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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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El ‘caso Pasqual’

Parece que la extraordinaria trayectoria del director poco pesan frente a la inquina de quienes le han tratado en las redes como si fuera un delincuente

Marcos Ordóñez
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Aún no logro entender lo que ha pasado. Digamos que un manojo de erizadas tensiones del momento han hecho tirar la toalla a un gran artista, uno de los mejores directores de nuestro teatro. Tirar la toalla quiere decir que Lluís Pasqual ya no está al frente del Lliure, del que fue cofundador hace más de cuarenta años, y cuyas últimas temporadas han alcanzado grandes éxitos de público y crítica, una de esas cosas que algunos parecen no querer reconocerle.

En un ambiente de creciente crispación política, un verso libre (nunca mejor dicho) como Pasqual puede haber sido visto como sospechoso, aunque el patronato de su teatro respaldó su gestión por dos años más. Pocos días antes de la revalidación de su mandato, una joven actriz, que había trabajado a sus órdenes solo una vez y cuatro años atrás, le acusó de malos tratos verbales en un ensayo. Aquello fue el detonante. “Las redes destruyen reputaciones”, ha dicho el director, y no le falta razón. La acusación creció y creció impulsada por un colectivo anónimo, que decía reunir a ochocientas mujeres del mundo de la cultura. Frente a esas voces desmesuradas, Pasqual recibió el respaldo de algunas de las mejores actrices de nuestro teatro, la mayor parte de las cuales han trabajado a sus órdenes. Pero parece, por desgracia, que ese rotundo apoyo y la extraordinaria trayectoria del director poco pesan frente a la inquina de quienes le han tratado en las redes como si fuera un delincuente.

Que el Lliure se haya quedado sin Lluís Pasqual es una de las peores cosas que pueden pasarle a nuestra cultura. Y una de las mejores sería que no tardase en ponerse al frente de El sueño de la vida, función cuyo primer acto escribió Lorca y que Alberto Conejero ha tenido el coraje de completar. Porque Pasqual ya no la dirigirá en el Lliure la próxima primavera, ni la interpretará la joven compañía que él fundó, cosa poco frecuente en un teatro público: otro logro que han intentado acallar quienes se llenan la boca hablando de “tapón generacional”. En la temporada que ahora comienza, la compañía va a protagonizar también Àngels a Amèrica, la cumbre de Tony Kushner, junto a veteranos como Vicky Peña y Pere Arquillué, así como la reposición de El temps que estiguem junts, de Pablo Messiez. Y L’últim salt, monólogos y dúos dirigidos por Sergi Belbel, Ivan Morales, Rosa María Sardá, y, ay, ya no Lluís Pasqual.

Déjenme que les diga también que en la última temporada programada por Pasqual van a poder ver teatro en catalán, castellano y otros idiomas, y allí van a darse la mano la troupe del Baró d’Evel y Andrés Lima, Oriol Pla y Betrand Lesca y Nasi Voutsas, Marck Locyer y Lautaro Perotti, Rhum i Cía y Guy Cassiers, Carme Portacelli y Krystian Lupa, Atalaya y Les Impuxibles, Caroline Guiela Nguyen y Celie Pauthe, Joan Arqué y Didier Ruiz, Agrupación Señor Serrano y Milo Rau, La Incògnita e Iguana Teatre, Ramón Simó y Josep Maria Mestres, Pau Miró y Silvia Munt, Belbel y Alberto Sanjuan, entre muchos otros y otras.

Gracias a Lluís Pasqual por su generosidad y su talento.

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