La ambigüedad de una mirada
El director Auteuil parece dejarse llevar por ese espíritu cabestro de viejo verde de su personaje
En principio, el interruptor de la expectación está encendido: cuatro directores de teatro tan reputados como Josep Maria Flotats, José Carlos Plaza, Claudio Tolcachir y Andrés Lima han montado en España durante la presente década piezas del dramaturgo francés Florian Zeller; Enamorado de mi mujer viene con su firma en el guion, inspirado en L’envers du décor, otra de sus obras, y el director y protagonista de la película es un veterano del cine y de las tablas como Daniel Auteuil, poco dado a ponerse detrás de la cámara.
ENAMORADO DE MI MUJER
Dirección: Daniel Auteuil.
Intérpretes: Daniel Auteuil, Sandrine Kiberlain, Gérard Depardieu, Adriana Ugarte.
Género: comedia. Francia, 2018.
Duración: 84 minutos.
Y, sin embargo, qué trabajo tan extraño es Enamorado de mi mujer. Un relato de ambientación casi única —el piso de una pareja de intelectuales burgueses, durante una cena con un amigo del marido y su joven nueva novia—, con un dispositivo narrativo que en modo alguno es nuevo, pero que está utilizado con una atractiva ambigüedad: el transcurso de la cita está alimentado por numerosos flashes de montaje con los pensamientos del editor protagonista, cada vez más obnubilado por la belleza de la chica de su amigo. Algunos, insertos de apenas un par de segundos, y otros, mucho más largos, secuencias enteras. Y lo más llamativo es que esos pasajes comienzan siendo claramente oníricos, imaginativos, simples delirios mentales, pero luego acaban pudiendo ejercer también como flashforwards cinematográficos, adelantamientos temporales del relato y, por tanto, reales.
Un juego narrativo que, desde luego, puede despistar y fascinar, y que sirve a Zeller y a Auteuil tanto para sacar la acción de la casa y de la cena como para decir muchas cosas al mismo tiempo sobre los subtextos de la historia: el aburrimiento burgués; la penosa fantasía sexual de los que ya deben ir pensando en la jubilación por chicas notoriamente inalcanzables; y una interesante reflexión acerca de si el tedio de la madurez es por falta de estímulos vitales o por simple vagancia a la hora de darse cuenta de quién se es y de dónde se está en el ciclo natural de la vida y el cuerpo.
Eso sí, a la hora de filmar esas pulsiones de la imaginación (o de la realidad), en determinados momentos el director Auteuil parece dejarse llevar por ese espíritu cabestro de viejo verde de su personaje, y la fina línea que separa la mirada de su rol en la ficción de la mirada de sí mismo como autor se rebasa con cierta forma de filmar al personaje de la joven, interpretado por la española Adriana Ugarte, en su primer papel en Francia, cercana a una impudorosa lascivia.
Una equívoca mirada con la que el espectador no sabe a qué atenerse, lo que no deja de ser una virtud, pero que, en su defecto, finalmente también provoca que las dudas sobre el desenlace en la historia, que nos guardaremos en desvelar, se resuelvan en el peor de los sentidos: más por razones de miedo o de cobardía que por verdadero convencimiento.
Babelia
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