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Una biblioteca destruida por la riada y rescatada por la solidaridad

Hace una semana Cebolla celebraba sus fiestas cuando una riada arrasó con todo, pero la catástrofe dio paso a la generosidad: en cuatro días han recibido una donación de casi 5.000 libros

Biblioteca pública del municipio de Cebolla (Toledo) tras sufrir fuertes inundaciones.
Biblioteca pública del municipio de Cebolla (Toledo) tras sufrir fuertes inundaciones.EP

Manolo baja del coche. Uno grande y familiar, antiguo, con un maletero enorme. Lo abre y empieza a sacar bolsas reutilizables llenas de libros. Su voz rota y áspera se dulcifica cuando dice: “Hay que ayudar entre todos”. Sigue descargando el contenido, mientras muestra con orgullo la generosidad de su familia. Va metida ahí. Su familia ha vaciado las estanterías de sus casas y él y su mujer han viajado de Cebolla a Fuenlabrada y vuelta con el cargamento. Es un donativo para la biblioteca del pueblo toledano, arrasada por la brutal crecida del arroyo Sangüesa hace diez días. “Más vale que sobren que no que falten”, dice Manolo, que sigue a lo suyo, ayudando como puede.

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Basta con un vistazo al edificio en ruinas para entender la dimensión de la catástrofe. El caudal arrasó con todas las calles que convirtió en afluente y arrastró coches, tiendas y muros. En Cebolla entró agua hasta en la memoria. Y se lo llevó todo. O no. La solidaridad afloró al escampar. Había que poner el pueblo en orden. En la biblioteca, unas sesenta personas formaron dos cadenas humanas: una retiraba los libros mojados y otra los buenos. La riada lo había borrado, solo dejó intactos los que ocupan las partes altas, donde pocos llegan, el lugar del destierro en las estanterías, porque nadie los pide. Salvados del agua, muertos en vida. De los 12.000 libros que tenía el centro, apenas recuperaron 2.000. La mayoría, eso, enciclopedias.

Ni los vecinos de Cebolla ni de los pueblos de alrededor se han dejado arrastrar por la corriente, llevan más de una semana restaurando el lugar que estaba en fiestas, celebrando a la Virgen de la Antigua, cuando llegó la gran ola. En la plaza del Ayuntamiento, por donde van y vienen las retroexcavadoras, todavía cuelga el Felices Fiestas y las banderitas. Una cuadrilla levanta un muro que el agua, camino del río, hizo desaparecer. Otra retira el barro seco apilado en las esquinas. Hay una pared del centro de salud, junto a la biblioteca, en la que ha quedado marcada una ola de barro sobre el fondo blanco. Altura, metro setenta. Con razón las ventanas de la biblioteca han reventado.

El año pasado Cebolla había sido premiado con 2.000 euros para compra, todo perdido

Los supervivientes han sido trasladados a la casa de la cultura, donde Cebolla recibe una nueva riada: están inundados de libros. Hace cuatro días el Ayuntamiento lanzó un llamamiento para donaciones. Ya han recibido casi 5.000 volúmenes, entre ellos están los envíos del autor de Patria, Fernando Aramburu, y el del grupo editorial Penguin Random House. Todavía esperan el camión de la Junta, que recogerá ejemplares donados por las bibliotecas de toda Castilla-La Mancha. El Ministerio de Cultura también ha reaccionado con urgencia: mandará cientos de ejemplares de los lotes que se reparten con el Premio María Moliner, la campaña estrella para la animación a la lectura que el Ministerio reparte anualmente entre municipios de menos de 50.000 habitantes. El año pasado Cebolla había sido premiado con 2.000 euros para compra, todo perdido.

Hay cajas y bolsas a cientos en la entrada de la casa de la cultura. Unos obreros habilitan un par de estancias para meter estanterías y almacenar los miles de libros que están recibiendo de todas partes de aquí y de más allá. Un grupo de unas diez mujeres trabajan clasificando y expurgando sobre una mesa escolar, en lo que hasta hace unos días era el patio de butacas del teatro. Los asientos están sobre el escenario y las cajas, amontonadas, ocupan su lugar. Meandros de generosidad impagable de quienes se hacen cargo de la destrucción de lo que no tiene precio. En el grupo la batuta es de María José Olivares, la bibliotecaria del pueblo desde hace 18 años. Está desbordada: del susto del drama pasó, en cuestión de horas, a la alegría del altruismo. Es fuerte y templada, es la prueba de que el pueblo no se ha hundido. La alcaldesa, Silvia Díaz (PSOE), estima que el consistorio va a tener que hacer frente a un pago de 70.000 euros. El resto, lo asumen la Junta y los voluntarios.

“Todavía queda el miedo a las nubes. Pero lo vamos a superar”, dice la alcaldesa, que acaba de llegar a su despacho después de trabajar hasta la tarde en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. “Este Ayuntamiento no se puede permitir el sueldo de una alcaldesa liberada”, cuenta a este periódico. La riada ha sido terrible, pero la regla de gasto tampoco le va a ayudar a salir del tropiezo. “No sirve la melancolía para frenar a la naturaleza”, añade. El presupuesto anual es de 2,3 millones de euros y con esa cantidad y la regla de gasto, la biblioteca va a tardar un año en volver a la vida en su nueva ubicación. Tendrá algo más de cien metros cuadrados y quizá no sean suficientes para contener este alud de socorro.

Casa de la cultura del municipio de Cebolla (Toledo).
Casa de la cultura del municipio de Cebolla (Toledo).P. H. R.

Remueven las cajas de cartón entre las que asoman los títulos. “No sé cuántos ejemplares de El Código da Vinci han llegado”, dice María José. Dan Brown es más best seller que long seller. A ella le gusta la novela negra y la histórica. Sus lectoras son más de novelas de amor. Tiene 35 mujeres en tres clubs de lectura y otro infantil. “Los niños lo absorben todo y son los más agradecidos. Tienen ansias por saber. Luego crecen y leen menos. La mayor recompensa es que les guste la lectura. Hay mujeres que no sabían leer hasta hace cinco días, con más de 50 años, enseguida las mandaban al campo a trabajar. Ahora devoran los libros. Si no fuera por la lectura”, señala la bibliotecaria, “la vida para ellas aquí sería muy dura. El hombre va al bar, al campo, con los amigos... Ellas no”. De una población de 3.500 personas, la biblioteca tenía 1.600 “usuarios activos”.

María José mira a su alrededor y resopla. Ha empezado a catalogar la biblioteca desde cero y no sabe cuánto va a tardar en colocar las pegatinas en el lomo. Los tejuelos. Ese será el trabajo más ingrato. Está deseando volver a atender al pueblo, hablar de las novedades, recomendar lecturas y charlar sobre lo que sea. “Aquí el usuario llega y te cuenta el libro y su vida. En un pueblo como este la biblioteca es un centro que dinamiza la cultura. De otra manera no sería posible ir al Museo del Prado, al que muchos no habían ido nunca, o a ver una exposición de Antonio López”, asegura Olivares, emocionada. La bibliotecaria que ha rescatado la cultura del fango tuvo otra vida antes. Trabaja desde los 14 años y estudió el bachillerato nocturno. “Sacaba sobresalientes”, dice. Ahora está con la Universidad, por la UNED, en Geografía e Historia, y especialidad en Historia del Arte. Dejó el taller costura en el que ganaba su sueldo cuatro años antes de sacar la plaza para ir a vivir entre libros. No es la primera vez que sale a flote.

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