_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Musicalia

Quizás por eso Dudamel no puede dirigir en Venezuela. La mitad de su orquesta está en el exilio gracias al régimen de Maduro

Félix de Azúa
Gustavo Dudamel dirigiendo a La Filarmónica de Los Ángeles en Los Ángeles, California.
Gustavo Dudamel dirigiendo a La Filarmónica de Los Ángeles en Los Ángeles, California. MATHEW IMAGING / WIREIMAGE

En el fantástico ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo le tocó el turno a Gustavo Dudamel. Este hombre, a pesar de su juventud (no ha cumplido los cuarenta), es ya una leyenda en los muy selectivos medios melómanos. Nacido en una familia venezolana sin recursos, se ha convertido en el director sinfónico más demandado por los mejores teatros del mundo. Su estilo sigue siendo vehemente, impetuoso y afirmativo, así que la Tercera de Schubert salió a todo trapo y volaron nieblas y nocturnos románticos. Luego, en la Cuartade Mahler, no valen las prisas. Es una máquina compleja, densa, retorcida y siempre asomada al abismo de la muerte. No pude dejar de pensar en Mahler, judío bajito de ambición colosal y alma atormentada, que casó con la mujer más guapa e insufrible de Viena. Ella le despreció y humilló hasta que, una vez muerto, se convirtió en el Genio Internacional. A partir de entonces, Alma se dedicó a escribir sobre lo excelso que había sido su marido y la grandiosa música que compuso. Elias Canetti la conoció personalmente cuando ya era vieja y estaba arrasada por el Marie Brizard. Dejó de ella un retrato devastador.

Dudamel ha interpretado con gran frecuencia las sinfonías de Mahler. Su visión es aún apolínea, sin el despeñadero que sólo la edad pone ante los espantados ojos del artista, sin el laberinto neurótico de una sinfonía que agota a la sección de metales y aúlla diabólicamente. Pero es la musculatura, la energía, la audacia lo que quiere vivir el público de Dudamel, así que el Auditorio estalló en una ovación atronadora e interminable. Es una música democrática.

Quizás por eso Dudamel no puede dirigir en Venezuela. La mitad de su orquesta está en el exilio gracias al régimen de Maduro.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_