nada de esto impide encontrar a Schiff la mejor forma posible para convertir esta obra maestra en una realidad sonora contemporánea absolutamente inolvidable. Lo demostró ayer, en el Baluarte de Pamplona, dentro de una pequeña gira española que culminará mañana jueves, 4 de octubre, en el Palau de la Música Catalana de la ciudad condal.
Schiff amolda las Variaciones Goldberg con maestría al timbre, la dinámica y el mecanismo del piano moderno. Y sigue reivindicando su lugar de honor dentro de una tradición interpretativa con este instrumento, que tiene muchas décadas de historia, aunque la sombra de las legendarias grabaciones de Glenn Gould siga siendo muy alargada. El pianista de origen húngaro se aleja del tono seco y afilado del canadiense. Su Bach se orienta, por el contrario, hacia un sonido más cálido con amplios fraseos que adereza con sutiles embellecimientos en las repeticiones. Un resultado de sus estudios con el clavecinista George Malcolm, que le ayudó a encontrar esa síntesis entre transparencia y fluidez con leves toques de pedal. Su pulsación, nunca mecánica, se acerca a la flexibilidad natural del latido humano, algo lógico para quien ha hecho de Bach un hábito cotidiano y hasta el factor excitante de su vida.
Los años apenas han restado luminosidad a Schiff en las variaciones más exigentes técnicamente de las Goldberg. Y su comprensión global de la obra ha ganado en profundidad. Lo llama la magia del número tres. Esa regular sucesión de una pieza virtuosística, un movimiento característico o danzable y un canon polifónico, es decir, lo físico, lo emocional y lo intelectual, que Bach dispone, precisamente, a partir de la tercera variación. El pianista practica también tres pausas a lo largo de la obra, antes de las variaciones 11, 16 y 23, para subrayar el primer tercio, el punto medio, y el último cuarto. Integra perfectamente las tres variaciones en modo menor y evita, concretamente, perder fluidez en el emotivo adagio de la variación 25. Lo hace para no enturbiar el camino hacia la última, quodlibet, donde Bach rompe la lógica canónica en favor de lo emocional. Schiff hace exactamente lo mismo y coloca, en esa variación 30, el verdadero clímax de toda su interpretación. Después, en el da capo del aria, las repeticiones aparecen desnudas de adornos y con ese efecto opuesto traza el cierre perfecto del círculo.
Pero las Variaciones Goldberg fueron solo la segunda parte del recital. Schiff tocó en la primera el Concierto Italiano y la Obertura francesa. Todo un ardid enciclopédico, pues ambas composiciones bachianas conforman la segunda parte de sus Clavier-Übung o ejercicios para teclado, que publicó en 1735, mientras que las Goldberg, de 1741, se supone que son la parte cuarta de la misma colección. El Concierto fue lo menos interesante del recital, pero la Obertura resultó un pórtico ideal para las Goldberg. Schiff subrayó además la similitud entre la giga de la primera y la séptima variación de la segunda, indicada “al tempo di Giga”. Pero quizá lo mejor de toda la noche fue el final de la Obertura, ese breve echo que fue un prodigio de articulación, dinámica y diálogo. Esa mezcla de lo físico, lo emocional y lo intelectual que es Bach para Schiff. Esa magia del número tres.
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