‘The Brutalist’ frente a la arquitectura como utopía
La película de Brady Corbet, como ‘Megalópolis’, de Francis Ford Coppola, retrata un oficio cuyas conexiones con el cine explora también un nuevo ciclo en la Cineteca de Madrid
Michelangelo Antonioni, uno de los cineastas que mejor ha invocado la cualidad metafísica de la arquitectura y el urbanismo en el cine, convirtió el barrio romano del Eur en una metáfora de la ciudad como un vacío amenazante. La idea de la ausencia en forma de hormigón sobrevuela la recién estrenada The Brutalist, de Brady Corbet, que se adentra en las controvertidas utopías del siglo XX a través de la figura de un arquitecto judío que huye de la Europa posnazi para intentar aplicar sus ideales de construcción en el Nuevo Mundo.
El protagonista, el húngaro László Tóth (Adrien Brody), es un personaje de ficción que guarda similitudes con los grandes arquitectos de la escuela de la Bauhaus, clausurada en 1933 por los nazis, que encontraron asilo en Estados Unidos. Algunos de los edificios más emblemáticos del movimiento moderno en Norteamérica, entre ellos muchas sinagogas con estructuras asombrosas, fueron fruto de ese éxodo europeo. De Walter Gropius y Marcel Breuer —dos de los inspiradores de la película— a Mies van der Rohe, Konrad Wachsmann o Erich Mendelsohn, entre otros. Aunque la mayoría encontró cobijo y trabajo en universidades como Harvard o el Illinois Institute of Technology, el personaje de László Tóth se pone en manos de un único mecenas, un empresario millonario (Guy Pearce) que le encarga construir un centro comunitario en su finca de Pensilvania.
Corbet, que escribió el guion junto a su esposa, la noruega Mona Fastvold, su colaboradora más cercana también en el rodaje, cierra la epopeya de Tóth con un ambiguo epílogo que cabría interpretar como un soterrado comentario sobre el secuestro sionista del Holocausto. El personaje viaja desde el éxodo de la Segunda Guerra Mundial a la primera Bienal de Arquitectura de Venecia, en el año 1980, donde la arquitectura moderna es ya reconocida como expresión artística. Ese recuento final podría encajar en un pasaje que la escritora argentina María Gainza le dedica a Francis Ford Coppola en Un puñado de flechas (Anagrama) y en el que el director de El padrino compara la vida de cualquier creador con la de un tirador de arco “con un número limitado de flechas doradas”. El tirador, le dijo Coppola a Gainza, puede lanzar todas sus flechas de joven, o lanzarlas de adulto, o incluso ya de viejo: “También puede ir lanzándolas de a poco, espaciadas a lo largo de los años. Eso sería lo ideal, pero lo ideal es enemigo de lo bueno”.
La obsesión de Coppola con la figura del artista desbocado (él mismo) y total está en Megalópolis, en la que Adam Driver es también un arquitecto incomprendido. Coppola, que acierta en el diagnóstico (por desgracia no en la receta) al comparar EE UU con la Roma que perdió su República y terminó con un emperador, recurre en su denuncia del avance del fascismo al tótem de la Estatua de la Libertad, situada en la isla de Ellis, símbolo de bienvenida a esa inmigración que golpea al espectador en la impactante primera secuencia de The Brutalist, en la que Tóth se despierta dentro de un agujero negro (la bodega de un barco de refugiados con ecos a la Shoah) hasta alcanzar, en un crescendo que pone los pelos de punta, la cegadora luz de cubierta. La banda sonora de Daniel Blumberg y la metafórica imagen boca abajo de la mítica estatua marcarán un inquietante pico épico en la historia.
En España, y más allá de que uno de los éxitos de la temporada del cine español, Casa en llamas, esté rodada en la Casa Rovira, joya mediterránea de José Antonio Coderch, durante todo este mes la Cineteca de Madrid propone un interesante programa sobre cine y arquitectura en el que se recupera Koolhaas Houselife, en la que la voz del arquitecto Rem Koolhaas es sustituida por la de la mujer extremeña (Guadalupe Acedo) que trabaja limpiando su mítica casa de las afueras de Burdeos. Esta película de referencia en las escuelas de arquitectura, junto a la nueva trilogía de sus directores, el italiano Ila Bêka y la francesa Louise Lemoîne, se suma a otras proyecciones y a un encuentro con dos creadores españoles que exploran los vínculos entre cine y arquitectura, Natalia Marín y Elías León Siminiani, autores, respectivamente, de los cortometrajes La casa de Julio Iglesias y Arquitectura emocional 1959.
Para Marín, tanto Megalópolis como The Brutalist han sido una decepción. “Bajo toda esa apariencia de película excéntrica, de juegos formales que se pueden sentir contemporáneos, aunque caduquen al instante, Megalópolis esconde una película bastante conservadora”, asegura. “Mi decepción con The Brutalist radica en que la idea más potente, arquitectónica y visualmente, esa suerte de venganza en forma de edificio, queda escondida durante toda la película y solo la entendemos en un problemático epílogo. Se suele decir que la arquitectura es la disciplina que mejor encapsula a las sociedades en su tiempo, y eso me lleva a pensar qué dicen estas dos películas del cine de nuestro presente: tras estas grandes epopeyas yo solo veo una industria y un público nostálgicos”.
Fue la activista y teórica del urbanismo Jane Jacobs quien, en su libro de 1961 Muerte y vida de las grandes ciudades (Capitán Swing), denunció cómo la mala aplicación de la utopía del movimiento moderno de Le Corbusier estaba destruyendo la vida en las calles de Nueva York. El documental Citizen Jane (Filmin) recupera el ideario y la lucha de Jacobs frente al urbanista jefe de la ciudad, Robert Moses. Curiosamente, entre las referencias de Megalópolis se cita la monumental The Power Broker (1973), del célebre biógrafo Robert A. Caro. Se trata del libro con el que Caro empezó su leyenda, una epopeya editorial narrada en el apasionante documental de 2022 El capítulo final: Las aventuras de Robert Caro y Robert Gottlieb, sobre la relación del escritor con su editor. Tras años de pesquisas, Caro destapó que, pese a su buena prensa, Moses era un especulador, reaccionario, xenófobo y machista que durante décadas rigió con las peores artimañas el apabullante desarrollo de la ciudad.
“A menudo se confunde lo fracasado con lo utópico, ese lugar que es por definición difícilmente realizable, pero no imposible”, asegura el arquitecto Luis Feduchi, productor del documental Moneo revisita su obra y colaborador del Harun Farocki Institut de Berlín, dedicado al desaparecido cineasta indogermano. “La muerte de la ciudad americana en manos de visionarios no es más que la constatación de que esos proyectos tenían poco de utópico. Simplemente, no se sostenían. Ojo, de ahí viene el término sostenibilidad, es la constatación de que casi por norma general esos proyectos eran insostenibles. Solo hay que pensar en sus costes, su impacto ambiental, en la desaparición de la vida a pie de calle, en su dependencia energética”.
Megalópolis también guarda un vínculo claro con El manantial, el clásico de 1949 de King Vidor sobre la novela (y guion) de Ayn Rand, con Gary Cooper haciendo gala del ideario objetivista en la piel de Howard Roark, un radical individualista aferrado a su ideal de un mundo nuevo y perfecto. Pero si la inspiración de Vidor para perfilar al personaje de Roark fue uno de los maestros del siglo XX, Frank Lloyd Wright, el pastiche arquitectónico de Megalópolis es fruto del trabajo con el estudio OXMAN y con su titular, Neri Oxman, la esposa del milmillonario Bill Ackmann, que aparece en la película de enfermera en un cameo y que ha ideado el skyline de una fantasía futurista que responde a teorías de diseño y arquitectura generativas. Una utopía que sustituye el monumental hormigón de The Brutalist por una nueva arquitectura de videojuego místico.
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