Una homilía de bondad expuesta a cámara
Wim Wenders se acerca en un documental a la figura del actual pontífice a través del discurso
La línea que separa la doctrina del discurso siempre es muy fina. Y más en el cine, donde las homilías, ya sean en sentido religioso o en cualquier vertiente relacionada con la moral, suelen poner en posición de defensa al espectador menos abúlico y más crítico. Porque de ahí al discurso puro y duro hay un solo paso.
EL PAPA FRANCISCO, UN HOMBRE DE PALABRA
Dirección: Wim Wenders.
Género: documental. Italia, 2018.
Duración: 96 minutos.
En El papa Francisco, un hombre de palabra, Wim Wenders se ha acercado a la figura del actual pontífice a través del discurso. Apostolado, dirán algunos, y será verdad. Pero en el término apostolado, en su concepción, ya viene integrada la labor de propaganda y, de nuevo, la propaganda en el cine puede producir cierto rechazo. Por mucho que sea el discurso, la homilía, la propaganda, el apostolado, la teoría y el consejo de alguien tan fascinante en su modo de hablar y pensar como Jorge Mario Bergoglio, opiniones sabias y repletas de bondad y de sentido común, incluso de sentido del humor, pero desde un puesto institucional en el que los matices en torno al poder no permiten un juicio completamente uniforme.
Wenders, en una última fase de su carrera más relacionada con los bandazos que con la coherencia, se aplica en la palabra de Francisco ya desde el título, y estructura su documental en base a dos largas entrevistas con su protagonista. Pero, a pesar de lo infinito del verbo del Papa, en demasiados pasajes lo dicho suena a retórico, algo acuciado por la muy discutible decisión del director de filmar la voz del pontífice con este mirando directamente a cámara. Una presunta cercanía con la audiencia que quizá no sea tal, y que acaba subrayando el carácter discursivo de un relato que termina contradiciendo la propia esencia del Papa: “Habla poco, escucha mucho”.
Como también le ocurría a Francisco, el padre Jorge (Beda Docampo Feijóo, 2015), discreta ficción argentino-española sobre los tiempos de Bergoglio anteriores al papado, protagonizada por Darío Grandinetti, la película de Wenders presenta a un hombre de infinita tolerancia, que explica lo más profundo desde territorios de sencillez. Y, en lo mejor del documental, dibuja en los momentos sin texto, de meras relaciones gestuales y de miradas con sus fieles, a una persona de una sinceridad y espontaneidad admirables.
Sin embargo, a pesar del orden de Wenders en el tratamiento de los temas, apenas ninguno de ellos admite matices. Ni siquiera el muy polémico de la pederastia en la institución católica, con el que puede que ya sobren las palabras de denuncia y haya que ir cumpliendo con hechos. Las presiones sobre Francisco y su meritoria labor de reforma por parte de los círculos más conservadores del Vaticano son evidentes, pero Wenders sobrevuela los aspectos más contradictorios de la institución católica sin (querer) hincar el diente. Algo imposible en una película que cuenta con el visto bueno y con la colaboración de la propia Santa Sede.
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