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Columna
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No disparen al cómico

Si hay algo que nos ha enseñado la experiencia del humor es que uno muy bien puede indignarse públicamente de un chiste del que se ha reído en privado

Roberto Fernández, conocido como Rober Bodegas en una foto de Twitter. En vídeo, reportaje sobre las reacciones de tres gitanos ante el monólogo de Bodegas.Vídeo: TWITTER | EPV
Andrés Barba

Resulta inevitable que más o menos cada cierto tiempo se desate una tormenta de ira contra algún cómico por algún chiste supuestamente inaceptable. La cadena de acontecimientos es de una previsibilidad casi irritante y responde al siguiente patrón: 1) Cómico hace un chiste sobre un colectivo, etnia, comunidad autónoma o personaje político. 2) Colectivo, etnia... descontextualiza el comentario y arremete en masa contra el cómico con una violencia que supera con creces el chiste que la provocó y haciendo un aparato tan sobresaliente de su indignación que acaba otorgando al chiste una difusión que jamás habría tenido de otro modo. 3) Cierto colectivo de intelectuales aduce que, si bien es cierto que el chiste es de un mal gusto extraordinario, no es menos cierto que la libertad de expresión es uno de los garantes de nuestros derechos democráticos y uno de los pilares de nuestra civilización occidental. 4) Abrumado por las amenazas de muerte o por las consecuencias laborales de su chiste, el cómico teatraliza una petición de disculpas que no siente, hace un comunicado de prensa y reza a todos los santos para que se olvide la historia lo antes posible.

¿Somos racistas si reímos aun contra nuestra voluntad?

En ese engranaje funesto de acontecimientos encadenados, como es el caso de Rober Bodegas en su reciente monólogo en el que hace referencia a la etnia gitana, hay varias palabras clave: descontextualización y teatralización. Si hay algo que nos ha enseñado la experiencia del humor es que uno muy bien puede indignarse públicamente de un chiste del que se ha reído en privado. ¿Nos convertimos en racistas al reírnos de un chiste de gitanos incluso contra nuestra voluntad? ¿Pone de manifiesto nuestra risa un racismo que nosotros mismos nos negábamos a aceptar y por eso amenazamos de muerte a Rober Bodegas, porque es más fácil de asumir partirle el cuello a alguien al que hemos consensuado como racista que asumir la posibilidad de que nosotros lo seamos un poco? Hay que tener mucho cuidado con los linchamientos, pueden darse la vuelta con un simple golpe de viento.

Siempre que se produce la risa hay información y solo los idiotas pierden la oportunidad de aprender algo acerca de sí mismos cuando ríen. “En un mundo de inteligencias puras puede que no se llorara, pero desde luego se reiría”, dijo Bergson, uno de los mejores pensadores del humor de todos los tiempos. Tal vez lo mejor que podríamos hacer, en vez de indignarnos literalmente por lo que ha dicho o no ha dicho Bodegas en su monólogo, es pensar qué ha sucedido, qué información social contextualizada hay en ese monólogo y qué podemos aprender de nuestra reacción.

Bodegas necesita teatralizar
que está arrepentido

La aproximación de Bodegas es, en realidad, interesante, se parece a la de Sanford Johnson, el brillante educador sexual de Misisipi que al enfrentarse a la ilegalidad de hablar de condones en los colegios de secundaria se hizo célebre por hacer sus demostraciones con un calcetín enrollado y un pie desnudo. Si se le da el contexto apropiado, se descubre al instante que en el monólogo de Bodegas la comicidad no proviene tanto de su racismo como de la incomodidad de hacer un chiste sobre un lugar vetado, es más, como suele ser habitual en estos casos el hecho de que sea la etnia gitana es perfectamente intercambiable. En realidad Bodegas no cuenta un chiste de gitanos, sino un chiste de payos en el que el chiste de gitanos “ha desaparecido”, es decir, la risa no la provocan estrictamente las palabras de Bodegas como nuestro cerebro, que completa las palabras que él no ha dicho pero nosotros sí hemos pensado.

¿Nos convierte eso en racistas involuntarios? No necesariamente, pero tampoco es infrecuente que sean precisamente los cristianos menos convencidos de la dignidad de su religión (los cristianos menos verdaderamente cristianos) los que más se levantan en armas contra los chistes sobre la virgen. Pero del mismo modo que Bodegas necesita teatralizar su arrepentimiento lo antes posible para que no le linchen, tal vez hay mucha gente que se siente en la necesidad de linchar a Bodegas para ocultar que, en secreto, ciertas tradiciones les resultan cuestionables.

Lástima que Bodegas haya pedido perdón. Se entiende el miedo al oprobio, pero hace pensar en la posibilidad de un cómico que haga propio ese descubrimiento tan emocionante de Sartre en el frente de guerra: “Merezco esta guerra, porque no he elegido ser un mártir de la paz”.

Andrés Barba es escritor, autor de La risa caníbal. Humor, pensamiento cínico y poder.

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