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CRÍTICA | Girl
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El baile de la desesperación

Desde la cámara en sí misma, desde el montaje, el sonido y la luz surge 'Girl', ópera prima del belga Lukas Dhont

Javier Ocaña
Fotograma de la película Girl, de Lukas Dhont.
Fotograma de la película Girl, de Lukas Dhont.

Una película sobre la identidad transgénero no puede ser sino física. Y esa fisicidad debe ser inoculada mediante el puro lenguaje cinematográfico. No tanto desde la palabra y las acciones, el texto y el relato, sino desde la cámara en sí misma, desde el montaje, el sonido y la luz; desde la cinemática, la velocidad, la aceleración y la armonía. Y, en este sentido, la formidable Girl, ópera prima del belga Lukas Dhont, Cámara de Oro de la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes, es pura fisicidad. Una obra sobre el cuerpo, desde el cuerpo.

GIRL

Dirección: Lukas Dhont.

Intérpretes: Victor Polster, Valentijn Dhaenens, Nele Hardiman, Arieh Worthalter.

Género: drama. Bélgica, 2018.

Duración: 100 minutos.

Una chica de 16 años, en la cárcel de un cuerpo de chico, que aspira a ser bailarina de élite. Y mujer. Dhont y su coguionista, Angelo Tijssens, despliegan su odisea física y mental a través de dos certezas: primera, la monumental seguridad de la protagonista, y la de un círculo familiar apenas reducido a su padre; y segunda, la inseguridad de una sociedad presuntamente avanzada que siempre cojea por alguna esquina recóndita, donde los brotes de maldad se escapan por el lado más insospechado. El amor y el dolor se unen así en una historia que tiene mucho de social, pero que es fundamentalmente visual, y que además tiene otra extraordinaria virtud: el tratamiento de lo omitido, en un magnífico juego elíptico que elude el pasado, la niñez de la chica, sus primeros pensamientos, hallazgos y certidumbres, seguramente aún más terribles.

Dhont utiliza la danza como elemento, al mismo tiempo, estabilizador y desestabilizador. Equilibra y perturba: con sus movimientos, con el tono de la música, con el modo de rodaje y de sonorización, con la distancia a la que se coloca su cámara de la criatura, con su cadencia en el movimiento. Así, dependiendo de cada momento de la historia y del estado interior de los personajes, las secuencias de ballet son el sosiego o la angustia. Y resulta muy llamativo como algo tan bello, y que invita de forma natural a la calma, puede ser filmado como un thriller de acción que lleva hasta el desconcierto, como un baile de la desesperación.

Es posible que algunos valoren como excesivo y gratuito su desenlace. Sin embargo, no es más que una mera consecuencia de todo lo narrado: lógico con sus personajes y con lo experimentado. Tan congruente como los dos finales de sendas películas que llegaban a semejante frontera, y que nos guardaremos en explicitar para no dar pistas, sobre todo a los más cinéfilos. Y capítulo aparte merece el actor Victor Polster, también bailarín, sonrojo itinerante, una fuerza de la naturaleza, sonrisa verdaderamente falsa (o falsamente verdadera, que en este caso es lo mismo), que sobrecoge con una actuación inolvidable.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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